LA SERGIO FORMA LA PRIMERA GENERACIÓN DE PROFESIONALES EN TEATRO MUSICAL EN COLOMBIA
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La transformación de la hegemonía económica global, producto de la cuarta revolución industrial, permite hablar de una desbordante productividad que se ha gestado a lo largo del desarrollo del crecimiento industrial y de la persistencia por alcanzar tales eficiencias. Lograr economías de escala, lidiar con los rendimientos decrecientes y la reducción de los costos de producción ha sido el propósito de las empresas y es el eje central de la enseñanza en la mayoría de escuelas de negocios a nivel mundial.
Un punto de partida para entender esta lucha por la eficiencia puede ser la aparición de la imprenta y, posteriormente, la revolución industrial que trajo consigo la creación de diferentes máquinas a vapor, entre ellas la locomotora y las máquinas de hilar. A partir de entonces, aparece la contundente imposición de los modos de producción y de consumo que hoy conocemos con los niveles de sofisticación de cada época. Esta revolución no solo se refiere a la industria, sino también al pensamiento y al funcionamiento y raciocinio de la mente humana.
La imprenta en especial y su modo de operar, ejerció una presión importante en nuestro modo de pensar y actuar. Como lo afirma Jeremy Rifkin, cada vez más lineal, causal y vertical; igual al funcionamiento de una empresa manufacturera bajo el enfoque tradicional. El negocio de la impresión es uno de los más antiguos y en ocasiones no se ve su similitud con otros procesos productivos, por ejemplo con la industria textil, autopartes, la formación académica, una panadería e innumerables procesos que obedecen a un diseño, un molde y a la producción masiva de réplicas. Desde la academia, históricamente, la educación se ha basado en la creación de un modelo de ciudadano notable, culto e intelectualmente productivo: un molde. No obstante, también trajo consigo la alfabetización, la producción alimentaria a gran escala, las medicinas y todo lo que hoy conocemos, que de un modo u otro ha impactado la vida humana.
En el proceso de producción participa tanto el capital humano como el capital físico. Su óptima combinación ha permitido a las empresas generar el mayor nivel de producción posible, dadas las restricciones presupuestales o normativas que estén implicadas. Cuando el progreso tecnológico impacta alguna de estas dos variables las hace más eficientes y por tanto la producción crece, dando continuidad a un ciclo que tiende a ser perpetuo. Un mayor trabajo y/o mayor capital generará una mayor producción, o también las ahorrará, ya que una nueva tecnología permitirá un menor uso de alguna de las dos variables. Ahora bien, los economistas clásicos han estructurado que la tasa de crecimiento de la producción puede dividirse en componentes asociados a la acumulación de factores y al progreso tecnológico y a definir que la misma eficiencia genera mayor producción y por ende mayor uso del factor trabajo, situación donde cabe cuestionarse si el trabajo crece a la misma tasa que la productividad.
Como producto de lo anterior y una mayor conciencia sobre los males del mundo surge lo que hoy se define como las Nuevas Economías; economía verde, naranja, azul, circular, bien común y colaborativa entre otras, mostrando un panorama diferente sobre el concepto de empleo o a la manera de emplearnos. Aun cuesta entender si este impacto, a largo plazo, tendrá un efecto positivo o negativo. Lo que sí es seguro es que al corto, los efectos en el empleo no son los mejores.
A partir del año 2000, en plena masificación del internet y la robotización de la industria, la ecuación empieza a aumentar sus revoluciones provocando un disloque entre la productividad y la generación de empleo privado. Los despidos masivos, cada vez son más populares en el mundo. La Organización internacional del Trabajo, OIT, pronostica que para el 2019, más de 212 millones de personas a nivel mundial no tendrán empleo. Este fenómeno es generalizado en todos los sectores de la economía, desde la industria hasta los servicios, los que históricamente han sido los de mayor generación de puestos de trabajo. Estos empleos no solo se pierden, sino que los que quedan se transforman cada vez que la impresión 3D, la automatización de los procesos o la inteligencia artificial, por citar algunos ejemplos, siga creciendo exponencialmente. Además, si se tiene en cuenta que sus costos marginales de producción tienden a cero, el precio del trabajo (salarios) igualmente lo hará.
Rifkin (2015) describe que “la primera revolución industrial, acabó con el trabajo de esclavos y siervos, la segunda, redujo de manera drástica el trabajo agrícola y artesanal, la tercera, está eliminando puestos de trabajo obsoletos de asalariados y profesionales”. La cuarta revolución es la digitalización de la industria que se está gestando, lo que trae grandes retos en el mercado laboral. Desde una óptica personal, y siguiendo las notas de Rifkin, es probable que en cien años nuestros predecesores miren al pasado y digan: en el año 2016 mi bisabuelo era un trabajador, ¡pobre de él!, así como nosotros vemos la época de la esclavitud.
Aunque esta situación es fatal en el corto plazo, dado que la oferta de trabajo no puede replantarse rápidamente y se dedicará a observar la reducción progresiva de la demanda laboral, decir que el uso de la tecnología es negativo o que se debe desacelerar también puede provocar una serie de consecuencias nefastas, en términos de frenar la propia evolución de la humanidad. Y más aún si se tiene en cuenta la densidad poblacional mundial con sus problemas de desigualdad y pobreza y la peligrosa calma de los gobiernos y de los economistas reacios a entender y a aceptar la llegada de la revolución digital. Debemos prepararnos, en especial los países en vías de desarrollo, cuya importancia relativa entre el capital físico siempre es mayor a la del capital humano; grave error.
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