Amén

Una cosa es la masacre que una muchedumbre en arrebato casi estático y confundiendo las leyes del Señor con las del diablo, puede realizar. Y otra cosa es el crimen individual perpetrado a sangre fría, astuta y calladamente.
Por:
Jessika Angarita y
Cindy Alejandra Morales
X
En el frío de la agonía, su cuerpo sentía un vaho paralizador proveniente de una fuerza superior. Caían gotas de sudor sobre su frente. Su respiración entrecortada, sus movimientos agitados y el olor denso de la serosidad, revelaban su aparente tortura. Bajo sus sábanas se escondía la predestinación de su alma.
Una voz imperativa sentenciaba a su inconciencia: “Así que el cordero abrió el primero de los siete sellos, vi y oí a uno de los cuatro vivientes que decía con voz como de trueno: Ven. Miré y vi un caballo blanco, y el que montaba sobre él tenía un arco y le fue dada una corona y salió vencedor, y para vencer aún”.
El ambiente era perturbador. Las imágenes aparecían como una secuencia de espejismos y empezó a percibirse una tácita cuenta regresiva…5…4…Aún no era el momento.
Abrió sus ojos. 3 de la mañana.
La rigidez de sus extremidades evidenciaba el rastro del miedo. Luego de realizar una exploración visual de la habitación, identificó la soledad que lo acompañaba y trazó con su mano una cruz sobre su cuerpo, mientras decía: “in nomini Patris, et Fili, et Espiritu Santi”
El silencio consumía la habitación. Sólo deseaba el amanecer, porque de día los entes se presentan tal y como son, la noche en cambio, miente, retuerce y tiene fantasía. Inevitablemente volvió a la profundidad de sus sueños.
IX
Una vez instalados los preparativos para la ceremonia, el boyacense Francisco Alvarado recibía la consagración de Monseñor Jorge Ardila Serrano para ordenarse como presbítero para la Diócesis de Girardot. Desde ese momento se hacía patente su consagración espiritual, que confirmaba su entrega visceral hacia Dios y a su Vicario terrenal, así mismo, obtuvo la administración de los Sagrados Sacramentos y por ende, la sujeción a los votos de castidad perpetua, obediencia y pobreza. Bien hacían los seguidores de la teología paulina al afirmar que la medida de la fe y la purificación es la medida del dolor que sea capaz de soportar el hombre.
Luego de años de renuncia mundana y carnal, y de prestar sus servicios religiosos por más de cinco años en Ciudad Jardín al norte de Bogotá, el sacerdote Alvarado fue enviado en el 2004 como titular de la Parroquia de Santo Cura de Ars, ubicada en el barrio La Fragua al sur de la ciudad. El recibimiento de los feligreses fue positivo, ya que los residentes del lugar tenían un nuevo guía espiritual.
A sus 43 años, el párroco ofrecía liturgias diarias y con asistencia masiva se santificaban las fiestas ordenadas desde el Antiguo Testamento.
VIII
El padre recordó a los devotos la importancia del Sacramento de la Confesión, e indicó que al finalizar la Eucaristía, todo aquel que quisiera hacer uso de éste, debía acercarse al confesionario. Luego de realizar los avisos comunales pertinentes, dio su bendición:
-“Podéis ir en paz”, dijo el padre a la comunidad
-A viva voz contestaron los fieles: “Demos gracias al Señor”
Mientras el coro entonaba cánticos de alabanzas, la parroquia quedaba vacía. La única persona que se quedó al finalizar la ceremonia era una mujer que usaba una manta roja, quien se acercó al confesionario, se arrodilló y dijo con agitada voz: “Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo viviente que decía: Ven. Salió otro caballo bermejo, y al que cabalgaba sobre él le fue concedido desterrar la paz de la tierra y que se degollase unos a otros, y le fue dada una gran espada”. Se levantó. Se dirigió al altar, sobre él dejó una jeringa y un cuchillo, y mientras se santiguaba dijo: “que sea cumpla la sentencia”.
El ambiente era perturbador. Las imágenes aparecían como una secuencia de espejismos y empezó a percibirse una tácita cuenta regresiva…5…4…3…Aún no era el momento.
Abrió sus ojos. 3 de la mañana.
