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Viaje al corazón de la futura cepa ‘Made in Puntalarga’

Por: Juan Pablo Gordillo Camargo

Un químico hace realidad la utopía de fundar y consolidar el mejor viñedo de Colombia

A tres horas y media de Bogotá se encuentra la región vinícola forjada a punta de intensiva investigación académica y trabajo científico serio.
En las inmediaciones de un tapiz eternamente verde salpicado de hortalizas casado con un cielo esplendorosamente azul y despejado que regala generosamente su mejor rostro a los visitantes de esos paisajes. De ese perenne paraje, el genio libertador Simón Bolívar en compañía del fiero coronel venezolano Juan José Rondón conquistaron una quimérica epopeya independentista que parecía ir condenada al infierno.

Las tierras fértiles y gratas parieron de sus entrañas a pequeños pero aguerridos ciclistas que en un pasado glorioso no muy remoto, brindaron a la patria victorias resonantes en latitudes alejadas del mundo.

En las huestes del Cercado del Cacique brotan íntimamente de Pachamama, unas prístinas gemas por las que avezados y hambrientos hombres dejan al azar sus existencias terrenales para lograr una efímera y riesgosa fortuna que dejan las esmeraldas.

Sin embargo, en este remanso de paz con tantas virtudes que exhibir ante la humanidad –a veces no creemos que es nuestro país- hay una locación atípica que esta en frente de muchos. Algunos la miran pero no la observan con el suficiente detenimiento para desenmarañar esa incógnita que solo unos cuántos conocen.

Ese algo inimaginable que se encuentra a cuentagotas este país que se lamenta impotente de su corrupción y simultáneamente sonríe cuando hay jolgorio, permanezca hace 27 años mimetizado en la amable gracejo que Boyacá siempre hace a sus huéspedes. Es un lujo que supuestamente se pueden dar algunos países europeos.

Este gran privilegio inserto en el centro del altiplano boyacense se llama el Marqués de Puntalarga.

Lo puede encontrar enclavado en una colina, en la autopista Duitama – Belencito, a 200 kilómetros de Bogotá.

Prácticamente es como las grandes obras de las tablas, a la medida que asciende el telón se desvela el espectacular inicio de una majestuosa historia. Se sube por un angosto camino pavimentado a la vera de la doble a Sogamoso.

Un prolegómeno al campo de vides, en plena cuesta, es una pareja de blancas casitas coloniales de una planta que dicen los ansiosos visitantes “sigan”. Éstas exhalan un hálito histórico de 150 años.

Cada metro que se sube es un momento menos para observar de manera prístina qué realmente un viñedo. Sin embargo, el telón asciende súbitamente, dejando perplejos los ojos de quienes presencian ese magno espectáculo.

No puede parecer seductora su planta física porque es relativamente sencilla. Claro que, la esencia y el contenido implícito de un arte sublime que se practica desde tiempos inmemoriales, como lo es la enología, derrumba esas frivolidades.

Al arribo a Puntalarga, se erizan los poros de la piel al ver los viñedos silentes y pedestres en medio de la hermosa villa boyacense.

El ruido y el movimiento de visitantes y dependientes del recinto se hacen notar al coronar la ladera de la montaña. En primera instancia vislumbramos una pintoresca cabaña vinotinto con techo de paja, a su izquierda, un apacible y espectacular mirador que ofrece la panorámica colosal y soberbia de ese valle.

Los anfitriones del lugar no son los que lo presiden, sino las delgadas y linealmente formadas plantaciones de uva. Esta fina pincelada verde claro se esparce alrededor de 3,8 hectáreas.

Estas damas no se pueden defender solas de los pillos que merodean por ahí. Para proteger la integridad de la ambrosía y planta madre que colonizó la fría tierra boyacense existen unos robustos pinos que hacen de guardias pretorianos, custodiando celosamente a los arbustos de linaje áulico.

Mecenas de la utopía
El padre de este romántico y jugoso emprendimiento es el Ph.D. en química, Marco Quijano Rico. Lo familiarizaron con el elíxir de Baco a partir de los 5 años, cuando su progenitor le daba pequeños sorbos. -En la casa, allá, mi padre nos daba a los chicos una pequeña copita de vino. Y ahí comenzó el cariño por el vino-agregó-.

El sueño se empezó a forjar desde que su padre, Marcos Quijano Niño, quien en 1927 fue uno de los pioneros en sembrar 4.500 frutales europeos en la región.
La espinita que acercó definitivamente al universo enológico a este conspicuo viticultor fue cuando su papá le regaló su primer juego de química.

