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TRABANDO EL ARTE

Gracias a la llamada de los “chicos de Altus” recobré mis vínculos con la universidad en la cual estudié derecho en 1988. Muchos de los lectores que posee la revista ni siquiera habían nacido cuando yo entre a estudiar a la Sergio. Me dijeron, literalmente, “oiga Diego, usted es egresado de la Sergio, escriba para la revista que nosotros le publicamos. Cualquier cosa, hablamos por facebook o por twitter”.

Yo, ni de lo uno ni de lo aquello. No tengo Facebook ni Twitter, me sentí viejo. Unos “pelaos” de menos de edad de mis hijos manejan la revista digital de la Sergio, donde yo estudié. En mis tiempos era impensable. Me sentí todavía más viejo. Pero aún más preocupante, no se me ocurría qué escribir.

Dije: “pues hagamos una guía de qué hay colombiano en Londres (ciudad donde resido)” –¿así o más trillado? – Arrepentido, pensé en comentar sobre mi vida profesional. Muy ególatra. Luego pensé en hacer una reseña sobre qué libros colombianos encontraba por acá. ¡EUREKA!-

Salí a darme un vuelto por el centro de Londres. Por esta época el clima recuerda a Bogotá cuando cae granizo (eso sí, sin inundaciones). Tal vez sea por el frio, la ciudad aparenta estar congelada en el tiempo. Entré a una biblioteca, y oh sorpresa, encontré una sección de literatura latinoamericana traducida al inglés. Seguramente algo colombiano encontraría. Pero más allá de García Márquez, de Colombia nada había.

Aburrido, me fui a la sección de arte, a ver si encontraba algo medianamente interesante. Del proyecto de escribir sobre libros colombianos en Inglaterra me olvidé por un buen rato, hasta que encontré un libro de Nicolás Gómez Dávila, full en inglés. Se me alegró el día. Gómez Dávila, pensador sin igual, es muy conocido por estas latitudes aunque en Colombia poco se sepa de él.

Pero mi gran descubrimiento, el gran tesoro que hallé, estaba al lado de los libros de Gómez Dávila. Otro Gómez, otro colombiano, pero Gómez Echeverri: Black and White, Martha Traba in the Colombian TV. Al ver el librito miles de recuerdos vinieron a mí.

En contraste con la conversación con los chicos de Altus, estos recuerdos me hicieron sentir joven. Corría el año 1967, yo tenía escasos 19 años (ya ven, estoy en derecho de sentirme viejo), era un joven estudiante de bellas artes y antropología de la universidad nacional. En aquellos días uno podía estudiar dos pregrados al tiempo.

Una de las clases en las que yo estaba inscrito se llamaba “crítica del arte”, un coco. Todos sufrían, se le consideraba la cuchilla de la carrera. Definía si uno iba a ser artista, o si iba a ser crítico; curador, historiador o si realmente uno no servía para nada relacionado con arte.

La docente titular de la asignatura: MARTA TRABA. Así era, Marta Traba: la crítica de arte más cotizada del país en ese momento. Una señora más preparada que un yogurt: títulos en la UBA, UNAM, la propia nacho, Dijon, Royal London. También, docente de la U. de los Andes y esporádicamente de la Tadeo, que para esos años eran universidades relativamente nuevas.

Ya qué carajos importaba hablar sobre libros colombianos en el Reino Unido. Vamos a hablar de mi experiencia como estudiante de Marta Traba. Recuerdo mi miedo como si fuera mi primer día de clases. Yo quería ser fotógrafo y, en esa época, en Colombia las academias de bellas artes aún no sabían si obturar una cámara era digno de enseñársele a un artista.

Cuando inscribí la materia eso se hacía a mano. Con una fila gigante y todos acomodando horario, al punto que muchos terminaban dándose en la jeta para poder ver una materia ¡En esos tiempos qué sistema ni qué diablos! Supuestamente otros 20 sujetos la verían conmigo.

Al llegar el primer día, éramos unos 12 en la clase. Todos nos mirábamos. De hecho, había un repitente. En los 60 repetir una materia era algo grave y lo dejaba a uno verdaderamente fichado, al punto de perder el cupo. Los reportes de notas llegaban por correo a la casa y si uno vivía con los papás, ya se imaginaran el caos.