La rigidez de sus extremidades evidenciaba el rastro del miedo. Luego de realizar una exploración visual de la habitación, identificó la soledad que lo acompañaba y trazó con su mano una cruz sobre su cuerpo, mientras decía: “La hembra es vehículo del demonio, no debo olvidar que a través de la mujer penetra el diablo en el corazón de los hombres”.
VII
Jorge Manrique, un joven seminarista de 23 años, era el sacristán de la parroquia de La Fragua. A su cargo tenía el cuidado de los ornamentos y elementos litúrgicos así como el servicio del altar y la custodia de las vestiduras y libros sagrados. El servicio religioso, convirtió a Manrique, en una de las personas más cercanas al clérigo, hasta tal punto que el sacerdote le ofreció hospedaje en la casa cural, pese a que era conciente de que al sacristán le hacían falta dos años para ordenarse como sacerdote y que además tenía intenciones de abandonar su dignidad eclesiástica para continuar con una vida sin votos religiosos.
El seminarista también se desempeñaba como profesor de ética en el colegio de dicha congregación.
VI
En la Consagración:
“Mientras estaban comiendo, tomó Jesús el pan, lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, diciendo: «Tomad y comed, porque éste es mi Cuerpo.» Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: «Tomad y bebed todos de él, porque ésta es mi Sangre, sangre de la Alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros para el perdón de los pecados», El sacerdote decía éstas palabras cuando consagraba la hostia y el vino.
-“Haced esto en conmemoración mía”, finalizó la oración.
A lo que la gente respondía: “Señor mío, y Dios mío”.
Continuó con la lectura correspondiente al sermón de ese día:
-“Oremos… El evangelio según San Marcos…”
-“Gloria a ti señor Jesús…”, respondió la multitud.
-“En el capítulo 12, versículo 35, el apóstol señaló: «…Tomando Jesús la palabra, decía enseñando en el Templo: ¿Cómo dicen los escribas que el Mesías es hijo de David? David mismo inspirado por el Espíritu Santo ha dicho: »”, cuando el párroco iba a finalizar la lectura, inevitablemente terminó diciendo: “Cuando abrió el sello tercero, oí al tercer viviente que decía: Ven. Miré y vi un caballo negro, y el que lo montaba tenía una balanza en la mano y oí como una voz en medio de los cuatro vivientes que decía: dos libras de trigo por un denario y seis libras de cebada por un denario. Pero el aceite y el vino, ni tocarlos”.
Los feligreses tenían cara de asombro y empezaron a cruzar sus miradas. Los murmullos rompieron el vacío del silencio de la oración. Angustiado, el sacerdote buscó con avidez auxilio en su sacristán.
El padre corrió hacia una de las fieles más devotas. Ella nunca faltaba a ninguna misa y siempre estaba presta para la colaboración de cualquier labor que la iglesia necesitara. Al tenerla cerca, la tomó fuerte de los brazos y le dijo a modo de súplica: “Ore y ruegue por mí…estoy en peligro”.
El ambiente era perturbador. Las imágenes aparecían como una secuencia de espejismos y empezó a percibirse una tácita cuenta regresiva…5…4…3…2…Aún no era el momento.
Abrió sus ojos. 3 de la mañana.
La rigidez de sus extremidades evidenciaba el rastro del miedo. Luego de realizar una exploración visual de la habitación, identificó la soledad que lo acompañaba y trazó con su mano una cruz sobre su cuerpo, mientras decía: “El miedo es la ausencia de Jesucristo en mi espíritu”.
V
Una temporada de lluvia ha cubierto la ciudad de Bogotá en los últimos meses. Ese jueves, 9 de marzo de 2006, no fue distinto. Aún así, el sacerdote Alvarado y su sacristán se levantaron como de costumbre y se dispusieron a realizar las labores rutinarias para la celebración de la Santa Misa.
Sin embargo esa tarde era especial. El clérigo decidió junto con el vicerrector del Colegio Santo Cura de Ars, y el padre de éste último, ver la transmisión del partido entre Santafé y Estudiantes de la Plata por la Copa Toyota Libertadores, que dejó como resultado la victoria del equipo rojo y la alegría de Torres. Luego de pláticas, risas y algo de licor, alrededor de las 12:30 a.m. el párroco tomó un taxi y se dirigió a la casa cural.