Este laureado boyacense de sangre trasegó hasta llegar al primer mundo para cursar sus estudios profesionales y lo que en definitiva iban a ser sus segundas novias hasta la tumba: la enología y la química. Su brillantez le dio para llegar a la Nasa en EE.UU.

Tiempo después quiso plasmar su enorme conocimiento, pero su rumbo tomó otro matiz. En 1972 retornó al país para fundar y encabezar el laboratorio investigativo de la Asociación Nacional de Cafeteros. Este importante cargo le sirvió para catapultar el anhelo que había tenido por años: formar un viñedo.

Al principio, no tuvo problemas. No obstante, a la hora de importar las cepas alemanas y francesas surgieron algunos escollos que relativamente amenazaron su emprendimiento, -La chica que manejaba la aduana en la época, quería que por cada mata le diera una comisión. Como yo estaba en la federación, tenía poder. Formé el escándalo más macho diciendo “había que echar a esa vieja” y así se arregló el problema, contestó Quijano.

Toda la emocionante y promisoria radiografía de su vida en el campo vinícola la relató en un salón monumental para visitas especiales: por su comodidad y excepcional vista al horizonte lo era; además sería un pecado omitir la envidiable compañía de un cautivador y aromático vino Riesling. Sin embargo, no es completamente especial por su ausencia de privacidad. Entraban y salían personas consultando al doctorado boyacense: ¿Qué se debía hacer? ¿Cómo me afilio a la asociación? ¿Recuerda al holandés?… ¿Cómo van los muchachos?… E infinidad de preguntas que hacían sus amigos visitantes sobre la familia y los vinos, mientras tanto sus empleados corrían afanosamente para consultar ciertas decisiones del transcurrir momentáneo del negocio.

El ditirambo ya casi comenzaba
En 1982 compró el terreno que actualmente se encuentra el complejo vitivinícola el más grande de Boyacá: Puntalarga.

Tiempo después, en 1987 fue la primera vendimia. Después de un arduo y titánico trasegar investigativo y científico, Quijano ‘fue a la fija’ con sus experimentos. Se importaron cerca de 37 variedades de cepas, pero realmente no prosperaron todas sino -las que queríamos que se dieran se dieron- finalizó el letrado de mejillas rojizas y aspecto bonachón.

La falta de apoyo y el cierre de puertas burocráticas no impidieron que este culto doctor desarrollara su majestuoso emprendimiento que generaría empleos y prestigio a largo plazo.

Sin embargo, Boyacá fue una plaza difícil para modificar el hábito de consumo en lo que atañe a licores porque siempre se consideró al vino como una bebida de unas encopetadas élites y no como un líquido más accesible. -¿Por qué era muy difícil convencer a pequeños campesinos que valía la pena sembrar estas matas? Uno les parecía ‘griego’. Además cómo cambiarse de la papa, una mata que aguanta todo, a una que es tan sumamente caprichosa y tan sofisticada como ésta (la vid). Es una dama- advirtió este hombre con setenta y tantos años. Por su ceniza testa justifica la infinita y colosal sapiencia con que responde a los cuestionamientos que se le plantean.

El evento que dio un despegue fulgurante a la novel empresa fue en 1989, cuando se organizó la primera fiesta del vino, en el que se hacía un reinado de niñas de diferentes regiones del departamento.

-Con las fiestas del vino, tú puedes usarlas para divertirte o como herramienta para ejecutar- explicó el objeto de las celebraciones que justifican la vendimia.

En 1992 tuvo lugar un paso crucial y acertado que dio el profesor fue pactar intercambio científico con dos prestigiosas almas máter en Europa: la Escuela Nacional Superior de Agronomía de Montpellier (Francia) y, el Instituto Nacional de Investigaciones Agronómicas en Alemania.

Con el andar de los años ha tenido gran reconocimiento y vitrina gracias a la prensa internacional como lo declaró el egresado de la Universidad de Lausana – el primero que nos ayudó mucho fue el corresponsal para América Latina de Le Monde, Marcel Murerand, que escribió un par de artículos sobre lo que denominó ‘el cull tropical’-.

Del trabajo arduo hecho por Quijano dio como resultado la fundación del Consorcio del Sol de Oro. Con una inversión de 40 millones de dólares, cuenta con 70 afiliados de los cuales 30 están en plena producción.

Las estadísticas no mienten y se dice que los ingresos por compra de vinos importados en Colombia alcanza la cifra astronómica de 100 millones de dólares anuales y de los tributos que van al erario, en lo que concierne a este tema enfatizó: “Hoy en día los impuestos que se pagan por motivo de vino, ya no son despreciables. Dan para una obra ‘considerable”, reveló con pintoresco acento.

