ARMERO: Un Pueblo Fantasma
Cuando era niña recuerdo que mi madre me contaba la historia de una población tolimense que una trágica noche fue víctima de la fuerza de la naturaleza. Diez años más tarde yo emprendería un viaje por carretera hacia un pueblo sin memoria llamado Armero.
Por: Ana María Cuartas
Cuando pisé el suelo donde antes estuvo el pueblo sentí escalofríos. A mi alrededor, un paisaje totalmente devastado por la fuerza de la naturaleza, una ciudad que 22 años después del nefable 13 de noviembre sigue oliendo al lodo que dejó la avalancha. El pueblo que en su época fue considerado el más próspero del norte del Tolima por sus grandes plantaciones de algodón y arroz, ahora sólo es un espejismo.
En el Parque Fundadores, donde los domingos la mitad de la población armerita se sentaba a escuchar a los tradicionales culebreros, hoy se siente un ambiente melancólico. A pesar de que el sol brilla con intensidad en los otros municipios tolimenses, el día en Armero es gris.
-Son 4700 pesos, dijo el conductor.
El bus intermunicipal me deja en la variante de Armero. En el bolso llevo la cámara, una libreta y la curiosidad igual a la de un niño que lo visita por primera vez. En una valla blanca en la entrada del que una vez fue el pueblo, puedo leer: «Parque a la vida. Unidos honraremos la memoria de nuestros seres queridos. Gobernación del Tolima. Alcaldía Armero-Guayabal. Corporación Armero Parque a la vida».
Por la carretera principal vía a Ibagué solo quedan los esqueletos retorcidos de las edificaciones, que alguna vez estuvieron de pie. De los cuatro pisos del Hospital San Lorenzo sólo se puede observar el último, porque los tres restantes quedaron enterrados. El lodo volcánico ha hecho renacer la vida en Armero: la vegetación se torna abundante 22 años después de la tragedia.
La situación es complicada, no puedo sacar de mi cabeza la idea de que alguna vez existió vida en un pueblo tan próspero como cualquier población tolimense, con una economía establecida y una vida totalmente organizada. Hoy, el semblante de Armero es otro, una ciudad fantasma con un aspecto desértico circundada de tumbas y cruces. El pueblo pasó de ser una ciudad bulliciosa y alegre a un gigantesco camposanto. Curiosamente, el único lugar de Armero que no sufrió ningún daño fue el cementerio, ya que se encontraba ubicado en la ladera más alta del pueblo.
Camino a través del Parque Fundadores, cerca a unos turistas que están mirando la inmensa cruz blanca donde S.S. Juan Pablo II oró de rodillas por las víctimas el 6 de julio de 1986, a los siete meses y 23 días de ocurrida la avalancha del Nevado del Ruíz. A mi lado se encuentra un vendedor de DVD, que anuncia a 10.000 pesos, a grito de pulmón, sus películas piratas sobre el especial que Noticias RCN y Discovery Channel hicieron para el aniversario 20 en 2005. Los visitantes comentan entre sí la probabilidad de que gran parte de la población armerita se hubiera podido salvar si se hubiese realizado un plan básico de desastres, critican la negligencia y la despreocupación del gobierno local.
Andrea, la guía del Parque de la Vida, me dice que me cobra 5000 pesos por acompañarme y explicarme cuáles son los espacios estratégicos del pueblo. Con Alejandra y Diana, unas amigas que me acompañan accedemos a su oferta.
Caminamos unos pocos metros y nos encontramos con el “Monumento a la Vida” realizado por el artista Hernán Darío Nova, el cual se encuentra en el centro del antiguo parque Los Fundadores formado por cuatro columnas que representan los puntos cardinales. El monumento encarna el relieve del tejido arquitectónico del antiguo Armero. Pasados unos minutos, Andrea nos indica el camino a seguir: la bóveda del Banco de Colombia.