Al llegar a ésta notó el reflejo de un extraño halo de silencio y tenue oscuridad que sólo le permitieron vislumbrar la silueta de un hombre sentado sobre la acera.
IV
Al ingresar a la casa cural, notó una leve luz que provenía de la habitación del sacristán. Decidió entonces acercarse a la blanca puerta. Dio tres golpes secos con cierta proporción de tiempo. Al no obtener respuesta, giró con lentitud la guarda dorada. El ruido de las bisagras impregnaba el ambiente de incertidumbre. Abrió la puerta. Debajo del crucifijo, yacía inmóvil sobre la cama. Sus extremidades estaban amarradas con una soga, su cabeza envuelta con una bolsa y su cuello rodeado con una cuerda de nylon tan fina como la hoz de la muerte. Era el cadáver de Jorge Manrique.
Un fuerte viento cerró la puerta. El cura percibió una presencia perturbadora, era la sombra del criminal, y como el verbo, se hizo carne y dijo: “Cuando abrí el sello cuarto, oí la voz del cuarto viviente que decía: Ven. Miré y vi un caballo bayo, y el que cabalgaba sobre él tenía por nombre Mortandad, y el infierno le acompañaba. Fueles dado poder sobre la cuarta parte de la tierra, para matar por la espada y con el hambre y con la peste y con las fieras de la tierra”.
Se escuchó un golpe abrumador. Y sobre el suelo reposaba el cuerpo inconsciente de Francisco Alvarado. Después de unos minutos, se levantó. Abrió la puerta y se dirigió hacia la sala parroquial, se sentó sobre su sillón café, abrió su maletín, mientras pensaba: “Ultra posse nemo obligator” (Después del trabajo, no hay obligación).
El ambiente era perturbador. Las imágenes aparecían como una secuencia de espejismos y empezó a percibirse una tácita cuenta regresiva…5…4…3…2…1… Aún no era el momento.
Abrió sus ojos. 3 de la mañana.
La rigidez de sus extremidades evidenciaba el rastro del miedo. Luego de realizar una exploración visual de la habitación, identificó la soledad que lo acompañaba y trazó con su mano una cruz sobre su cuerpo, mientras decía: “El profundo sendero de la muerte es el más largo y el mas oscuro”.
III
Haciendo alusión al número de seguidores de Jesucristo, tiene doce lados. Elevada algunos metros sobre la tierra es sostenida por un seudo subterráneo que aguarda el final de su construcción. Así es Santo Cura de Ars, lugar hermético con cuatro entradas de vidrios polarizados y amplias puertas negras.
La estructura de la iglesia se asemeja a la de un coliseo. Las agrestes gradas de cemento revelan el paupérrimo estado del templo. Los muros están saturados de la suciedad propia del asbesto. El altar se encuentra en la parte baja de la iglesia y los tradicionales elementos litúrgicos lo adornan. Sin embargo, el símbolo por esencia del cristianismo no está ubicado donde se acostumbra, aquel Cristo color dorado reposa sobre el panel izquierdo.
Eran las 7 de la mañana y como todos los viernes, Luz Marina se disponía a realizar las labores domésticas de la casa cural cuya fachada color crema permite visualizar la humedad y la vejez del antiguo centro de descanso para seminaristas.
El templo, el colegio y la casa cural están interconectadas por tres puertas visibles y por algunas ocultas y desconocidas por muchos. Por cualquiera de estas ingresó la empleada doméstica, quién subió los catorce escalones que separan el despacho parroquial de la morada del padre y el seminarista.
Luego de algunos minutos, la llamada de una mujer alertó a las autoridades. Un grupo de policías del barrio Restrepo verificaron el reporte de inicio y cuando confirmaron los hechos, llamaron a la patrulla investigativa de la Policía Judicial.
Los expertos forenses llegaron al tranquilo barrio La Fragua y empezaron a inspeccionar el complejo arquitectónico. El jefe de laboratorio del equipo de criminalística recorrió la casa cural, registró cada una de las tres habitaciones. En la última de ellas -la única con vista a la calle- se encontraba el cadáver de Jorge Manrique
Atravesó el comedor mientras observaba los cuadros con imágenes religiosas. Al llegar a la sala, encontró sobre un sillón de cuero color café el cuerpo inerte de Francisco Alvarado. De inmediato llamó al grupo de investigadores para empezar el levantamiento de los cadáveres.
