ME PERSIGUEN: VIENDO DE CERQUITA LA MUERTE
Por: Laura Natalia Hernández
Me persiguen. Sin descanso corren tras de mí, no se detienen, no se cansan, ni me dejan en paz ¡¿Qué hago?!… Me abrazan a diario con tanta firmeza que en ocasiones pareciera que no hubiese oportunidad de que aflojaran por lo menos un poco y eso duele. Se adueñan de mi, una acapara todo mi día, la siguiente las noches y la última, a la que más le temo y le guardo respeto, mis pensamientos. Son amigas, parecen lentas e inofensivas pero en su vaivén convierten mi vida en una montaña rusa. No las odio porque hacen parte de mi, pero les temo, les temo mucho, pero son mías y yo de ellas: La depresión, la soledad y la muerte.
Nos conocemos hace mucho, ojalá hubiese sido en medio de una historia de amor, pero no, en efecto no hay posibilidad de que hubiera nacido esta relación en medio de la calma y la serenidad. Como es de esperarse, sin remedio, nos conocimos en medio del caos, de las tormentas a lo largo de la primavera y en el ruido que retumba una y otra vez en medio de grandes salas frías y silenciosas. Me tomaron, juntas, como un monstruo de tres cabezas y se adueñaron de mí, una niña inocente, tímida, risueña, que sin prestarle atención a las pequeñas adversidades que hasta allí tenía vivía en medio de los colores del arcoíris sin importar las fuertes tormentas que se veían a través del cristal de mi cuarto.
Los años fueron pasando y mis tres compañeras me fueron alcanzando.
En el día, donde el sol no brillaba y solo prevalecía el gris de las nubes, en medio de gritos, insultos y una que otra broma pesada, la depresión me hizo suya, intensificaba cada tormenta y hacía que cada gota de agua, en mi, se convirtiera en granizo. Me hacía presa de mi misma, me encerraba en una profunda tristeza, me empujó poco a poco a perder el interés por vivir, por ver, por maravillarme de las cosas y empecé de forma estúpida y descontrolada a comer para distraerme. El peor error.
En las noches, en medio de las cobijas y bajo mis decenas de peluches, con la puerta cerrada, empezaba a llorar, e intentaba ver, desde mi cama, mi reflejo a través de las ventanas cristalizadas por el frío de la noche y no veía nada, veía una sombra con la misma contextura que yo. La sombra estaba sola pues nada más se reflejaba a su alrededor. Y era yo, sola, vacía, quebrada.
Y la muerte, potente e intimidante, me seducía, quería que fuera suya, que la acompañara y no lo niego, en los momentos en que ella se acercaba de forma brusca a mi, el balcón de mi apartamento, ubicado en el último piso del edificio, resultaba bastante atractivo, pero lo era aún más la puerta amplia y blanca que carece de seguro que junto con una plana escalera negra conducen al techo triangular que se ubica, a diario, sobre mi cabeza, pero como a muchos me aterra el dolor físico. Pero discutimos y prefería salir corriendo bajo los brazos de la soledad para que me contuviera y me enseñara a saber cómo llevarlas, cómo entenderlas y cómo no temerles, ella no es tan mala.
No fue tan complicado. Para comunicarme con ellas no bastaba con cerrar los ojos y hablarles, así que para escapar y mostrarles cómo le hacía frente a la vida que ellas me habían regalado me dedique a escribirles, a saludarlas y a enfrentarlas como lo estoy haciendo también en este momento a través de estas letras.
Por qué me tomas así, sin aviso. Por qué.
Por qué no me dejas ser feliz o normal.
Por qué me castigas ¿Acaso me odias, vida?
¿No te basta con verme pelear todos los días?
¿No te basta con verme llorar todas las noches?
Tú no eres feliz y ahora quieres verme a mi igual.
No es justo, no quiero vivir más así.
Lo hago, escribo, me canaliza, al igual que la droga que debo consumir para crear una barrera contra ellas y no dejar que se adueñen de mi tan seguido, no tienen derecho.
—Bueno sería para nosotros si se nos enseñara desde nuestra más tierna infancia a pensar en nuestras vidas como en un bote que sube y baja, encaramado en la cresta de la ola—, la ola más alta y brusca antes imaginada, dice Dion Fortune en su libro a través de las puertas de la muerte. Y lo entiendo, lo entiendo todo. Sin embargo, de forma ilusa, aún me aferro a la idea de que cuando la vida va de bajada solo queda aprender a surfear y no dejarse ´tragar´ por la ola, aunque muchas veces me contradigo y me dejo ahogar.
