Luz, color y surf

Durante el Festival de Surf por la Equidad, en Nuquí (Chocó), la comunidad tuvo la oportunidad de retratarse en un ejercicio con cámaras de fotografía.
Del Chocó mucho se dice y poco se conoce. En Nuquí, uno de los municipios de esta región del Pacífico, los afrocolombianos, la población indígena y mestiza crecen juntos entre la selva, los manglares y la vida marina. La infancia goza de mucha más libertad, con las canoas arrimadas a las casas que se esparcen en el río y las playas del litoral.
Los niños juegan desnudos sobre ellas, se lanzan y sumergen en el agua repetidas veces. Aquí no importa quién llega, si los miran, si les apuntan con la cámara, la puerta está abierta para que se observe esta realidad.
Más adelante la naturaleza es exuberante. Tras un viaje de 40 minutos en lancha, en el corregimiento de Termales, el océano Pacífico seduce la costa con grandes olas y con ellas, vienen jóvenes surfistas que cabalgan sobre las tablas encorvados, con los brazos extendidos, listos para hacer la primera maniobra. Si la ola rompe, el reto es deslizarse por el interior de esta. El tubo es como un sueño.
Aquí desde que amanece los niños corren hacía el mar. No hay temor. Todos son como unos ballenatos. El más pequeño aletea sobre la tabla mientras otros solo esperan ser arrastrados hasta la orilla. A lo lejos solo se ven cabezas brillar, y los colores de la bandera resaltan entre el agua turbia por las remeras de lycra que todos llevan por esos días. Es el primer festival de surf en Termales, Apartadó y Arusí. Desde el más pequeño viste como surfista. Todos son surfistas.

Opción Surf, así se llama el Festival de Surf por la Equidad, organizado por la Fundación Buen Punto, La Cancillería y el apoyo de la UNESCO, quienes por cuatro días permitieron que grandes surfistas como Analí Gómez, peruana, campeona mundial de surf, Dave Aabo, director de Waves for Development y Gustavo Corrales, miembro de ISA, elevaran las esperanzas de prematuros potenciales como el de Santiago, Néstor Tello y más de 100 chicos que desde hace cuatro años montan sus sueños sobre una tabla de verdad, aunque el deporte ya sea algo innato de ellos.
Desde el primer día las lanchas arriban a la playa con 25 niños, todos de piel negra y dentadura fina. Y del espeso bosque llegan casi cuarenta. Todos felices porque inicia el festival.
Analí, a quien le apodan “la negra” con maniobras y estruendosas risas les enseña a aletear sobre tablas dibujadas en la arena, y luego todos corren como tortugas cuando transitan de su nido al mar.
En la ribera los saxofones, el clarinete, la trompeta, la tambora y el redoblante exaltan el folklore chocoano con la chirimía. El sabor y la alegría lo expresan las mujeres con su tumbao, esa misma cadencia al bailar salsa y champeta. La música parece mandar dentro sus cuerpos, aquí no se piensa para empezar a bailar, solo se mueve y el hombre se acerca como si el cuerpo se lo pidiera, baila un rato y se va.
La brillante sonrisa de Tello, líder del club de surf, no se hace esperar más, cuando Ryan Butta, fundador de la Fundación Buen Punto le entrega un cuadro con una fotografía. Un hombre de piel ébano está erguido sobre una tabla y surca las aguas. Es una fotografía suya surfeando y para él significaba cumplir un deseo, “recuerdo que antes miraba una foto que tengo de un surfista estadounidense y pensaba, ¡qué bueno sería estar en una fotografía como esa!”.
En la inauguración del festival, todos los infantes se forman en la playa, mientras Analí, Dave, Jorge y Nestor, en la ceremonia de la Arena, juntan los polvos de sus tierras natales en un frasco. Es un simbólico encuentro que demuestra que en la práctica de este deporte todos son iguales, todos navegan las mismas aguas.
El sonido de la champeta se desvanece en la marea. Analí, a quien le apodan “la negra” con maniobras y estruendosas risas les enseña a aletear sobre tablas dibujadas en la arena, y luego todos corren como tortugas cuando transitan de su nido al mar.
Les dimos las cámaras porque junto con Héctor Fabio Zamora, reportero gráfico de El Tiempo, prestarlas no representaba un problema, sino una oportunidad para que retrataran su propia forma de ver el mundo.