Un resplandor de flashes registraba minuciosamente el homicidio. La escena quedaba fija en la película fotográfica: un hombre de 43 años con sus manos amarradas sobre su espalda, su cabeza cubierta con una bolsa y su cuello acordonado con corbatas. A su lado, una serie de papeles dejados desordenadamente junto a un maletín.
Cada experto en criminalística seguía una línea recta para no estropear la escena. Uno de ellos encontró sobre el comedor auxiliar una jeringa y un cuchillo custodiado por el cuadro de un santo, sobre cuya mano reposaba un libro que decía: andate ed vah gelizzat, io soho coh voi.
II
Siendo las 8:30 de la mañana, Francisco se encontraba sobre su sillón de cuero color café. El televisor empezó a emitir una molesta luz intermitente que le recordaba el resplandor de los flashes del día de su Ordenación. Apagó el aparato electrónico. Una sed insaciable, lo hizo dirigirse a la cocina. Unos pasos sobre el piso de madera de su habitación capturaron su atención, sobre el mesón dejó el vaso de agua. Decidió averiguar la procedencia de los ruidos, al no encontrar nada en su dormitorio, resolvió dirigirse al despacho para atender las solicitudes de los peregrinos.
Al pasar por el lado de las escaleras se detuvo a contemplar aquel cuadro de la Virgen María que permanecía colgado sobre una de las paredes de su casa. Una gota de sangre caía sobre el rostro de la pintura, sus indescifrables ojos se posaron sobre su mirada y sintió un susurro mortificador en su oído: “Cuando abrió el quinto sello vi debajo del altar las almas de los que habían sido degollados por la palabra de Dios y por el testimonio que guardaban. Clamaban a grandes voces diciendo ¿ Hasta cuando Señor, Santo, Verdadero, no juzgarás y vengarás nuestras almas en los que moran sobre la tierra?. Y a cada una le fue dada una túnica blanca y le fue dicho que estuvieran callados un poco de tiempo aún, hasta que se completara el número de sus conciertos y hermanos que también de ser muertos como ellos”.
Un buen enemigo ataca donde el hombre cree estar a salvo.
El ambiente era perturbador. Las imágenes aparecían como una secuencia de espejismos y empezó a percibirse una tácita cuenta regresiva…5…4…3…2…1…0
Abrió sus ojos. Y reconoció su muerte.
Entonces decidió abrir el sexto sello, oyó un gran terremoto, y su cuerpo se volvió negro como un saco de pelo de cabra, y su alma se tornó toda como luz y el cielo se enrolló como el libro que dejó caer. Luego, trazó con su mano una cruz sobre su cuerpo, mientras decía: “Caed sobre nosotros y ocultadnos de la cara del que esta sentado en el trono y de la cólera del Cordero”.Porque ha llegado el día grande de su ira y ¿quién podrá tenerse en pie?”
I
Los investigadores identificaron la pérdida de una tarjeta de crédito cuyo cupo de dos millones de pesos fue retirado en diferentes cajeros. Así mismo, se concluyó que las guardas doradas no fueron forzadas y no se reconoció el hurto de elementos de valor dentro de la casa cural.
Las pruebas no han sido contundentes. La SIJIN y la Fiscalía han realizado diferentes entrevistas para dar con la identificación del autor intelectual y material del doble asesinato. A pesar de no tener sospechosos perentorios, dos hipótesis enmarcan la investigación, la primera corresponde a una serie de amenazas que Francisco Alvarado habría recibido cuando era párroco en la iglesia del municipio de La Cabrera, Cundinamarca. Y la segunda radica en un posible crimen pasional.
Post Scriptum
Al leer el séptimo sello encontraron que hubo un silencio en el cielo y dijeron: “El infierno no es otro que este mundo, dividido y asociado a la medida de los adoradores de las pasiones tristes y sus beneficiarios: los sacerdotes y los tiranos del poder”. Amén.
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