Desde niña ellas han sido mis amigas, no recuerdo con exactitud el año, mes o día, pero recuerdo como tras su llegada estos, acompañados del tiempo, perdieron su valor, y recuerdo también con franqueza cuando el equipo aumentó sus ¨integrantes¨.
Estaba en noveno grado, quizá, cuando conocí a la afamada ´Ana´, la llaman así de cariño, pero completo es anorexia… Me sonrió un día cualquiera a través de fotografías de internet, de las piernas de mis compañeras y de las caras esqueléticas de los maniquíes a los que todo, sin esfuerzo, les quedaba bien. Mi depresión me llevó a conocerla y a conocer de todo lo que era capaz, ella no le temía al riesgo ni a los extremos, me seducía con los mensajes que a diario ponía frente a mi. Fue fácil hallarla, y fue aún más fácil acompañarla hacia el infierno.
La comida que era mi refugio y apoyo se convirtió en mi enemiga, le huía como si ella fuera la mala y empecé a ver cómo aquello que me había prometido Ana empezaba a dar frutos. La vida, el cuerpo y el alma, no son estúpidos… La estúpida es nuestra cabeza que de forma ilusa piensa que podrá engañarlos, pero había que intentarlo.
Al principio solo era una Ana Wannabe, que según el diccionario del Blog Pro-Ana y Pro-Mía es la persona que no posee anorexia pero desea tenerla, ansiaba con tanta fuerza tener las piernas del tamaño de mis brazos que empecé a reducir las porciones de mis comidas, a alternar pequeñas cucharadas de comida con bocanadas absurdas de agua y después a ayunar los días en los que me encontraba sola, no descansaba, quería ser una princesa, empecé a obsesionarme con la thinspiration, es decir la inspiración de alguien delgado o anoréxico que nos da fuerza y después cuando no alcanzaba mis objetivos, que al principio no eran tan codiciosos, empecé a hacerme daño, me cortaba las piernas para que mi mamá no lo notara, me pellizcaba hasta que quedaran grandes morados y en ocasiones en los que la rabia superaba la calma me tiraba tan duro del cabello que en mi mano quedaban los restos de largos manojos de pelo. Es más doloroso recordarlo de lo que dolía todo eso, aunque la verdad, en aquellos momentos el dolor emocional superaba de manera absurda al físico. Lo añoraba.
Ser princesa no es fácil. Es una lucha constante con el hambre y la ansiedad por llegar a ser perfectas. Las princesas sabemos lo que es el dolor, sufrimiento y la tristeza. También podemos sonreír, por ejemplo cuando nos pesamos y nos damos cuenta de que hemos bajado unos kilos. Ser princesa es difícil, pero es el camino que hemos elegido para ser perfectas.
Ana (Anorexia) y Mia (Bulimia) siempre estarán con nosotras, una vez que entran en nuestra vida, no se irán… Ellas son nuestras reinas y no hay que traicionar su confianza porque ellas no ayudan a ser perfectas, no las traicionemos princesas.
Las princesas somos perfección, autocontrol y belleza.
Mensajes como estos rondaban en mi cabeza y en las páginas plagadas de tips para disimular la pérdida de peso, la ausencia de comida, los cortes, la ansiedad, la vitalidad…
Con rapidez pasó un poco más de medio año y no solo bajo mi peso, también mis defensas, mi salud se deterioró y mi estómago dejó de trabajar de la forma adecuada, me dolía, me retorcía, me quejaba y sin embargo no la culpaba a ella (Ana), culpaba a los demás por no estar, pero no a ella. No le encontraba sentido a mi dolor, no sabía que me dolía más, si el estómago o el alma de pensar que no era suficiente para nadie y lo intenté, quería ver a la muerte… verla de cerca.
Siempre escuché que el gas envenena el cuerpo y que si uno duerme con él un rato dormirá para la eternidad, y de hecho es así, según Jennifer Rosado en su investigación ´La decisión fatal´ el 8% de los suicidios se lleva a cabo por envenenamiento de gases, alcohol y plaguicidas. Lo quise, lo intenté, pero no lo logré.
