Erwin: Entre la calle y Dios
Por: Catherine Gallo y Guillermo Barbosa
Son las nueve de la mañana. Llego a la estación de la calle 22 a la espera de mi compañera Catherine… tengo escalofrío y susto, pues no todos los días entras al sector de la zona de tolerancia, donde lo cotidiano allí son los habitantes de calle, las damas de compañía y aquellos que se dejaron doblegar por las drogas.
Para mi Fortuna, el padre Manuel Gaitán, nos recoge en el semáforo y nos lleva a un comedor, donde a diferencia de cualquier prejuicio, los indigentes son muy agradecidos, pues allí reciben alimentos. Tuvimos el deber de servirles a ellos un jugo y de llenar las botellas que cargan con ellos; objetos que parecen ser más valioso que un anillo de oro.
El comedor de la Comunidad Padre Pío – ubicado a dos cuadras al occidente de la calle 22 con Caracas – abre sus puertas para varios habitantes de calle, llamados por ellos como los ‘miseritos’, en la que reciben posiblemente su única comida del día. Entre ellos, está Erwin, un hombre de 41 años que cayó en la pesadilla de vivir por su cuenta en la calle luego de pasar ocho años en la cárcel La Modelo por tráfico de estupefacientes.
Sin embargo, no toda su vida anduvo en esos pasos. Desde Valledupar “Yo llegué (a Bogotá) siendo estudiante; fui futbolista en el año 2001 en Millonarios. Debido a eso me dejé llevar, me dejé influir por personas desagradables a querer tener dinero… ellos me propusieron manejar cierta parte de droga en cierta parte de Bogotá y trabajando en ese lugar caí detenido”.
Para él, su llegada a prisión el 5 de julio de 2007 fue “desagradable”. “El impacto de ‘primíparo’ de llegar a la cárcel es difícil al recordarlo y que siempre trato de evitar (…) Como uno tiene que cancelar una cuota sea pobre o sea rico yo hacía aseo allí, para que yo pudiera estar tranquilo. Pero es horrible”
Lamenta haber perdido a su familia, que no se encontraba en la capital, y era lo único que tenía para salir adelante. También le duele haber perdido tanto tiempo allí sabiendo que pudo prosperar como periodista, pues tuvo estudios de radio en el Colegio Superior de Telecomunicaciones y posteriormente hizo parte del programa Amor Stéreo, actualmente Amor Bogotá, que se sintoniza en la frecuencia AM.
En prisión, cuenta que una de las cosas más difíciles de soportar es la comunicación, tanto para otros presos o si es para contar algo de adentro hacia afuera. Dice que allí permaneció completamente solo, que no hizo amigos, pues a él sólo le bastaba Dios. En tema de telecomunicaciones, habían teléfonos pegados a la pared que solo funcionaban con una tarjeta recargable, cuyo minuto costaba 400 pesos. Por ende, buscar hacer dinero para llamar a pedir algo era más que complicado.
Sin embargo, ése no es el único modo de llamar. Erwin asegura que allá los teléfonos celulares “son ingresados ilegalmente, primero por personas que vienen de la calle y los secundan personas de la entidad carcelaria”.
Erwin, ahora que ya salió, siente un compromiso con las personas que aún están allí. Denuncia que hay cientos de presos que están privados de su libertad por delitos que no cometieron o que siguen en la cárcel aunque ya cumplieron su condena… pero nadie vela por ellos. De por sí la misma sociedad no piensa en ellos.
Mientras él se toma una sopa de lentejas, un pan y un refresco, Miro alrededor del comedor. Hay una gran cantidad de ‘miseritos’. Muchos de ellos llegan por tandas en un horario que va desde las nueve y media de la mañana hasta las once. Aquí, muy pocos son amigos a pesar compartir la misma esa y de rezarle al mismo Dios.
Molinares termina su comida, hace una pequeña oración y continúa comentando. Tiene un sueño, de crear un programa de radio que funcione como un salvavidas para aquellas personas que necesiten comunicar algo, o donde una familia logre escuchar su voz para estar ‘tranquilos’. Aunque sabe que en un posible caso de crear una estación radial, las directivas harían restricciones, sabe que por este medio habría una especie de salvación para los que viven tras las rejas…
Mientras busca la manera de lograrlo y reintegrarse a la sociedad, Erwin volverá a la misma hora y al mismo lugar de aquel comedor, rezando a diario para poder retomar, como muchos otros ‘miseritos’, el camino hacia la redención, en su caso, por medio del periodismo.
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