ANHELO DE PAZ

La paz no llegará en un sobre proveniente de La Habana, pero sí será el insumo para que la reconciliación se impregne en el espíritu de cada colombiano. No hay mejor arma que la libertad ni mejor escenario que la paz.
Nicolás ni siquiera alcanzó a despedirse. El cadáver del pequeño de cinco años fue encontrado abrazado a una palita de juguete. Es tan sólo un acontecimiento más en esas vidas acostumbradas a las danzas del garabato que lo ponen a uno a rumbear con la muerte. Un hecho que pone en evidencia que en Colombia se muere sin haber nacido.
Y así, caminando por Colombia, aparece la terrible ópera de la muerte en los gestos de cadáveres petrificados. Parca y cínica, la guerra dejó su trazo en miles de rostros. En cada cara, en cada músculo del país el gesto no es el de la sorpresa, porque nadie ni siquiera tuvo tiempo de morir. Fue tan repentina la intensidad de la violencia, que todos los rostros guardan tan sólo ese mínimo instante en el que ya no se está vivo pero tampoco se ha muerto.
En las rutas colombianas lo real conviene con lo mítico. Todo es interminable, almas muertas y renacidas. Un grito desgarrado o una tranquila pose, una pareja enredada que hace el amor y hasta un perro inquieto, esas son las estatuas de carne y hueso que yacen en los vastos territorios del país.
En Colombia el temor dejó hace mucho tiempo de ser una sensación repentina y por lo tanto pasajera, para convertirse en atmósfera, en manera y razón de ser. Matar dejó de ser un verbo para convertirse en un signo de puntuación en los noticieros. Las ciudades se volvieron una combustión que genera monstruos, un tumulto caído vestido de paños fúnebres, un monumento de rodillas resistiendo a ciegas.
Para muchos es sólo una guerra más, aunque bien podría ser la metáfora de todas las guerras, de la frustración y el desacuerdo; del odio, de la lejanía. Una perversa lógica o un destino humano nos condujeron a la violencia sin que pudiéramos evitarlo. Perdimos la guerra aun ganando la última batalla.
“Si seguimos bajo este modelo mental, no alcanzarán los árboles que quedan para hacer los ataúdes de todos los delincuentes que están por nacer”, dice William Ospina en su libro Pa` que se acabe la vaina.
Es hora de levantamos con una nueva esperanza, un pálpito muy profundo de que el sueño de la paz se haga realidad. Ya lo lograron ETA, en España, Sendero Luminoso, en Perú, y el mismo M-19, en Colombia. La mayoría de los más de 50 conflictos armados que tuvieron lugar desde la Guerra Fría fueron solucionados por la vía negociada, sólo queda el nuestro. Esta es una oportunidad para volver a disfrutar de ese país al que le hemos dado la espalda durante 60 años.
En esa sonrisa mansa de los colombianos con la que enfrentan la vida se esconde un alarido que con el tiempo y con todo el peso de la alegría, permite hacer de este hermoso lugar geográfico, bañado por dos océanos, un sitio para la armonía.
Un país en paz es disfrutar de un entorno armónico y acuoso, un mundo erótico y diverso, una existencia húmeda, que desde los filos de las montañas deja caer aguas a chorros hacia los altiplanos, los valles y las cuencas de los ríos, para fecundar los campos, la vida y la imaginación de los hombres.
Un país en paz es danzar con los sonidos de la conga, el acordeón, el reggae, el rock, la onda palmera del calipso, el paganismo de la cumbia y todas esas cadencias que ese territorio que está ahí enfrente ha producido para concretar una identidad que va más allá de la raza o la cultura, que está ligada más bien a la pasión, al erotismo, a las ganas de vivir.
Es apreciar una tierra vasta y enorme echada sobre los cielos, espacio azul del cóndor, de la vida, del tejido sutil de los deseos.
Un país de múltiples latitudes, donde la boca huele a viento, los dedos de las manos se llenan de polen a los 20 grados de temperatura y la brisa fresca tragada a dentelladas quita de encima la sensación de pánico de la ciudad.
El fin del conflicto empieza con la rendición de los vientos pero se construye entre toda la nación. La paz no llegará en un sobre proveniente de La Habana, pero sí será el insumo para que la reconciliación se impregne en el espíritu de cada colombiano. No hay mejor arma que la libertad ni mejor escenario que la paz.
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