Fortune también dijo: —Dejemos de pensar en la muerte como en la furia de tenazas horrendas, e imaginémosla como el gran anestesista que, por misericordia de Dios, se encarga de sumirnos en un sueño profundo mientras afloja la cuerda de plata y se libera el alma— Era mi forma de huir.
Era miércoles, el único día de la semana que salía temprano del colegio. Me sentía agotada, desanimada, no había sido un buen día y únicamente quería descansar, pero quería que fuera prolongado.
Tras llegar del colegio sola, encendí el gas de la cocina, gire la perilla amarilla con convicción, me recosté en el sofá café más largo de la sala de mi casa y cerré los ojos, tranquila, con la respiración lenta pensando que allí acabaría todo, sin dolor, sin esfuerzo y sin señales. No lo planee, fue simplemente un impulso en medio de mis gritos que únicamente escuchaba el viento. Mi mente estaba en blanco.
El suicidio es un impulso, que en algunas ocasiones puede ser planeado, en otras no, explicó la psicóloga Ximena Ramírez.
Mi hermano siempre tardaba en llegar, pensé que ese día el tiempo sería suficiente, que parecería un accidente, que los minutos dejarían de pasar y yo por fin podría descansar, pero no fue así, afortunadamente, supongo… La puerta se abrió con fuerza al percibir desde el pasillo el nefasto olor que produce el gas, mi hermano, en cuestión de segundos cruzó la sala hasta la cocina, apagó el gas, abrió las ventanas y salvó mi cuerpo aún recostado, agotado y vestido con el uniforme del colegio, pero faltaba mi alma…
Diana Marcela Rincón con su libro ´Saliendo del infierno, mi batalla contra la anorexia´ me ayudó. Al iniciar su libro contaba su proceso, cómo se ejercitaba, qué secretos tenía, cómo ocultaba la comida y su dolor, y lo tomé como consejos, hasta que llegué al final en el que la narradora ya no estaba ahí, conmigo, en su lugar estaba su mamá diciendo, entre lágrimas supongo yo, cómo su hija había decidido escribir esas 200 páginas para evitar que como ella y yo, muchas otras no cayeran en las garras de ´Ana´ y las arrastrara hasta el infierno en el que toca batallar sin descanso hasta poder ver de nuevo, al menos parcialmente, la luz. Ese libro fue mi biblia, mi diario, mi amigo. Página tras página me hacía saber entre líneas que debía dejarla, que no sería fácil pero que el precio a pagar valdría la pena y lo hice. A veces me tienta, pero perdí mucho junto a ella.
Muchas personas pudieron ayudar, pero quienes pudieron realizar los cambios no fueron los psicólogos, psiquiatras, nutricionistas o curas, fui yo… La única capaz de despojarse de sus demonios, o por defecto, de hacerse su aliada, su amiga. No se trató de odiar, se trató de aprender a convivir, y pasaron varios años en los que de vez en cuando en las noches o días grises me visitaban sin previo aviso y las recibía como era de costumbre. Nos reunimos en medio del silencio retumbante de mi cuarto, a través las amplias paredes blancas a las que trato de llenar de color cada vez que quiero que ellas tarden en llegar.
No se si por un tiempo me odiaron, o me amaron, pero por varios meses me soltaron, me dejaron ser libre y me regalaron las armas para combatirlas. La paz yacía en mi interior cual seguidor de Buda y no las extrañaba. Los días se llenaban de luz y mi tiempo, del cual ya tenía noción, lo enfocaba en hacer cosas que alimentaban mi alma de forma positiva y no sus caprichos absurdos de querer destruirme.
Pero volvieron, hace poco regresaron. ¿Quién les podría decir que no las quiero cerca? Nadie, llegan, sin avisar, de cualquier forma siempre regresan. Todo iba tan bien, sentía amor, ganas de sonreír, de soñar, de vivir… de vivir con él. Quería sentir. Sentía que aquellos silencios que antes retumbaban en mi cabeza ahora se transformaban en su nombre. Que los días grises se bañaban de color sin importar el clima y que las lágrimas pasaban de brotar por mis ojos y deslizarse por mis mejillas por mera tristeza y rutina a hacerlo por felicidad. No pudieron conmigo y decidieron atacar aquello que había cambiado de forma radical mi forma de verlas y de prestarles atención. Se esmeran en destruirme y a todo lo que me importa…
—Mi vida, tú me disculpas si daño los planes que tenemos juntos— Me dijo, tras un largo mensaje en el que me profesaba un amor profundo.