Desnudando los misterios de Puntalarga
Comúnmente el vino joven se almacena en vetustas barricas de compuestas de duelas (listones que forman la barrica) para darle carácter aromático y un sabor característico a los mejores ejemplares del mundo.

El Dr. Quijano, un prolijo filósofo y docto en lo que atañe al mundo de la uva rompió paradigmas en la elaboración de este sacro líquido que embeleza a muchos.

Insertó al vino colombiano en las grandes ligas mundiales al tomar la arriesgada determinación de embotellar el vino en garrafas de vidrio genéricas. ¿Por qué echó a la suerte sus exhaustivas indagaciones?

Durante el extenso y enriquecedor coloquio entre el doctor y el entrevistador, acompañados de la preciosa vista de un verde vivo y en pleno fulgor, develó uno de sus secretos mejor guardados: el almacenamiento de vinos jóvenes en bombonas de vidrio. “La barrica distorsiona el perfil del vino y es importante que solamente tenga las características de las uvas. Ya que, el garrafón no da elementos extras sino que mantiene el sabor original de la tierra representativa de éste”, informó el vinicultor boyacense.

-Aquí tuvimos la visita de alguien que era el corresponsal de la agencia France Press para el norte de Suramérica, y el fue el que me dijo –no se te vaya a ocurrir meter este pinot negro en barrica porque tiene una nota de madera de cedro andino que no se consigue en ninguna otra parte-, aseguró el dueño del viñedo loma de Puntalarga con peculiar acento.

Un cuestionamiento que ha sonado en voz baja tras bambalinas por mucho tiempo para los nuevos aficionados a este mundo glamoroso y místico a la vez es: ¿Por qué los viñedos se encuentran en topografías quebradas y difíciles? Una trigueña menuda de gestos amables desentramó el enigma –Es para que el agua drene, y tenga la menor concentración de agua y sea de mejor calidad. También le da inmunidad a la plantación respecto a las heladas, porque ese hielo busca adherirse rápidamente a cualquier cosa en tierras bajas-.

Después de varios sorbos de vino blanco contenido en unas copas rutilantes y enormes, la charla se fue desenvolviendo naturalmente a pesar de los sobresaltos que resquebrajaban la interacción con el calmo pero estudiado doctora que argüía justificaciones verosímiles, derrumbando de manera contundente mitos absurdos que nos habían infundido sobre esta bebida mítica.

Por un momento, el químico dejó absortos a los compañeros del recinto con el vasto conocimiento que infundía por medio de su sencilla pero letrada dialéctica, replicando una duda sobre el estado metereológico de la zona porque afirmé en voz estentórea que –esta región era nubosa y fría permanentemente-. Por lo tanto, el especialista en química replicó férreamente con la siguiente frase –Hay una mala interpretación desde hace muchos años desde el punto de vista turístico; pero, también se debe a que hay unos errores garrafales que la gente sigue usando. Si tú coges las temperaturas que proponen los panfletos turísticos, ahí te hablan de temperaturas entre 14 C y 15 C. Ningún turista en busca de empeorar la condición de clima de donde viene, sino busca mejorar. Por eso, para nosotros fue tan importante habernos dado cuenta de ese fenómeno tan pendejo, oportunamente-.

La última confidencia que revela el veterano vitivinicultor es que actualmente hacen un ensayo en Suiza con la Escuela de Mejoramiento de Plantas en Zurich, haciendo cruzamientos de los vestigios de uva que dejaron los jesuitas en 1600 y la pinot negra que está en plena producción en el viñedo.

En los próximos dos años la única variedad de cepa colombiana verá la luz.

La constructiva conversación nos legó una mínima parte de la enorme erudición de este profesional a carta cabal en el ámbito enológico, dejándonos totalmente conformes y ávidos de más explicaciones y sustentaciones que ensanchen nuestro caudal de curiosidad para considerar al vino más que una `maren vit fiorella´, una mata de monte.

Mientras la tarde languidecía y sol empezaba a guarecerse en sus aposentos, el hombre amablemente se despidió con presteza. Dejando las puertas abiertas de su negocio para que volviésemos a disfrutar ese indescriptible placer mundano pero a la vez paradisíaco, de volver a tener uno de sus exquisitos vinos en el paladar. Y, simultáneamente retornar para admirar y suspirar frente al paisaje espléndido que rodea al Olimpo de la uva.

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