Era una clase de dos horas por la mañana. La señora Traba nos hizo esperar 40 minutos. Hubiese sido cualquier otro profesor, todos se hubieran largado. Pero era ¡MARTA TRABA! ¿Quién se iba a ir? Finalmente llegó. Tenía un marcado acento argentino, a pesar de vivir desde finales de los 50 en Colombia.

Sus primeras palabras fueron: “El arte es progreso, y el progreso implica avance. Muchas veces para avanzar en el camino hay que abrirse paso. Imagínense que ustedes son unos aventureros y van por la selva, para avanzar hay que cortar ramas. Eso es lo que hace el arte. A veces tiene que destruir y apartar para avanzar.” Puedo dar fe porque aún tengo una vieja libreta amarilla, las que usábamos los universitarios de ese tiempo, con los apuntes de esa clase.

Se disculpó por la demora. Nos aclaró que su demora se debía a una reunión en el museo de arte moderno. Alguien le había dicho a la señora Traba que prestara el museo para artistas colombianos. Según nos dijo, algunos de estos artistas no eran artistas modernos ¿Entonces para qué querían exponer en un museo de arte moderno?

Un aventurado compañero, conocido militante del partido comunista, zurdo a morir y revoltoso por naturaleza, le preguntó a la señora Traba sobre el nombre del museo. “¿Por qué se llama museo de arte moderno, si lo moderno pertenece al siglo XIX? Muchos autores consideran que el periodo que vivimos hoy en día es la contemporaneidad o el postmodernismo”.

La señora Traba, con su acento argentino y un aire de cinismo respondió: “porque era lo más sencillo, el pueblo entiende por moderno algo actual. El museo es el museo del arte actual, por eso se llama moderno. Los museos son para que vaya el pueblo. Para que el artista se haga conocer y querer por el público, y el público le dice moderno a nuestro tiempo. Los asuntos de nombre sólo preocupan a los historiadores y a los lingüistas. Ni al espectador ni al artista le importa eso.”

Las clases fueron avanzando y la cátedra de la señora Traba más que una asignatura donde se nos enseñaría crítica del arte, era la primera cátedra de algo que hoy en día se llama marketing artístico.

Hoy, haciendo una reflexión, a casi 50 años de esos días, Marta Traba me parece la primera mercader del arte contemporáneo. Más allá de la crítica, el análisis y la apreciación artística, lo de Marta Traba era puro marketing.

Por esos años, la obra de Obregón, Botero y Negret ya se iba consolidando como el sello artístico colombiano. “Arte Vanguardista” decía Traba. Sus apadrinados eran descritos por ella como los salvadores del arte. “Los que le quitarían a América latina ese nexo indigenista que ha mantenido el progreso estético estancado.”

Marta Traba demostraba en sus clases un cierto trato diplomático al muralismo, el costumbrismo y el folklorismo. Pero también condenaba estos movimientos, tildándolos tácitamente de retrógrados e impulsando la necesidad de progresar, de ir más allá.

Recuerdo que en cierta ocasión, Traba nos trajo una colección de diapositivas que con orgullo proyectó en uno de los talleres del edificio de la Bellas Artes. Las diapositivas eran de algunas obras de Andy Warhol “The American SuperMarket”, expuesta en Nueva York unos años antes. De un momento a otro el taller se llenó. En esa época unas paredes falsas dividían los talleres, y se debieron quitar para acomodar a quienes acudieron a ver a Warhol.

Era arte actual, arte contemporáneo, de cierta manera arte conceptual… era arte nuevo. Todos esperábamos oír el análisis estético, el uso del color y la forma, la técnica, la ideología. Pero nada de eso dijo Traba. Habló sobre la forma en la que Warhol se lograba vender y gustar al público. Los estudiantes atónitos copiaban en sus libretas. No hubo preguntas. Nadie se atrevió.

En los pasillos murmuraban sobre las clases de Traba. La mayoría la adoraba, y unos cuantos la empezábamos a repudiar. Traba era como el decano de la facultad de bellas artes, es más, yo ni recuerdo cómo se llamaba el decano de aquella época. Pero la palabra de Traba hacia y deshacía en la nacho, en el museo… en el país entero.

Si Marta Traba salía en la televisión diciendo que Botero era arte, el pueblo sabía que era arte. Antes de la existencia del ministerio de cultura, 40 años antes, Marta Traba era la Ministra de Cultura, la emisaria del arte, la patrona de lo estético en este país.