—Mmm, tan lindo no podía ser todo— Le contesté, sin saber qué cosas pasaban en aquel momento por su cabeza.
—No pienses eso mi amor— Contestó. —Ni que te haré daño… Solo te diré esto a ti. Me siento raro, como con algo por dentro, como con el corazón roto, como entre mal y sin ganas de nada.
Regresaron el 12 de marzo, si, de este año, hace poco. Las sentí de nuevo respirándome en la nuca y susurrándome al oído. ¿Por qué no pueden atormentar la vida de alguien más?
—Te tengo que decir algo que hice mal, amor—, me dijo al día siguiente sin palabras que introdujera lo que venía implícito en aquella corta frase.
En ese momento cruzaron por mi cabeza una infinidad de posibilidades en las que un hombre puede hacer algo mal. Infidelidades, peleas, golpes, accidentes, todo pasó por mi cabeza pero no quería pensar en lo que realmente había pasado. Pensé que no sería posible. Un hombre alto, activo, deportista, que irradiaba felicidad en cada segundo del día, todo lo contrario a mi. ¿Cómo era posible? Reía a diario tan fuerte que el eco de sus carcajadas quedaba rebotando por un buen rato en mi cabeza y me encantaba. Tanta seguridad, tanta felicidad, tanta energía ¿A qué precio?
—Amor me tenían en el psicólogo—, comentó con un misterioso tono.
—Me tienes toda asustada—, le dije sin saber bien qué pasaba. No quería imaginar lo peor, nunca pensé que nadie podría sufrir de la misma manera, o incluso peor, en la que lo hacía yo. —¿Quieres que vaya a verte?—, completé.
—Amor, no me van a dejar salir.
—¿Por qué?
—Por lo que pasó ayer en la noche, no me dejan ir a trabajar ni me dejan salir…
—¿Qué se supone que hiciste?
—Me da pena—, dijo.
—Amor yo voy al psiquiatra ¿Qué puede ser peor?— le dije, intentando que confiara en mi, cediera y me dijera que había pasado, claro que cada vez era más obvio.
— La psicóloga me dijo que no te contara porque eres mi pareja y ya no importa, ya estoy mejor— concluyó.
No soy boba, sabía bien qué pasaba pero me negaba rotundamente a aceptarlo… una persona tan feliz y activa ¿Cómo era posible? Según la psicóloga Ximena Ramírez Hay dos tipos de personas: las que aguantan muchos sucesos, es decir, que se hacen las fuertes…le pasan cosas malas y se aguantan hasta que ya llega un momento en el que explotan y llegan a tomar la decisión y los que al primer fracaso se dan por vencidos. No sabía cuál de los dos era Cristian*, pero parecía, por lo que decía, que sus demonios estaban colmando su paciencia.
—No tengo ganas de hacer nada—, dijo de nuevo a los 2 días que empecé a conocer sus demonios.
— Es muy feo no entender, porque no te puedo decir nada, aconsejar o hacer algo— , le dije — Me gustaría poder ayudarte, pero si quieres dormir ayuda mucho cuando uno tiene crisis, trata de dormir calientito, respira despacio y trata de despejar la mente y de descansar.
— Amor pero es que no sé, cada vez me siento más solo, menos yo.
— A mi me ha pasado siempre eso. Busca algo en lo que puedas distraerte o algo nuevo que quieras aprender. Escribe lo que sientes y quémalo para que dejes ir lo malo… Por eso yo hago tantas cosas, para distraerme, para no matarme tanto la cabeza como tú lo estás haciendo— , le dije a modo de consejo como si yo fuera la más acertada para describir cómo buscar motivos para vivir, pero valía la pena intentarlo, algunas de esas cosas fueron las que ayudaron a que ellas se alejaran, al menos por un tiempo, de mi.
Horas más tarde llegó con un nuevo mensaje:
— Estaba en el psiquiatra. Sentí feo cuando estaba en ese lugar.
Yo lo sé, lo entiendo, también he estado inmersa en esa sensación. Entrar a un consultorio sobrio, usualmente blanco para despejar la mente en donde hay un tipo de bata blanca que con solo verte pretende conocerte, te desnuda el alma y los pensamientos y te da consejos para sobrellevar situaciones de la vida que él, quizá, jamás ha de tener que sufrir.
