Adiós no eterno. Adiós a Gabo


Con el tiempo comprendemos que la responsabilidad es cada día más grande. Añoro los tiempos del periodismo investigativo. La época en que valíamos más por la dedicación que por la «belleza», o por cómo registrábamos, la cámara era lo de menos. Lo importante era la gente, contar una buena historia y registrar lo que estaba sucediendo…
Nos metimos en «lios», y de qué tamaño, por decir la verdad, pero valió la pena… La Escuela de las Margaritas: Vidal y la Mesita, de Don Juan Gossaín, la Pontona, Mau Vargas, mi Ñeco Alvarito García, Adriana La Rotta, la Pili Calderón, claro con la magia narrativa audiovisual de mi Fiorillo, quien siempre decía «cuente la historia con imágenes, eso es lo importante…» la crítica de mi Daniel Coronel. Hoy a todos ellos y tantos más, que no nombro, pero que saben que los amo, les digo que VALIÓ LA PENA, REGRESAR A MI AMADO PAÍS, a estudiar esta vaina llamada: Periodismo.
Con el tiempo entendí que uno se hace, que no nos hacen en la Universidad, aunque la mía es de las mejores, La Sabana, sin el «osea» de ahora, pero donde tuvimos natación (en mi caso). Viejos y hermosos tiempos… Hoy ya podemos enseñar y lo mejor demostrar que sin experiencia no somos nada, pues esto de las letras, del periodismo, de plasmar con imágenes momentos y ser capaces de echar el cuento bien, se debe llevar en la sangre, y es labor de todos los días.
Mis colegas, mis amigos, parceros corresponsales y semillitas que he tenido el placer de formar y motivar para que sean los mejores, debo decirles a todos que me embarga una enorme tristeza. Hice un listado y nos han dejado muchos. Hoy le rendimos homenajes al Gabo, un ser maravilloso, que con todas sus imperfecciones humanas, marcó mi vida.
Por su culpa, me han echado de clase, me han criticado, señalado de socialista, comunista, todo por amarlo y admirarlo como escritor y después como persona. Y con la sinceridad, tan mía, pero con respeto, debo decirles que me importa un carajo. Llevaré al Gabo que conocí en el alma, por su humanidad, por su sencillez, porque trabajar con él y con todos los que han pasado por mi historia ha sido un regalo, un baile, un placer que me dio la vida.
A esos que, como Gabo, ya no están, sé con certeza que los veré cuando llegue mi hora de partir y seguro allá, en donde sea que nos toque ir, volveremos a contar historias y, de mi parte, como periodista, porque lo seré aún después de muerta, ENTREVISTARÉ y preguntaré a Moisés el cómo, qué, cuándo de los Mandamientos y claro que me explique lo del Mar Rojo, para poder contarle al Gabo y a otros.
Y donde sea que le toque a él, creo que el Gabo tendrá su casa en el aire, pero lo que si sé es que el Creador le permitirá disfrutar, como el mejor esposo, de su amada y única Merceditas, esa que con certeza no le hizo una diatriba de amor… Al respecto de la fidelidad, una vez García Márquez me dijo: «Lolis el hombre deja de comer pollo en casa, para comer mierda en la calle». Y con semejante frase ese día dejé de llorar, por un amor que un día se marchó.
El Gabo nos dejó una enorme herencia, la mía en el alma, y somos responsables todos de dar a conocer ese legado en las generaciones venideras. Así que a leer, volver a leer o releer. Para contar y recontar historias. Así no sean las de Macondo.
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