A Marta Traba se le creía por ser argentina, por salir en la TV, por tener una muy buena labia. El público, a quien ella decía apreciar incluso más que a los artistas, no tenía ni idea de sus títulos en la Sorbona y aun así le creían. Marta Traba era un icono mediático. Ella tenía el poder de hacer o deshacer la vida de un artista.

Supe por una compañera, que hoy es mi esposa, que en una clase Marta Traba llevó un grabado, el cual quemó frente a los estudiantes. El grabado era obra del pintor colombiano Gonzalo Ariza, quien había estudiado en el Japón. Su estilo era netamente oriental. Su obra logra capturar la esencia de la naturaleza colombiana al estilo de las de los grabados japoneses llamados Ukiyo-e.

Traba trató la obra de Ariza como una basura. Para ella era costumbrismo, era retrogrado, era todo lo que ella odiaba. Traba argumentó su derecho a destrozar el arte de Ariza considerando que “no hay nada de valor hasta la obra de Obregón y Ramírez Villamizar”. Traba, una extranjera, le dijo a Colombia que todo su arte era una basura hasta la llegada de sus apadrinados… y Colombia le creyó.

Las cosas no fueron fáciles para Ariza, tampoco lo fueron para Jorge Elías Triana, incluso Traba desvaloraba el trabajo de Jesusita Vallejo, tal vez la mejor acuarelista que ha tenido el país. Tampoco apreció la obra de Pedro Nel Gómez, muralista colombiano que trabajó junto a Diego Rivera, porque consideraba el muralismo como “el trabajo de cronistas, no de artistas”.

Así pues, muchos sufrieron la desdicha de no tener el aval de la señora Traba. De ahí que en las universidades se le tuviera pánico a Marta Traba. Los estudiantes buscaban tener su venia, e incluso la propia academia se prestó para hacer un plan de estudios que satisficiera las necesidades estéticas de Marta Traba.

Toda una generación, no sólo de artistas, sino toda una generación de colombianos, fue criada bajo el gusto de Marta Traba. Esto repercute en la actualidad. Marta Traba está tan latente hoy, como cuando vivía.

A Marta Traba debemos ese amor colombiano por un arte innovador. Pero lo que resulta innovador para alguien formado en bellas artes en una academia parisina, es extraño para el resto del público no formado. Gracias a Traba en Colombia la innovación artística es sinónimo de “extraño, raro e inentendible”.

Para darle un matiz popular e incluyente a este tipo de arte, Traba salía en la tv, intentando explicarle a un pueblo, que a duras penas sabía sumar, por ejemplo, el manifiesto que existe detrás del arte cinético.
Hay que hacer la salvedad, y a pesar del carácter impositivo de Traba, ella gustaba de la polémica y la controversia, de las cuales gracias a su cargo e influencia, siempre salía victoriosa. Pero la tv, y más la tv de los 60, no permitía ninguna polémica, ninguna controversia.

Hasta nuestros días, Colombia entiende por educación el acto de repetir, de memoria, aquello que un docente dicta. Esa es la mayor desgracia de la nación. La educación artística que Traba intentó impartir mediante la tv a toda una generación, no era otra cosa que las creencias, opiniones y pareceres de Traba, elevados al nivel de “dogma artístico”.

Nadie le dijo a Traba: “Doña Marta, con el debido respeto, eso no es así.” Y quienes pintaban aquello que a ella no gustaba prefirieron largarse. Muchos lograron el éxito que su propia tierra les negó, y muchos otros más fueron condenados al olvido.

Quién sabe a cuántos talentosos artistas colombianos desconocemos y olvidamos por el principio de autoridad que le atribuimos a un experto extranjero.

Algunos artistas colombianos de la generación “bendecida” por el mecenazgo de Traba, son los que hoy conocemos como los “grandes maestros colombianos”. Todos los conocemos, ya sea porque en realidad eran talentosos y se catapultaron por ese afán innovador de Traba, o porque de ella aprendieron “el arte del mercadeo de arte”.

Traba consiguió para ese entonces, mediados de la década de los 60, el mejor contrato que podía conseguir un artista: una obra para el estado. “Arte institucional” como lo llaman los teóricos.

Si bien estas obras lucraron a jóvenes artistas y consumaron a los veteranos, su alcance iba más allá de lo económico: El estado se comprometía con todo un manifiesto estético, y por ende, con un pensamiento. “Un estado moderno apoya el arte moderno” dicho por la propia Traba.

Basta con darse un paseo por la calle 26, o entrar a una que otra entidad estatal, o los andenes del parque el virrey, e incluso la entrada de la procuraduría nacional… este país se casó con el arte que Traba nos vendió, y el primer comprador fue el Estado.