Los psiquiatras hablan lento, modulan bien, miran fijamente a los ojos para descubrir cómo te sientes en tu interior y de vez en cuando desvían sus ojos a tus labios, tus manos y tus piernas para ver si estás nervioso, asustado o ajeno al momento. No es una sensación muy bella, uno siente que lo juzgan desde que gritan su nombre para ingresar al consultorio, cuando cierran la puerta y hacen un escaneo con los ojos para ver cómo somos y con la pregunta que abre todas las consultas ¿Cómo estás? ¿Qué te trae aquí?
— Yo nunca le digo eso a nadie— y me refería al hecho de que yo también visito de vez en cuando el psiquiatra — Por eso se por lo que estás pasando y no estás solo—, le dije.
— Gracias por el apoyo, dicen que me tengo que apoyar en ti pero me da pena.
— No debería darte pena.
— Te contaré —, dijo. — Amor me intenté quitar la vida a las tres de la mañana, me remitieron y me sacaron todas las pastas de estómago… no alcancé.
— La verdad lo supuse— le dije, mientras mis ojos se cristalizaron al pensar que podría perderlo.
— Fue un día en donde no aguanté más la presión que puse sobre mi y no quise nada más, por eso la decisión. Cuando estoy en esos momentos no quiero hacer nada, no me gusta nada y todo lo que me dicen me causa más tristeza. Ese día como estuve solo ya no aguanté más.
—¿Qué tomaste?
—Me tomé todas las pastillas de mi mamá: medicina para la presión, para las tiroides, para el dolor y muchas más.
— ¿Qué te dijo el psiquiatra?¿Es depresión?—, pregunté.
—Me dijo que era algo hereditario, que eran trastornos emocionales y bipolaridad, y que ya por el nivel que llevo de tratar de autoflagelarme que por eso me van a medicar con litio.
—Tranquilo, en serio si necesitas algo apóyate en mi—, le dije, mientras comprendía sus cambios de humor repentinos y me retorcía junto a mi alma y corazón.
Pasaron los días, sus quejas no cesaban y me afectaba, tenía miedo de tener que controlar todo lo que decía para que él no se indispusiera y no se le pasara por la cabeza querer hacerse daño de nuevo.
Pronto tuve mi cita en psiquiatría, a mi ya no me afecta, siento que aunque sea por dinero él me escucha. Tras una larga conversación con mi doctor Francisco Soto en la que plasmé mis problemas, luchas y preocupaciones al final tuvo cabida el caso que estaba viviendo junto a Cristian. Y me lo explicó: la bipolaridad es una enfermedad mental que produce cambios bruscos en el estado de ánimo, pasan muy fácil de estar en un estado de depresión muy profundo y cambian a un estado con mucho ánimo que se llama euforia, los cambios pueden ser repentinos y las personas que la padecen, no los pueden controlar.
Según la psicóloga Ramírez, la principal causa de los suicidios es la depresión sin embargo puede haber otro tipos de trastornos como: ansiedad, estrés postraumático, bipolaridad, esquizofrenia y al sufrir de este tipo de trastornos existe un nivel más alto de probabilidad de que el suicidio suceda.
—Amor necesito hacer algo conmigo—, me dijo.
—Quererte—, le contesté.
—Me estoy haciendo daño, volví a tener ese tipo de pensamientos cada vez siento que me controlan más.
Ya habían pasado varios días desde que había decidido confesarme lo que había hecho, pero seguía quejándose de los pensamientos malos, quería ayudarlo, pero no sabía cómo, sabía que él era el único capaz de salir de su infierno y que yo no podría llevarlo de la mano, como un niño pequeño, hacia la luz. Me enojé y le recité un discurso cual madre preocupada, quizá con rudeza entendería más las cosas.
Le dije: —Entre más te quejes más vas a alejar las cosas buenas que tanto quieres. Te estas haciendo daño, si, pero no te estás ayudando. Te quejas de que te sientes mal con lo que te dijeron que tenias y porque no tienes plata, pero gastas tu dinero y el de tu familia en citas y medicamentos que realmente te pueden ayudar y no los aprovechas, no los valoras. Te quejas de que tienes defectos o enfermedades, todos los tenemos pero no queda más que aceptarlos y ,aunque no nos gusten, querernos así porque eso somos.
