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La globalización del terrorismo político: boomerang de los tiempos contemporáneos

Por: Claudia C. Veloza Rico

«Había de todo entre los escombros… restos humanos, muebles, zapatos, bolsos, recuerdos, objetos personales. La gente se tiraba desde los pisos altos, otros corrían en todas direcciones y los trabajadores de rescate intentaban evacuarlos del lugar».

Esto es lo que relata Roger Smyth, un hombre de 36 años mientras que, sumido en sus recuerdos, rompe en llanto tras los sucesos del 11 de septiembre de 2001. Indudablemente, los actos acaecidos el 11 de septiembre de 2001 develaron un secreto que a voces se estaba gestando desde hace décadas, pero que, con la intensificación de la globalización ya hace un siglo, adquirió vigor y su alarma recordatoria tuvo lugar en Estados Unidos ocho años atrás: la globalización del terrorismo.

El tema del terrorismo es sumamente vasto y, como la quimera, ostenta diferentes cabezas o perspectivas. En este escrito se analizará el proceso de agudización del terrorismo político desde la Primera Guerra Mundial, que con el auge de la globalización aceleró cuánticamente la conflictividad internacional.

Como punto de partida, es imprescindible tener claridad sobre lo que entendemos por terrorismo. La Real Academia Española define la palabra como “dominación por el terror o la sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror” Desde esta perspectiva resulta lógico afirmar que, desde los albores de las primeras civilizaciones fluviales del mundo, se impartió el terrorismo para tener un método de coerción intimidante y para preservar el orden social establecido. Posteriormente, la Iglesia, mediante la Inquisición, aplicó el terrorismo como instrumento de acatamiento moral a través de la justicia divina. Para completar el escenario, los cientos de reyes, faraones, mandatarios, etc., en su condición de dirigentes supremos fueron agentes intelectuales o materiales de atroces expresiones de terror.

Sin embargo, el término ha evolucionado vertiginosamente y no se puede generalizar una definición concreta que abarque el terrorismo político en todas las regiones del mundo. Pese a la magnitud de este problema que crece rápidamente, los expertos de la ONU estandarizan la idea como “Cualquier acto destinado a causar la muerte o lesiones a un civil o un no combatiente cuando el propósito de dicho acto sea intimidar a una población u obligar a un gobierno o a una organización internacional a realizar un acto o abstenerse de hacerlo». En la definición no se recogen los actos contra militares o miembros de las fuerzas de seguridad.

La globalización es un proceso fundamentalmente de origen económico, pero con la apertura y penetración a distintas regiones también ha permeado esferas políticas, sociales, económicas, entre otras. Su dinámica está medida y, hasta cierto punto, manipulada por los medios de comunicación (que se apoyan y además promueven tecnologías de alta calidad); conecta a todos en tiempo real. Por ello, las disputas aparentemente lejanas inciden en todo el mundo y sus resultados, tarde o temprano, como cáncer, afectan al resto. La alineación de bloques económicos o militares y la movilización trasnacional de las contiendas facilitan la colectividad del conflicto.

Hechas estas salvedades, podemos observar retrospectivamente que tanto la Primera Guerra Mundial (1914-1918) como la Segunda (1945-1948) y sus respectivos períodos transitorios de Paz Armada (1905-1914) y Guerra Fría (1948- 1989), por nombrar sólo a Occidente, aran el terreno ideal para las discrepancias internacionales, sea por entes políticos, económicos, sociales, culturales, o religiosos. Y a esto se adicionan las convulsiones milenarias de Oriente. La antigüedad y complejidad de estas disputas entorpece una tregua genuina entre todos los protagonistas.

El desarrollo de las dos grandes guerras trajo consigo el crecimiento del campo científico a partir de las necesidades armamentistas y logísticas, como armas biológicas, armas químicas, bombas, y también técnicas guerreras: empleo de intimidación física y/ o psicológicas, secuestros y extorsiones, entre otros.

El 11 de septiembre fue un detonante para mostrar esta problemática como un flagelo que afecta a todos los habitantes del globo; donde no existe un límite nítidamente definido entre buenos y malos, verdugos y victimas, terroristas y civiles, puesto que los actores más visibles de este conflicto tienen características que los hacen simultáneamente generadores o víctimas. Además la globalización ha propiciado la imposibilidad de determinar un único promotor del terror.

Ante la multiplicidad de matices que componen este fenómeno, el terrorismo político se ha multiplicado de forma mucho más dañina y masiva en los últimos cien años, aunque los ejes del conflicto social, económico, político, territorial, cultural y religioso pueden tener antecedentes de milenios (como el conflicto árabe- israelí, por poner un ejemplo).

Lo último que podemos resaltar del tema, en vísperas de su ocaso, es la inminente necesidad de trabajar en equipo, no para simplificar los hechos en este atolladero con premiados y castigados, sino para conciliar y proponer alternativas de solución con las que, los afectados en el conflicto salgan victoriosos e incentivar comportamientos y ambientes de sana convivencia. Sobre todo para ver las causas de estos conflictos, como por ejemplo el colonialismo, que despojó a muchos pueblos de sus territorios, sus valores, religiones, creencias y riquezas (Bosnia, Palestina…), o el imperialismo que busca en realidad un interés económico (Irak, Afganistán, Israel). De lo contrario, las discrepancias y enfrentamientos futuros llegarán a una destrucción y unos costos más altos. Además, la situación se complicará si se reúnen varias naciones (Primera y Segunda Guerra Mundial), armadas con artillería tan letal como las bombas atómicas o las armas biológicas y química. Entonces, el pronóstico que se le da a la civilización: sería su extinción total.

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