Oye tú; bello!
¿Porqué nos dejamos imponer los conceptos de belleza externos como verdades absolutas, ídolos para seguir a costa de todo, e inclusive de nosotros mismos?
Si la belleza es un constructo individual que se evidencia en una experiencia estética placentera, única e irremplazable, producto de una historia de vida, referentes e imaginarios recolectados, sensibilidad propia y la apertura frente a un entorno inmediato o al mundo mediato.
Konstan (2012, p.136) nos dice acerca del concepto de belleza: “la noción de belleza está inextricablemente vinculada a la historia de la recepción, en general, de la cultura clásica.” lo cual nos permite reflexionar sobre el origen mismo del propio concepto de belleza y hace evidente el abismo cultural existente entre el momento en que nace el concepto de belleza y nuestra actual percepción de lo que es bello.
Bello, algo que nos toca el alma, que nos eriza la piel, que nos conmueve, nos estimula, nos inquieta… nos lleva mas allá de nuestros propios límites sensoriales, nos hace soñar, nos anima a vivir, nos hace temblar.
Por todo esto, no es humanamente posible, dentro de los mismos límites de la genética, a pesar que Polly -la oveja clónica y transgénica- intentó probar lo contrario durante su único año de vida; no es posible tener exactamente la misma percepción que otro ser humano.
La humanidad misma nos subraya nuestra condición cambiante, móvil, susceptible de ser transformada en tanto esencia material, tal como lo presenta Lavoisier en su Ley de la Conservación de la Energía: “La energía no se crea ni se destruye, solo se transforma” y si nosotros como humanos, vistos desde una perspectiva reduccionista, somos una sumatoria de átomos en continuo movimiento, es imposible parar en vida la transformación continua de nuestra energía, así mismo no es posible que sus características individuales sean exactas a las de otro conjunto de átomos en movimiento.
Compararla sería como ignorar el pasado de cada uno, la variedad, la riqueza de nuestros recuerdos, la infinita capacidad emocional, en pocas palabras: sería como negar la individualidad, reducirnos a una fórmula común, comparable, repetible y de alguna manera algo despreciable.
¡Imposible! Es la unicidad, la grandeza humana de la diferencia la que ha parido genios, inventores, artistas, científicos; no la masificación ni lo seriado ni lo común en el ser humano.
Y si la belleza fuera para todos la misma encarnación de lo divino, de ninguna manera un Rubén Darío hubiera dicho: “Rey de los hidalgos, señor de los tristes, que de fuerza alientas y de ensueños vistes, coronado de áureo yelmo de ilusión; que nadie ha podido vencer todavía, por la adarga al brazo, toda la fantasía, y la lanza en ristre, toda corazón.” (2016, p.15) como tampoco tendría sentido buscar un ideal de belleza, pues al ser uno solo no permitiría competencia.
Mas bien la belleza puede leerse como la manifestación de una posible verdad, no como un lugar fuera de nosotros al que queremos llegar; sino como una parte de la naturaleza humana, un concepto humanamente subjetivo e imperfecto.
Así pues que en vez de buscarla fuera de nosotros; la podemos buscar dentro de nosotros. Así como Mateo en la Parábola de los talentos (25:14-30)nos muestra. Cada talento que poseemos es una materialización de la belleza divina, suprema; y en ellos está nuestra capacidad de comulgar con el ideal máximo de belleza, que Dios como creador nos ofrece. ¿Porqué huir de nuestra propia belleza? ¿De nuestros talentos, de nuestras posibilidades de evolucionar? El refugio o escampadero que buscamos fuera en otro lugar, no está sino dentro de nosotros, allí a donde solo nosotros sabemos como llegar, tenemos la llave de la puerta principal y está todo dispuesto para multiplicar la belleza humana y compartirla con aquellos a quienes nuestros dones o talentos pueden inspirar a desarrollar los suyos propios.
Es así como lo bello aparece cada vez que reconocemos en otro, algo que tenemos en nuestro ser, algunas veces lo reconocemos y otras solo lo seguimos buscando fuera, sin éxito alguno. Bien dice Wolfe : “La belleza está en los ojos del observador” en su obra Molly Brawn en 1878, aunque parece ser que este dicho nació en Grecia 300 años antes de Cristo y ha sido interpretado por diversos autores a través de la historia como Hume, D:
“Belleza no es una cualidad de las cosas mismas: solo existe en la mente que la contempla, y cada mente percibe una belleza diferente.” (Hume. D, 1742) lo cual nos anima a elaborar nuestro propio concepto de belleza a partir de nuestros talentos y lo que admiramos en el universo, que nos anima a ser seres mejores.
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Referencias
Diccionario de la Lengua Española 2005. Espasa-Calpe
Hume, David. Essays, Moral, Political, and Literary. Eugene F. Miller, ed. 1987. Library of Economics and Liberty. Retrieved August 11, 2016 from the World Wide Web: http://www.econlib.org/library/LFBooks/Hume/hmMPL23.html
KONSTAN, D. (2012). El concepto de belleza en el mundo antiguo y su recepción en Occidente. (Spanish). Nova Tellus, 30(1), 133-148.
Margaret Wolfe Hungerford Quotes. (n.d.). Quotes.net. Retrieved August 11, 2016, from http://www.quotes.net/quote/14363.
Rubén Dario. (2016) Cervantes 400 años de legado. Intermedio Editores S.A.S. Bogotá.
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