El impulso innovador de Traba y sus privilegiados, trajo a Colombia, en plenos años 60 del siglo XX, a una situación de mecenazgo renacentista del siglo XV. El artista colombiano debía esperar que el estado, o un gran mecenas, le encargase una obra, para hacerse conocer, y finalmente poderle vender al comprador privado… Un problema manierista para artistas “modernos” colombianos.

Si a Da Vinci los grandes banqueros florentinos y las comunidades religiosas no le hubiesen encargado cuadros y esculturas, hoy no conoceríamos nada de él. Así mismo, si el estado, gracias a la influencia de Traba, no le hubiera encargado esculturas y pinturas a Botero, Rayo, Negret y otros cuantos… de ellos no conoceríamos nada, y seguramente nunca le hubieran vendido algo a un coleccionista privado.

Estamos en la época de la presidencia de Guillermo León Valencia, conservador, quien es recordado por la “milimétrica” (como él la llamó) distribución de cargos públicos, entre liberales y conservadores.
No obstante, Traba, quien como casi todo artista de la época le sonreía a la izquierda, tenía un cargo público, además de ser docente de una universidad pública.

Bogotá, por ese entonces contó con dos alcaldes que apoyaron, en mayor medida, el arte que Traba abanderó: Jorge Gaitán Cortes, quien tal vez sea uno de los mejores alcaldes que ha tenido la capital, gustaba rematar las obras públicas con una obra de arte de alguno de los “apadrinados” de traba.

La alcaldía de Virgilio Barco, en los dos últimos años de Traba, antes de su expulsión de Colombia, permitió a la crítica argentina experimentar una nueva faceta, en la cual se enroló más con la arquitectura pública que con el arte propiamente dicho.

Afortunadamente, desde a academia ya se empezaban a gestar los primeros atisbos de lo que se podría titular como “disidencia artística”. Uno que otro estudiante se aventuró a no comerle entero al discurso de Traba.

Gracias al comunismo (uno de las pocas gracias que el país le puede dar a ese pensamiento) la academia se empezó a interesar por el indigenismo y la cultura prehispánica. Esto llevó a los primeros roces entre los estudiantes interesados por sus raíces indígenas y Traba, una “vanguardista” extrema.

Este mismo comunismo, que impulsó un interés por nuestras raíces ancestrales, trastornó tanto el pensamiento de las academias colombianas que la universidad pública se politizó de manera absurda, cayendo el en radicalismo que hasta hoy le hace tanto daño a la academia.

En 1965 un movimiento estudiantil, que tomó gran fuerza en Medellín, organizó lo que serían las primeras grandes movilizaciones de la izquierda estudiantil, tal y como hoy la conocemos. Esto llevó al presidente León Valencia, a pedir la renuncia del entonces rector de la Universidad de Antioquia.

Traba manifestó su apoyo al rector. La clase dirigente se mostró indignada por la opinión de una extranjera en asuntos de política nacional. Este fue el primero de los muchos asuntos políticos en los cuales Traba se inmiscuiría y que en últimas influyeron en su expulsión de Colombia en 1968.

La presidencia de Carlos Lleras Restrepo se mostró mucho menos tolerante a las intromisiones políticas de Traba, fue retirada de la escena política nacional y relegada a su labor docente en la Universidad Nacional.

Siendo docente de la Universidad Nacional, por orden presidencial, los militares se toman la institución, e intentaron eliminar toda influencia política e intelectual que apoyara la disidencia radical. Traba fue la más famosa de los muchos docentes e intelectuales que fueron expulsados del país en esa época.

No obstante, en materia del Arte, la influencia de Traba sería imborrable. Desde finales de los 60 hasta su regreso al país en los 80, Traba se dedicó a un trabajo que resultaría mucho más influyente que sus clases y sus programas de tv.

Durante toda la década del 70 Traba llevó de la mano a sus apadrinados. Nueva York, París, Londres, Los Ángeles, Buenos Aires… Vitrinas de arte en las cuales el arte “trabista” colombiano se vendió a los ojos del mundo.
Botero, el más famoso de estos apadrinados, logró venderse como “marca colombiana” en los 70, porque Traba lo presentó a la prensa extranjera como el “genio” artístico colombiano.