Te haces daño todos los días pensando en cosas que te destruyen. No escuchas a los demás, qué te quieren y quieren ayudarte, estás enfocado en ti, pero únicamente en lo malo. Odio la circunstancia por la que te enteraste de lo que tenias, pero algún día tenías que saberlo. Pero si no lo supieras no estarías tan predispuesto, tan hipocondriaco, tan quejetas, serías tú con altos y bajos pero no estarás dominado por una noticia que yo se, te tomó por sorpresa. Sé que te sientes mal, quizá diferente, señalado, a veces solo… pero la verdad es que todo el mundo pasa por esto, pero tú te estás dando por vencido y ni siquiera buscas alternativas para salir de tus problemas que quizá comparados con los de otras personas no son nada. ¿Tú crees que a mi me gusta vivir acelerada, estresada, asustada y la mayoría del tiempo sentirme sola? Para nada, pero almenos lo intento, intento distraerme para no sentirme sola y deprimida y por eso me gusta ayudar, porque hacer cosas bonitas por otros canaliza las cosas feas que hay en mi.
Las cosas que yo te digo no son ´cantaleta´, no son para regañarte, ni son las palabras que te diría tu mamá o un doctor, te las digo porque yo sé que es sentirse así, yo sé que es pensar que uno no es suficiente, ni lindo, ni importante para nadie, pero también sé que por lo menos para ti mismo eres mucho más que eso y no tienes que darte por vencido, tienes que buscar la manera de salir adelante.
En resumen, deja de quejarte y busca soluciones que tú eres más que todos tus problemas, puedes sorprenderte con todo lo que puedes hacer y todo lo que puedes alcanzar con eso. Yo no te puedo ayudar, ni nadie, solo tú.
—Espero no alejarte con todo esto—, fue todo lo que contestó. —Me da miedo perderte, pero no quiero hacerle daño a nadie con lo que me pasa.
Los días pasaron, llegó abril, y los días parecían sonreírnos de nuevo, lo sentía motivado, distraído en cosas positivas. Rezaba por él, por su bienestar, su alma y sus decisiones y parecía que todo iba bien, que su bipolaridad estaba de vacaciones junto con mi depresión.
¨Es difícil hacer un diagnóstico psiquiátrico, y tal vez estemos sobredimensionando las cosas, tal vez los miedos que nos acompañan nos están haciendo ver como graves síntomas que todavía dan espera¨ dice Piedad Bonnett, en su libro Lo que no tiene nombre, en el que solo lleva a preguntarme si los demonios que habitan su cuerpo, en verdad, aún dan espera.
En una ocasión me asustó. Dijo convencido que suspendería su medicación (Y lo hizo) pues cuando tenía la manía se sentía con más energía, más vitalidad, más fuerza y que sacaría provecho de ello cual superpoder ¿Pero qué pasaría cuando llegará sin aviso su periodo de depresión?
¨En efecto, no eres como los otros. los mensajes que tus cientos de neurotransmisores deben conducir a cada una de tus neuronas cerebrales, que son millones, te llegan en forma distorsionada porque la sinapsis, sus imperceptibles membranas, no están cumpliendo su función. Quizá tu dopamina sea excesiva, quizá falle tu dosis de serotonina, o tal vez no haya equilibrio entre estas nobles damas y la norepinefrina¨, escribe Bonnett y lo hago tan mío al pensar que en efecto no somos iguales a los demás, que somos diferentes y que esas diferencias nos hacen únicos, aunque autodestructivos y vuelvo a temer.
De nuevo, los días pasaron y el periodo de depresión volvió pero ahora de forma física y se expresaba frente a sus ojos.
—Amor tengo que irme, el hijo de una amiga de mi mamá se suicidó.
Horas más tarde llegó con la noticia:
— Se suicidó con cianuro.
—¿Y tú, qué pensaste?
—Me sentí mal porque también lo he pensado. Esa señora estaba muy mal.
—¿Reflexionaste con eso?
—No, me hizo pensar más.
—¿Por qué?
—Me sentí juzgado cuando hablaban de él.
—Quizá solo querían hacerte entender que es algo feo.
—Yo prometí no hacerle ese daño a mi mamá.