Cada segundo representa una fotografía y las cámaras son una nueva experiencia que llama la atención de los que se quedan jugando en la orilla. Una niña de 11 años toma la cámara con sus manos manchadas de tinta, sostiene el lente, oprime el botón y ¡click! ya hay una foto. Luego otra niña con el cabello trenzado y enmarañado se tira al suelo, se mueve de lado a lado y como una buena fotógrafa busca la mejor posición.
Un disparo va y otro viene. Los más pequeños se apoderan de las cámaras. Obturan esos instantes que solo son de ellos. Bailan, sonríen, hacen muecas o simplemente miran detenidamente. Son las ganas de ver lo que nuestro ojo no alcanza, y las cámaras se fijan hacia el mar, fotografian a sus compañeros perdiéndose en el agua, buscando mantenerse de pie mientras son empujados por las olas. Con las cámaras tienen una nueva forma de mirar, de contar lo que no se puede con palabras.
Como parte del festival se organizó un taller de fotografía dictado por Héctor para los habitantes de Termales, una actividad que más allá de la técnica, consiste en enseñarles a retener toda esencia de ese lugar que se presenta ante sus ojos. Con las cámaras o los celulares, “sin importar la flecha, solo indio”, los habitantes de la región caminan por la playa y juegan con la luz.
Al iniciar el taller, Keyner, un niño de cuatro años, con su piel del color de la arena del pacífico, sostiene en sus manos una cámara azul, vieja y averiada, con la que inocentemente quiere aprender. Pero luego posa en la playa, en una canoa añeja y, mientras corre entre la arena descalzo con una sonrisa pícara, todos fijan los objetivos hacía él.
Nerys es un hombre que aparenta un poco más de 60 años, de estatura media, con los brazos recios de uno 30. Su color pardo le delatan lo mulato, tiene la barba en forma de candado, los labios gruesos, el pelo churco y oscuro. Parece el más atento, tan vivaracho todo el tiempo con el teleobjetivo obturando todo lo que ocurre adentro del mar, todos los tablistas y los niños que se ven como pulgas ante la inmensidad del océano.
La cámara deja de ser un artefacto extraño y por el contrario, se convierte en un instrumento necesario para retratar como diría Robert Capa “las fotografías que están ahí, esperando a que las hagas”. Ahora ellos capturan la vida, sus vidas, a través de las cámaras.

En Cabo Corriente todo es diferente, la naturaleza se adueña del camino, el océano es agitado por el viento, y las olas son más altas. Es como si ya no hubiera nada más a que temerle si están a más de 50 metros de la orilla. A los que surfean aquí ningún mar en calma los ha hecho expertos. Analí hace los grabs, sujetando la tabla con las manos en el aire, detrás de ella viene Dave, luego Tello, Santiago. Pareciera que el mar estuviera creado para ellos, son los jinetes de las grandes olas y la tabla su extensión.
En el atardecer el sol naranja hace las siluetas y en el contraluz se ven los surfistas ya pisar el arenal, salen del mar con la tabla bajo el brazo y las cámaras registran la caída del sol desde adentro del mar, esperando la última ola.
La fotografía es un arte sin barreras, no hay espacio, ni ausencia de luz visible que la limite. En la noche, cuando el mar ruge, pero no se ve, el taller continua con la comunidad y reunidos en la mitad de la calle van llegando para dibujar con luz, esa experiencia más creativa de la fotografía, que retrata la realidad y pinta fantasías simultáneamente. Cada uno toma posición, una mujer embarazada es la modelo, unos con las linternas dando pinceladas de luz y otros repasando su maternal silueta mientras la cámara obtura.
Al día siguiente Héctor trae su maleta llena de recuerdos de su primera visita, 35 afiches con fotografías de todos los surfistas que han sido fotografiados durante el trabajo de campo de la crónica Los surfistas improbables del Chocó.
Todas han sido colgadas en la playa, alrededor de la tarima donde arribaban todos, desde los más pequeños para verse por vez primera surfear. Allí están las fotografías que inmortalizan el alma de cada niño en el mar, que cuentan una historia, evocan una emoción y además demuestran que en el periodismo cada persona es más que una fuente.
Nota: Cada fotografía de este artículo fue tomada durante el taller y su autoría es de los asistentes del mismo
2 Comentarios
hola mi nombre es janner pues hice parte del taller espero que sigan viniendo a nuqui
para que ese aprendizaje que dejaron plasmado en nosotros no se pierda
Hola Janner, ¿cómo estás? Qué emoción ver este comentario! Espero volver pronto y poder compartir con ustedes. Un abrazo