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Desplazamiento forzado: Los marginados de colombia

Por: Jéssica Cáceres

¡Que triste quedó mi Rancho y abandonado/ porque tuve con mi negra que irme de allí! ¡Quedó mi trapiche solo, todo acabado/ ya no es la misma tierra que conocí!
¡Cómo añoro y recuerdo al viejo Tolima! ¡Cómo con mi morena podía vivir!
Hasta que en una tarde de crudo invierno, tuve que con mi negra salir de allí…
Me quitaron el rancho con las vaquitas, que aunque eran tan poquitas eran de mí.
¡Cómo te extraño entonces viejo Tolima! ¡Cómo quisiera ahora volver a ti!

Los versos interpretados por el dueto Silva y Villalba parecen ser la descripción más poética, dulce y sublime de la tragedia en que se ha convertido la vida de Alfredo Molano por culpa del desplazamiento forzado. Hace 4 meses Alfredo, un santandereano de 48 años se sentía feliz. Vivía con todas las comodidades en su pequeña casa de ladrillo construida en el barrio Girardot en el norte de Bucaramanga. Con sus 5 hijos y su esposa compartía una vida tranquila, con comida garantizada todos los días, con amistades, con dignidad y respeto. Hoy, se encuentra deambulando en la Plaza de Bolívar de Bogotá, ubicada en el corazón de la ciudad entre las carreras 7ª y 8ª con calles 10ª y 11ª. Alfredo se encuentra a 394 Km. de su tierra. Esa de la cual fue desterrado y expulsado por las Águilas Negras.

Su voz tiembla al relatar el día en que las Águilas Negras llegaron a su casa con el ultimátum: “24 horas para que se largue o lo matamos”, sus manos se encojen y pareciera que pasara un frío por su cuerpo. El frío que produce el miedo a la muerte. Ese miedo que fue lo único que se trajo con él. Y que lo hace sentir sin identidad, sin sombra.

Cuando Alfredo se acerca lo hace con la cara disfrazada de sonrisa. Porque sabe que si no vende las velitas de incienso, que logró comprar a un precio muy barato para venderlas a los transeúntes, no tendrá al final del día los $2.500 pesos para el baño y los $10.000 pesos de la pieza donde se quedan su esposa y sus 5 hijos. Pero sus ojos lo delatan. Dejan ver que esa sonrisa es falsa, en ellos hay un dolor latente, son dos ojos que han perdido la tranquilidad. Se ven oscuros, cargados de angustia, de rabia e impotencia. Los ojos de hace 4 meses han cambiado, la mirada ya no se reconoce.

Todo su cuerpo refleja esa condición de desarraigado. Sus manos están negras, descuidadas, marcadas por el hambre. Sus piernas y brazos están inundados de pequeñas cicatrices, resultados del paso de un gigante batallón de pulgas que lo atacaron cuando llegó a Bogotá. Como si ellas fueran conscientes y supieran que él no pertenece a la gran ciudad, que ese no es su lugar. Este ejército de seres diminutos lo enviaron 15 días a un hospital. A pesar de las marcas que dejaron en su cuerpo para Alfredo fueron los mejores 15 días que ha tenido en los últimos dos meses, porque tuvo comida y techo asegurado.

Y mientras su aliento amargo inunda, viola y se adentra en mis fosas nasales, Alfredo alza la mirada, mostrando la gran tragedia. Seres desplazados pidiendo una limosna frente a la catedral primada, el primer templo del poder construido en la parte oriental de la plaza en el año 1538. Se encuentra en el centro político, administrativo, religioso y cultural del país, pero se siente sin patria, sin hogar, ya que solo hace parte de cifras, de noticias y de chivas periodísticas que llenan espacios en noticieros y publicaciones.

Pero aún así humillados y ofendidos por los actores de la guerra, son sobrevivientes, son dignos. Porque el desplazado lo pierde todo, por suerte no pierde la vida. Por esto no quieren compasión, quieren soluciones por parte del gobierno, por los representantes que ellos eligieron y por la ciudadanía en general. Aunque lo único que han logrado conseguir es rechazo e indiferencia.

180 grados es poco para describir el giro que sufren los fugitivos de la guerra. Después de vivir bien, llegan a conocer los niveles más bajos a los cuales pude llegar una persona. Conocen el hambre, la miseria el rechazo de los otros, “duele ver como cambia la vida de un día para otro, tenemos una etiqueta en el cuerpo, somos desterrados, no pertenecemos a ningún lado, nos tratan como guerrilleros, pobres y ladrones”.

En los desplazados la nostalgia es latente. Solo existen recuerdos de sus vidas pasadas. De sus hogares y de sus amistades en cualquier parte de Colombia. Ahora son victimas del marginamiento, del sol y la lluvia. La cifra de desplazados en Colombia supera los 14 millones «El problema de los desplazados internos en Colombia es una de las situaciones más graves del mundo» así lo afirma la ACNUR, agencia de la ONU para los refugiados. Además con el informe de la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento Codhes, se confirmó que en el 2008 habrían sido desplazadas más de 380.000 personas. El Gobierno por su parte afirma que en el mismo año la cantidad de desplazados habría sido de 254.000. Pero estas cifras no cambian la realidad.

Colombia después de Sudán es el segundo país del planeta con el problema más grave de desplazamiento forzoso por la violencia. Se gana este puesto por los millones de habitantes desplazados en todas las ciudades, especialmente en Bogotá donde diariamente llegan un promedio de 50 familias en esta situación.

El gobierno los ve como cifras, pero son miles de colombianos productivos, con tierra, ganado, vivienda y una economía propia que se convierten en pobres absolutos, dependientes de la ayuda del Estado por las acciones de los grupos al margen de la ley.
El sentimiento de desarraigo continuará en ellos hasta que alguien del poder tome conciencia de la situación de indigencia en la cual viven o hasta que los colombianos tengamos la oportunidad de elegir de nuevo presidente porque este gobierno los ha olvidado.

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