Sin embargo en el trabajo de evitar lastimar a los demás se lastima profundamente a sí mismo y eso duele aún más. Duele ver la persona que cambio tus días grises por días de luz en tormenta, duele ver a alguien activo y social atrapado en sí mismo, oculto en su cuarto a puerta cerrada donde no deja que nadie se le acerque y duele ver a alguien que se preocupa más por el bienestar de los demás que el propio desmoronarse solo y deprimido. —Estamos super preocupados— me dijo su prima Carolina, —las crisis están aumentando y él se está alejando cada vez más. Él se mantiene encerrado y no está dejando que nos acerquemos—, concluyó en medio de la preocupación y angustia que cobija a toda una familia.
Cada día se siente más mal, se siente atrapado, sin salida, en medio de la neblina, lejos de casa y solo…
—Cada vez me quiero quitar más la vida, siento muy feo todo, me siento realmente confundido y no se que hacer con mi vida y lo más fácil es dejar de pensar o morir…
—O parar un momento, respirar y tratar de pensar en otra cosa.
—Gracias por escucharme—, me dijo mientras se despedía para, supuestamente, ir a dormir.
—Mañana será un día bonito, descansa—, le dije para darle un poco de ánimo.
En ese momento, no era muy tarde pero estaba cansada, cerré mis ojos con la esperanza de que sus deseos de lastimarse desaparecieran, miré por un largo rato el techo oscuro por la ausencia de luz mientras pensaba en ello y en cuestión de minutos, y por mi medicamento, caí cual koala en un sueño profundo.
Mi cuerpo reposaba quieto, tranquilo, y suave en mi cama. De repente sonó antes de la media noche mi teléfono y me despertó ´Riiiiiiin´, no cesaba. Era él, que a gritos decía —Me trasladan de urgencia para el psiquiatra, creo que me internaran, ya me llevan, me estas llamando—. No entendía mucho lo que decía, estaba tan inmersa en el sueño que el pánico en ese momento no se adueñó de mi… hasta la mañana siguiente que vi el mensaje que decía: ¨Mi noche fue un caos. Me llevaron a la clínica La Paz, me trataron como un loco, casi me cedan desde mi casa y me pelee con los enfermeros que me iban a internar¨.
—Soy agresivo, nunca lo seré contigo o un familiar, pero en dado caso me gusta causar dolor en cierto punto.
—¿Por qué?
—No quiero cuestionarios y más sobre eso, siempre termino juzgado.
—Yo nunca te digo nada, solo te aconsejo.
—Quiero ser sincero, lo más seguro que puedes hacer es alejarte de mí, no voy a resistir mucho yo lo sé.
—¿Quieres que me aleje?—, le pregunté confundida.
—Si, no quiero hacerte daño, estoy dañando a todo el mundo.
Es su deseo, pero no lo logro, sé que se siente estar solo en los momentos difíciles, que únicamente te abrace la oscuridad y te conduzca más a ella. Mis doctores, el psiquiatra y psicólogo tras contarles la situación que vivía junto a él me recomendaron dejarlo, alejarme. ¨Debes recuperarte tú primero para poder ayudarlo. Te estás poniendo los problemas de él a cuestas¨, me dijo mi psicólogo David Frost. Me negué. Me prohibí dejarlo solo, es peligroso y él, al igual que yo, aún así no lo pidamos, necesitamos compañía. ¨La soledad nos ataca, nos mata, lleva a la gente a la desesperación, al suicidio¨.
Pienso en la lucha que lleva dentro, en su miedo por vivir y seguir arriesgándose a caer, yo lo tengo pero aun me arriesgo a superarlo.
Sobre las cumbres
hay paz,
en las copas de los árboles
apenas puedes
percibir un aliento,
los pajarillos han enmudecido en el bosque.
Espera, pronto
descansarás tú también.
Johann Wolfgang von Goethe
Odia perder, que no le den la razón y la vida le dio una bofetada en cuanto a que su intento de suicidio fue frustrado por una segunda oportunidad. ¨El intento de suicidio o suicidio frustrado es un fenómeno a partir del cual la persona busca autolesionarse con el fin de provocarse la muerte pero no llega hasta el punto de lograrla¨, como explica Ramírez, pero no se dará por vencido, lo conozco y temo por su competitividad.
Han pasado un par de días y no sé nada de él. No he podido conciliar el sueño con facilidad desde su adiós, no un adiós del mundo, espero, solo se marchó de mi vida… y duele, duele mucho.