Ya entrados los 80, la situación política del país permitió el regreso de Traba, consolidada como la maestra, matrona, mecenas, sabia y todopoderosa crítica del arte colombiano. A la que la nación debía ser reconocida como fuente de arte en el extranjero, al punto que la hicimos ciudadana en 1982.

El regreso de Traba fue trágicamente corto, pues al año siguiente muere en un accidente aéreo, en España, uno de los peores accidentes aéreos en Europa y el más trágico de la aerolínea Avianca.

Traba viajaba con otras personalidades de la cultura mundial como invitados por el gobierno colombiano al primer “Encuentro de la Cultura Hispanoamericana”.

El mundo del arte lloró la muerte de Traba, incluso sus detractores destacaron los innegables aportes que la argentina brindó al arte Colombiano. Argentina, Colombia y España declararon duelo nacional. Los homenajes no se hicieron esperar.

Marta Traba partió de este mundo a una edad relativamente joven, 53 años que fueron suficientes para sentar las bases del arte de una nación. Su legado permanece vigente y latente hasta nuestros días.

La estética que Traba introdujo en Colombia y que convirtió en un sello nacional sigue, y seguirá, siendo un canon artístico para Colombia. Gústele a quien le guste y duela a todos los que nos duele, Colombia es una nación de arte “trabista”.

Si usted alguna vez ha ido a una exposición de un museo colombiano y ha quedado atónito ante las obras, si ha salido de un museo sin entender nada, y se ha sentido bruto por no entender el arte contemporáneo… dele las gracias a Marta Traba. Pero si a usted le gusta el arte de Botero y agradece las donaciones artísticas que le ha hecho a la nación, en parte… agradézcale a Marta Traba.

Es más, si usted ha tenido la fortuna de entrar a un museo extranjero a ver arte de los 60, y darse cuenta que lo que vendían hace 40 años en nueva york es lo que hacen hoy en día los artistas colombianos… dele las gracias a Traba.
Si a usted le perturba, como a mí, ese lenguaje snob, ese acento de Julito Sánchez, ese aire a intelectual enfermizo que emanan las galerías de arte colombianas… dele gracias a Traba.

Que en París y Ámsterdam conozcan de Colombia, aparte de la cocaína, las esculturas de Negret… es gracias a Traba. Pero que sólo en Francia y Alemania conozcan la totalidad de las obras de Gonzalo Ariza y que en Colombia apenas sepamos de uno o dos cuadro… es gracias a Traba.

Es innegable la deuda que Colombia tiene con Marta Traba, pero tampoco podemos negar que gracias a ella nuestro arte está trabado con las trabas que ella impuso hace 60 años y que apenas hoy estamos intentando derrumbar.
En honor a Traba, en respuesta a Traba, por respeto a Traba y por desprecio a Traba, Colombia está en el deber de buscar su identidad artística, una estética colombiana que exploremos y experimentemos los propios colombianos, sin que venga ningún extranjero a decirnos que es bello y que es feo.

Bienaventurados sean todos esos jóvenes que con esfuerzo, dedicación y sobretodo mucha “verraquera” se atreven a estudiar artes, curaduría, historia del arte, arquitectura, incluso filosofía y estética, en una nación como la nuestra.
Porque aparte de todo lo que dijimos anteriormente, es inegable a Traba le debemos que en este país el artista sea un tipo medio raro que habla de cosas que nadie entiende, o en el peor de los casos un tipo muy adinerado que tiene dinero para caerle bien a cualquier curador.

Por último, invito a los lectores a constatar muchos de los datos aquí dados en los artículos:
http://cdigital.uv.mx/bitstream/123456789/7110/2/19853132P318.pdf
Marta Traba, Persona y Obra, de juan Gustavo cobo borda.
http://www1.tau.ac.il/eial/index.php?option=com_content&task=view&id=322&Itemid=249
Marta Traba. Una terquedad furibunda, de Victoria Verlichak.

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Acerca del autor
Maestro en Artes de la Universidad Nacional de Colombia (1973). Abogado de la Universidad Sergio Arboleda (1991). Doctor en Artes Visuales del Royal College of Art (2005) Se ha desempeñado como docente en las universidades Jorge Tadeo Lozano y de Los Andes, ha trabajado como asesor cultural para la alcaldía de Bogotá y la Gobernación de Antioquia. Ha sido fotógrafo para distintas publicaciones en Colombia y el extranjero. En la actualidad es agregado cultural en la embajada de Colombia en Paris, además de profesor de español en el Lycée Saint Louis, de París.

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