La caja fuerte está intacta y sirve para colocar dos lápidas de mármol de color gris con los nombres de sus empleados. Con la curiosidad que nos caracteriza a las mujeres, entramos a la bóveda a mirarla. Está llena de mugre, lama, maleza y telarañas. En su época cumbre, Armero contaba con la presencia de grandes entidades bancarias y los días siguientes a la trágica noche del 13 de noviembre se registraron pérdidas por más de 30.0000 millones de pesos, 50 colegios destruidos, 200 maestros y 4000 estudiantes desaparecidos, dos hospitales arrasados, casi 5000 viviendas en ruinas, acueductos, alcantarillados, redes de energía hechos trisas. La erupción del volcán representó para la población afectada un fuerte retroceso, peor que el de una guerra.
Alrededor de todo el camposanto se observan las vallas del proyecto internacional de concientización y recuperación de la memoria Armando Armero, en las cuales se plantea la necesidad de rescatar la memoria a través de registros visuales que referencien un antes y después de este hecho memorable, con la colaboración de las comunidades aledañas, turistas y sobrevivientes. Para tal hecho el proyecto plantea las siguientes fases: Centro de Interpretación, Ruta turístico-cultural y Museo de las catástrofes naturales.
Seguimos caminando durante 15 minutos por una vía abandonada, hasta que llegamos al sitio más llamativo de la ruta: la tumba de Omaira Sánchez, símbolo insigne del apocalipsis de Armero, que acaparó la mirada de los medios de comunicación de todo el mundo. En su mausoleo se visualizan más de 120 placas de acción de gracias por los favores recibidos de la «niña santa»; además, toda clase de peluches, camándulas, flores y veladoras.
En el lugar donde padeció los cuatro días de agonía ante los lentes expectativos de las cámaras de televisión, que seguían pasó a paso la tragedia, se encuentra una frase de su madre y su hermano: «Fuiste una niña dulce y bella, ejemplo de humildad y de dulzura, tu paciencia de santa consumada conmovió el duro corazón del hombre, ibas por los verdes caminos de tu pueblo nativo Armero, ardiente el sol sonreía sobre tus cabellos, tus dulces ojos contemplaban las fértiles tierras colmadas de algodonales, arrozales y cafetales.»
En la valla cerca a su sarcófago, hay una fotografía de la niña con un traje típico, bailando en las danzas del colegio, seguida por su imagen agonizante que le dio la vuelta al mundo.
Frente a la tumba de Omaira imagino la noche de la tragedia: madres desesperadas llamando a sus hijos, vehículos conducidos por personas enloquecidas que atropellaban a la gente que huía, la descomunal ola de lodo que arrasó con todo a su paso, destruyó por completo la estación eléctrica, dejando la ciudad en completa oscuridad. Solo bastaron 15 minutos para arrasar con la vida de más de 20.000 personas. El pueblo desapareció en medio de los gritos de desesperación e impotencia de sus habitantes.
A los pocos días de pasada la catástrofe cientos de armeritas fueron haciendo las tumbas como homenaje a sus familiares y amigos muertos, sobre las que inscribieron frases que alcanzaron cierta calidad literaria. Cómo una leyenda que encontré cerca de la gigantesca piedra que trajo la avalancha. Visitada por turistas como insignia de la magnitud de la tragedia que vivió Armero, donde pude leer: «La muerte no es más que el comienzo de la vida. ¡No son los muertos los que en dulce calma! La paz disfrutan en la tumba fría; muertos son: los que tienen muerta el alma y aún viven todavía. D. León.».
El último lugar del recorrido antes de marcharnos fue la antigua Estación Policial de Armero. Unas gradas conducen hacia una especie de nicho donde aparecen los nombres de los policías sepultados, al fondo tres astas para colocar las banderas de la Policía Nacional, la de Colombia y la de Armero.
Aproximándose las seis de la tarde, salimos por la que alguna vez fue la calle principal del pueblo, bajo un panorama totalmente desértico y aterrador, pensé que si las ciudades del mundo tienen olores característicos, ésta no sería la excepción. Me pregunté ¿a qué olería? Ya no sería al olor del mango biche mezclado con el humo de los buses de Rápido Tolima, ni el aroma del Café Ancla por la calle 11 y mucho menos a la esencia de la papaya verde que traía consigo la brisa del Río Lagunilla….luego de recorrer a Armero, Armero me olía a soledad.
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