—Yo me siento infeliz, inservible y con algo que me motiva a morirme. No siento que nada en mi vida me motive, ni ser agradecido… Cada vez la puta respuesta es más clara y no quiero hacer daño pero de seguro me voy a tiempo para despedirme y morir.— Me dijo, seguido de un: —Terminamos, discúlpame pero terminamos, no te afectaré más, me diste los mejores consejos y estuviste cuando ya no aguantaba, pero ya mi voluntad y mi querer es morir. Sé feliz, por favor, así no ganes miles de millones, sé feliz. Tienes razón en todo, me malcrié solo y lo pagaré caro. Sabes… aún me da miedo pero lo deseo y necesito hacerlo, tu apoyo no me ayudará y te hago daño. Muchas gracias por todo y disculpa por ser la peor pareja, no te lo mereces, tu vales mucho. Si me quieres no me hables más…
Es muy duro para mi escribir esto y leerlo una y otra vez. Si sobre hojas de papel se postraran mis palabras estas estarían distorsionadas por las gotas de agua que salen sin aviso de las cuencas de mis ojos, pero como cita Bonnett en su libro a Millas ¨La escritura abre y cauteriza al mismo tiempo las heridas¨, y desde niña este ha sido mi remedio, mi refugio.
Mis ojos bañan cual quebrada mi rostro al imaginar cómo podría hacerse daño. Sé que su enfermedad puede, en cuestión de días, incluso horas, darle una pequeña oportunidad en la que la manía nuevamente lo hará suyo. No lo juzgo por las decisiones que tome, sé lo que es estar bajo el yugo de la soledad, pero me da miedo ¨¿Cuántas maneras hay de suicidarse? ¿Hay unas más dulces, más estéticas, más románticas que otras?… El más aséptico de los suicidios es tal vez el del que ingiere una cantidad tal de somníferos que se hunde silenciosamente en una oscuridad sin orillas¨, escribe Bonnett.
Sin embargo, como explica Fortune ¨Existen dos clases de muerte, la muerte natural y la muerte violenta; La muerte natural es la que tiene lugar gradualmente, desprendiéndose el alma del cuerpo antes de partir, igual que los dientes de leche de un niño se sueltan de la encía y se caes sin dolor. Sin embargo, la muerte violenta es como la extracción de un diente realizada por un dentista. Se produce un forcejeo, un shock, y algo de sangre y dolor…¨ y confieso que me aterra imaginar el cómo podría causar daño en su cuerpo con tal de mitigar el de su alma.
¨Todo suicidio encierra un mensaje para los que se dejan atrás¨, Pero, ¿Por quien sufrimos cuando nos lamentamos en un funeral?¿Por los muertos inmortales en su despertar brillante? ¿O por nosotros en nuestra soledad? Sé que en nuestras almas habitan infinidad de demonios, unos se dejan ver más que otros y de estos es de los que a toda costa quisiéramos alejarnos.
La escritora Piedad Bonnett lo vivió, lo comprendió y sé que en medio de su dolor no lo juzgo. Su hijo, un joven tierno y distante, habitado por demonios decidió un día, cuando no resistió más, saltar desde el techo de un edificio para despojarse de los demonios que lo tenían preso, es por ello que con timidez y un poco de vergüenza me atreví de forma descarada a preguntarle a Bonnett si la única forma para despojarse de los demonios que habitan en nuestro cuerpo era dar un salto hacia la libertad. Tenía miedo de que me juzgara o se enojara, pero quería respuestas, quería entender si aún nuestras almas quebradas y dolidas tenían escapatoria, y ella contestó: ¨Claro que no, cuando la vida se hace insostenible yo creo que si, pero cuando aún hay esperanza se puede luchar…¨ ¿Habrá aún alguna esperanza?¿Habrá aún algún rayo de luz que pueda bañar las mañanas de Cristian… o incluso la mía si él decide marcharse?
Duele tener tanto miedo mientras se espera lo inevitable y duele pensar que mis días más felices se convirtieron en cuentos de amor, de locura y de muerte que solo quedarán plasmados en mis más profundos e íntimos recuerdos.
Aferrate a mi,
Pero si te vas, no me olvides,
no me sueltes…
Me aferro a la idea de que esto, así sea lejos de mí, no tendrá un final pues aún hay muchas cosas que sus redondos ojos café oscuro merecen ver…
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