El arte de convivir con la muerte
Por: Valentina Martínez López
La tanatopraxia es un trabajo que vale la pena reconocer. Dorlis Rangel es un hombre de 37 años. Su arte está en las funerarias.
Tanatopráctico es alguien que se dedica a la conservación y maquillaje de los difuntos para que sus familiares los vean en las mejores condiciones. Dorlis es un costeño que dejó todo su pasado en el Atlántico y sin nada en sus manos, llega a la capital del país a buscar trabajo en lo que siempre le ha apasionado.
La guerra le quitó a su mejor amigo y desde allí empieza su amor por la tanatopraxia. La muerte se ha convertido en su principal fuente de trabajo, muchas historias han pasado por su vida y aunque tuvo que recibir numerosas clases de psicología, Dorlis está seguro que quiere continuar con su arte que ha venido desde hace ocho años.
Con el carisma y su lado humano, este hombre de tez morena y sonrisa enorme ha tenido que seguir con su vida, pese a que el trabajo le quitó la poca familia que tenía en Bogotá, su ex esposa y su hija de seis años.
Dorlis, huérfano de padre y madre, hoy no se atormenta por su pasado ni presente. Todo lo que tiene es la funeraria Inversiones y Planes para la Paz, a donde llegó a demostrar las habilidades que tenía con los difuntos.
«La tanatopraxia ha hecho que aprecie más mi vida y valore cada oportunidad que Dios me ponga en el camino y aunque sea mi trabajo lo único que tengo, hoy son miles de motivos para sonreir», dice Dorlis.
En Santa Librada, Usme, pasa sus día a día en una habitación en arriendo y aunque haya llegado a Bogotá sin nada y ahora no tenga mucho, la sonrisa no se la quita nadie.
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