El cuerpo como mapa de un viaje personal (II)

A la conquista del cuerpo perdido
El roce como reconocimiento del cuerpo como mapa, es como la palabra a las cosas. Una vez se nombran, existen; así mismo el roce, una vez se toca alguna parte del cuerpo; ésta se reconoce. Antes del toque no se existe como región corporal conquistada.
Si el cuerpo es el mapa del territorio por conquistar; y el individuo mientras viva debe conquistarlo, -primero el suyo y luego descubrir el de otro-, ojalá mediado por amor y deseo; es una tarea compleja para la cual nos preparamos día a día.

El primer día que un bebé tuvo la desagradable experiencia de quemarse con algo muy caliente, sea el tetero, un líquido o el sol; ese día, la piel del bebé se presenta como inexplorada para el mismo y la experiencia vivida quedará registrada en su memoria sensorial, lo cual le permitirá al ahora bebé y más adelante niño, evitar quemarse con ciertas sustancias.
Es así como este roce o toque presentado entre una superficie o sustancia externa y la piel del bebé, serán parte de la auto construcción que el bebé hace de su superficie o mapa corporal, y que alimenta día a día. En el caso de producirse una quemadura de tercer grado, y dependiendo de la manera en que su piel reaccione y cicatrice y los cuidados posteriores; esta vivencia se verá reflejada o no en su piel, como quien pone una bandera en un terreno colonizado por el dolor.
Así cuando miramos la piel de un cuerpo, no con la mirada de un cirujano estético, la cual sería: ¿Qué se puede cambiar en este cuerpo imperfecto? Sino con la mirada de un explorador, de un descubridor, diríamos algo como: ¿Qué ocurrió acá o acá… que accidente, que momento vivido, que travesura, que olvido o que cuidado se tuvo consigo mismo…? preguntas así serían las que al mirarnos al espejo deberían invadirnos, y no como ocurre a menudo: ¡como estoy de gorda, estoy muy arrugada! o… ¿A qué hora se me manchó así la piel?
Son diferentes formas de ver una misma manifestación, una evidencia. El mismo principio del tan conocido ejemplo del “vaso medio lleno o medio vacío”, una circunstancia se puede ver de muchas maneras según como nuestro interior esté dispuesto a recibirla en nuestra experiencia de vida.
Es así como algunas de las personas con limitaciones de movimiento, buscan otras formas de desplazarse y comunicarse que no requieran determinados movimientos que les son imposibles realizar. La naturaleza humana es
La evolución biológica la podemos comprender al estudiar las normas de la naturaleza, así como el concepto del azar y el desarrollo nunca estático, siempre constante de los seres vivos.
Por otro lado es importante acercarnos a la teoría general de sistemas, mediante la cual es posible comprender cómo toda acción de una parte por minúscula que parezca, afecta a un todo, unidad mórfica u holón, conociendo que los campos según Sheldrake: “… son regiones inmateriales de influencia…son el medio de «acción a distancia», y a través de ellos los objetos se afectan entre sí aún sin estar en contacto material.”(Sheldarake, R. 1990).
Es decir, si nuestra unidad mórfica u holón por excelencia es el cuerpo, este es un sistema compuesto de partes, las cuales están íntimamente relacionadas unas con otras y son a su vez causantes y consecuencias. Somos en efecto seres holísticos y el sistema corporal es un sistema holístico por ende.
Algunos de los campos (como es el caso de los electromagnéticos) circundantes no los detectamos de manera directa por medio de nuestro sistema sensorial, sino que requerimos de receptores artificiales para sintonizarlos. El hecho de que no los veamos no quiere decir que no existan ni nos influyan. En esta medida, podríamos afirmar que en el juego cotidiano de la vida, hay factores que conocemos y podemos llegar a controlar, mientras que otros son producto del azar y de las normas de la vida con los cuales solo podemos fluir para llevar acciones a feliz término.
Así como requerimos de transmisores para captar ciertos campos, el tacto es una especie de transmisor entre “uno” y “otro”; un canal por medio del cual es posible percibir emociones profundas que se develan en la piel.

En este juego cotidiano de la vida, en el caso de los niños; parece que no se encuentran del todo preparados para el complejo reto que implica vivir. Las presiones que ejercemos los adultos sobre los niños, llevan de manera alarmante y cada día a que más y más niños se suiciden, como única salida de este juego. Es muy triste este panorama que afrontamos. Pero, qué tiene que ver esta terrible realidad con nuestro tema en cuestión, el tacto, el roce?
Si el tacto permite reconocernos en tanto unidades mórficas, holones que evolucionan; y un niño a la corta edad de 5 años, puede llegar a la conclusión de que para jugar a vivir no hay otra salida que la de emergencia, la muerte provocada, el suicidio… esto puede invitarnos a pensar, que el niño no ha colonizado su mapa corporal, por consiguiente no conoce qué herramientas tiene para afrontar los impases del juego cotidiano.
Las reglas están por todos lados, claras o no le son impuestas al niño sin reparo. Sin otredad. Es allí donde se comienza el no reconocimiento del niño como otro, otro cuerpo, otro ser, otra mente, otra alma. El niño puede pasar inadvertido por los adultos (que pueden bien ser sus padres) quienes no lo ven, tampoco lo oyen ni lo tocan.
No hay roce o muy poco entre ellos, debido a que en el tiempo-espacio de Einstein, estos adultos no aparecen como cojugadores cotidianos, el niño está solo con sus tareas, sus deberes, y en ocasiones tiene “cuidadores o guardianes” pero no son las personas que deberían estar acompañándolos en el juego diario de la vida, los que deberían modelar sus unidades mórficas u holones a partir de su ejemplo y presencia.
Estos cuidadores o guardianes, son muchas veces las personas que deben hacer tareas de limpieza en el hogar como las empleadas del servicio y en otros casos los conductores, que con las mejores intenciones; aportan a la
Este toque, este mismo roce que les permite reconocerse como hombres o mujeres a futuro, como cuerpos habitantes de espacios-tiempos, estos futuros holones descompuestos, desarmados, despedazados que muchas veces no llegan siquiera a su adolescencia. Otros llegan, pero allí terminan de romperse.
Es el roce, el tacto el que a manera de pegamento emocional permite sanar heridas, sellar orificios, huecos por donde se puede salir el alma. Toquemos amorosa y respetuosamente a nuestros hijos, hagámoslo por el bien de la humanidad que sufre y los niños que mueren y están pensando en suicidarse.
Referencias Bibliográficas
Sheldarake, R. La presencia del pasado: resonancia mórfica y hábitos de la naturaleza. Editorial Kairós S.A. Barcelona, 1990.
Sin Comentario