Humedales de Bogotá: entre lo urbano y lo silvestre
El pasado 23 de febrero durante la celebración del día Internacional de los humedales, se presentó oficialmente el “Protocolo de Rehabilitación y Recuperación Ecológica de Humedales en Centros Urbanos”. Esta guía ofrece los principales lineamientos para el manejo de este recurso.
Dos modelos diferentes de recuperación son hoy día referentes del manejo de humedales en Bogotá. En el Humedal de la Conejera en la localidad de Suba, la especie humana es intrusa en un ambiente en el que la única prioridad es el restablecimiento del entorno natural en el que especies endémicas de aves, pequeños mamíferos y vegetación originaria de la zona, encuentran un espacio de conservación de un ecosistema que estuvo a punto de desaparecer.
En una propuesta diferente, el humedal Juan Amarillo se recupera en lo que se denomina parque ecológico, destinado a la recreación pasiva de la comunidad, con senderos pavimentados, mobiliario urbano, y un espejo de agua propicio para la recreación. Tanto en el uno como en el otro, la protección de la biodiversidad se ejerce con diferentes niveles de éxito. La decisión de optar por uno u otro modelo en los humedales de Bogotá, recae fundamentalmente en la comunidad, de acuerdo con el protocolo recientemente publicado.
«Uno de los objetivos del Plan de Gestión Ambiental del Distrito Capital (Decreto 061 de 2003) es el de conservar la biodiversidad, con el propósito de mantener, restaurar, incrementar y aprovechar de manera sostenible la oferta ambiental del territorio a escala local, distrital y regional y en él se establece, como prioritario, el desarrollo de programas y proyectos para la conservación de los bienes y servicios ambientales que ofrecen estos ecosistemas, entre los que se destacan:
• Conservación de la biodiversidad (en especial de la fauna endémica y migratoria).
• Mantenimiento de la conectividad ecológica entre los cerros orientales y el río Bogotá.
• Diversidad paisajística y embellecimiento escénico de la ciudad.
• Oferta biofísica para la recreación y la educación ambiental.
• Amortiguación hidráulica de las crecientes (prevención de inundaciones).
• Recarga de las aguas subterráneas de la sabana.» (Protocolo de Rehabilitación y Recuperación Ecológica de Humedales en Centros Urbanos)
Altus visitó los dos humedales en proceso de recuperación. He aquí nuestra experiencia:
Juan Amarillo
Fue necesaria la intervención de una firma de ingenieros en el proceso de recuperación de este espacio. Al ser esta zona susceptible de inundaciones en temporada de lluvias, este humedal se convirtió en una laguna en la que se depositan las aguas del fuerte invierno, previniendo inundaciones en los barrios adyacentes. El césped está cuidadosamente podado, senderos pavimentados invitan a las familias y a sus animales domésticos a recorrer este parque ecológico. Las risas y juegos de los niños se sobreponen a los sonidos de los animales silvestres, quienes deben estar escondidos esperando a que la invasión dominical de la especie humana les permita nuevamente acercarse a las orillas del lago sin temor. Una pareja de novios se promete amor eterno en una banca desde la que contemplan el juego de una familia con sufrisbee y su perrito… Una que otra ave sobrevuela tímidamente, a gran altura. Bicicletas, balones, moda, vasos plásticos, variada oferta de helados, mazorca, globos, cometas tempranas intentando elevarse fuera de temporada. No podemos concentrarnos en nuestra lectura. Demasiada recreación pasiva.
La Conejera
La recomendación de guardar silencio que nos hace Angélica Hernández, Ingeniera ambiental quien cubre hoy su turno como guía de la Fundación Humedal de la Conejera, pareciera superflua. Es como si encerrado en una cápsula, ingresáramos a un templo en el que la naturaleza gobierna con sus propias leyes.El sonido de las aves, la frondosa vegetación, los senderos iluminados por la luz que se filtra por las ramas de los árboles, inspiran en nosotros un respeto inmenso. La paz se toca, se huele, se escucha, se goza. La aves se posan en las ramas de los árboles sin temor. Están en su territorio.
“Perkins”, un altivo ejemplar de Tingua Roja, se pasea orgulloso por el tapete de buchones justo al borde del muro de juncos sabaneros que constituye su hogar y su hábitat natural. No se asusta con nuestra presencia.Me alegro al encontrar que finalmente encontró a su pareja, y es el orgulloso padre de dos polluelos, quienes aprenden a escarbar entre la vegetación en procura de su alimento. No es fácil encontrar un lugar a la orilla del humedal para sentarse a contemplar la maravilla de la naturaleza en su estado original.
Con paciencia, sentados en el suelo, los curíes y comadrejas se dejan ver, nadando entre la tupida vegetación acuática, o recorriendo los senderos que conectan sus madrigueras. Las comadrejas se alimentan de los huevos de las especies de aves que anidan en la superficie del humedal y su población se ha multiplicado en los últimos años, pero “Perkins” y su pareja ya aprendieron a proteger sus hijitos, y por turnos cuidan el nido para asegurar que la vida siga su curso, naturalmente, sin intervención humana.Una mariposa amarilla se posa en las flores justo enfrente de nosotros, disfrutando su libertad, y su recién adquirida habilidad para el vuelo.
A pesar de ser el final de la primera temporada de migración del pato canadiense, sólo pudimos ver un par de ellos sobrevolando el lugar, ejercitándose quizás en el largo vuelo que deberá llevarlos de regreso a su lugar de origen, al norte del continente.
Una pareja de monjitas, hermosas aves de brillante color amarillo, coquetea entre las ramas de los sauces llorones, emitiendo en su travieso vuelo, los trinos previos al apareo. Sobre nosotros, un halcón ha visto los polluelos de “Perkins” quien guía inmediatamente a su familia a la protección del juncal, en donde el halcón no tendrá el espacio para maniobrar y convertir a sus polluelos en su almuerzo dominical.
«Perkins» es un veterano y ha aprendido a defenderse de sus amenazas naturales. Nos mira con cierta desconfianza, pero tiene la certeza de que no somos nosotros quienes pondremos en peligro su descendencia. Sólo somos intrusos, espectadores ante este despliegue de vida. Al final de la tarde, las garzas blancas empiezan a posarse en las ramas de los árboles más grandes, a la orilla del humedal, después de su diario recorrido por los potreros de la sabana, buscando su alimento al pie del ganado.
Alimentados por la experiencia espiritual que habitualmente nos envuelve cuando visitamos este espacio, agradecemos a Angélica, representante de aquellas organizaciones que hacen posible que espacios sagrados como este, nos permitan convertir las tristezas en profunda alegría, cargarnos de renovada energía y vitalidad, y prepararnos para asumir con altivez –aquella que nos enseña «Perkins»- el hecho de que somos parte de las criaturas vivientes que merecen la felicidad. Y volvemos a soñar.Dos modelos, dos estilos de vida: Entre lo urbano y lo silvestre.
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