El Sur también existe : Agradecimientos al Huila
Para el año de 1978, cuando por primera vez pisé las hermosas tierras huilenses. Fue en un paseo típico de familia bogotana, lleno de alegría, bullicio y expectativa infantil por llegar a la “tierra caliente”.
Recuerdo, con claridad, las explicaciones de mi padre sobre las maravillas de la cultura en San Agustín – nuestro destino final – y sobre la magnífica compañía del río Magdalena, que a lo largo y ancho de nuestro recorrido estuvo marcándonos el camino.
Cerca de 300 kilómetros separan a la capital del país de Neiva, nuestra primera parada; y en mi cabeza ya se oía suavemente: “Al sur, al sur, al sur del cerro del Pacandé está la tierra bonita, la tierra del Huila que me vio nacer”.
Esta hermosa letra del gran compositor neivano, Jorge Villamil, que cantamos muchas veces en el colegio desconociendo su origen y sentido, se convirtió en la mejor referencia del legendario y cónico cerro que, aunque estando en tierras tolimenses, es una de las melodías más emblemáticas y la puerta de entrada y de bienvenida más bella a la tierra opita.
Finalmente, después de más de seis horas de un largo trayecto, recibiendo el “aroma de las flores de mayo”, y sintiendo en la piel joven el ardiente sol que le saca brillo a “los verdes arrozales”, llegamos a “El valle de las tristezas”, como el conquistador español Gonzalo Jiménez de Quesada bautizó a la llanura huilense, con muy poco tino y nulo acierto. Injusta denominación que mucho tiempo después, y afortunadamente, fue contrastada por el poeta, también opita, José Eustasio Rivera, quien rebautiza al Huila como una “Tierra de promoción”.
Nuestro viaje, sin duda, fue maravilloso, y mucho antes de llegar al destino final, sentimos y vivimos con intensidad la belleza del paisaje y la nobleza de su gente; la variedad de pisos térmicos en muy poca distancia sorprendió a todos los viajeros, quienes atónitos observábamos la espléndida gama de verdes y la exuberancia de su vegetación.
La extensión y el color de sus llanuras nos dejó a todos sin palabras y con una eterna y marcada sonrisa que jamás olvidaremos. La imponencia de sus montañas, la calidez y fuerza de sus aguas, el olor indiscutible de la fruta y la lentitud majestuosa con que caen las tardes, se convirtieron en inolvidables imágenes y en el eterno referente de un paisaje que, por antonomasia, es lo que hoy entiendo por “Colombia”.
EL HUILA, COMO DEPARTAMENTO AUTÓNOMO, NACIDO DEL IGUALMENTE INCOMPARABLE PAISAJE TOLIMENSE, APARECE POLÍTICAMENTE EN EL AÑO 1905, EN UNA ÉPOCA DE PROFUNDA CONVULSIÓN NACIONAL Y DE URGENTES SUEÑOS POR ALCANZAR UNA PAZ DURADERA (COMO AHORA…).
Este nuevo territorio celebra entonces en medio de una gran fiesta el final de la Guerra de los Mil Días, su autonomía política y administrativa y el inicio del siglo XX. El siglo recibe al Huila y Huila estrena el siglo XX.
El departamento, que empieza a construir su geografía espacial, física, política y humana, se hace con lentitud, con paciencia, con sabiduría y con mucho amor. Miles de hombres y mujeres, labradores, campesinos, pescadores, pequeños comerciantes, músicos todos, llegados de las más apartadas comarcas, esculpen día a día, bajo el ardiente sol, lo que hoy conocemos por el “Huila”; una tierra rica en toda su extensión y casi invisible en la cartografía política y económica de aquel entonces.
Los “hombres del Sur”, los “sureños”, como se les llamó a los “padres fundadores” del departamento, son aquellos que con sudor en las espaldas, dolor en sus manos e inmensas esperanzas hicieron del Huila hoy uno de los departamentos más pujantes económicamente y más ricos en su biodiversidad y posibilidades.
Son ellos, quienes a manera de homenaje, dan origen a este espacio de opinión, que invocando y evocando al cantautor catalán Joan Manuel Serrat, se denominará de hoy en adelante como “El Sur también existe”. Una bellísima canción que le recuerda al mundo que nuestras tierras también reclaman protagonismo y respeto en la construcción del tiempo y de los siglos.
Pero aquí abajo, abajo
cerca de las raíces
es donde la memoria
ningún recuerdo omite
y hay quienes se desmueren
y hay quienes se desviven
y así entre todos logran
lo que era un imposible
que todo el mundo sepa
que el Sur,
que el Sur también existe.
(Joan Manuel Serrat)
Por ello considero que esta estrofa de la misma canción también habla del Huila.
Tuvieron que transcurrir más de dos décadas hasta volver a pisar tierras huilenses.Era un mes de abril del primer año del presente siglo cuando, ya vinculado al mundo de la academia, y después de muchos años de vida y de adelantar mis estudios en Europa, me reencontré con el paisaje opita.
Neiva me recibió con un sol abrazador de medio día. Llegué, como buen bogotano, y como reza el versito “con saco y corbata”, a entregar unos diplomas de graduación a un nutrido grupo de periodistas y productores de radio comunitarios de los municipios más apartados del departamento.
La ciudad, siempre feliz y despierta, me recibió con la algarabía propia de las calles del centro; con el olor que despierta la fruta recién cortada y con la suave brisa que se agradece a las orillas del Magdalena.
Observé deslumbrado, como frente a una película, la Catedral, el parque Bolívar, la calle La Toma, el monumento a La Gaitana y los árboles que con dificultad dan sombra en los barrios del oriente de la ciudad. No niego, que nuevamente fui sorprendido: ya no era solo la estupenda vegetación y el ardiente sol lo que me sobrecogía el alma como en el ayer, sino el profundo dinamismo de sus gentes, la velocidad en las calles, el ritmo acelerado de su comercio, la seriedad y rigor de su academia, la definida personalidad de esta urbe mediana y, nuevamente, la amabilidad de sus moradores, que sin duda es su mejor baluarte. Me sentí nuevamente feliz. Volvía a saberme colombiano y, en silencio, agradecí la existencia de esta bellísima tierra, que muchos años atrás me había regalado uno de mis mejores paseos.
Mucho tiempo después, en el ejercicio de mi trabajo profesional, conocí a quien hoy es mi esposa, una digna y hermosa mujer hija de esta noble tierra. Este hecho, sin duda, acrecentó aún más mi amor y respeto por el Huila, y empecé entonces a reconstruir nuevamente mi vida a los pocos años de llegar al país, y he de decir, con certeza absoluta, que nunca hubo ni ha habido un huilense que no me haya recibido con cariño, alegría y generosidad desbordante.
Llevo entonces una década y media viajando por el Huila, pasando estupendas temporadas de vacaciones y algunos días de trabajo en Neiva; aprendiendo de sus costumbres, dejándome impregnar de su abundante riqueza cultural y afinando el oído para reconocer con alegría en cualquier lugar del mundo el típico acento huilense.
Hoy como ayer, me siento inmensamente agradecido con el Huila. Aquí tengo muchos de mis mejores amigos; aquí he podido sentir como en ningún otro lugar del mundo que siempre se es bien recibido. El Huila me ha regalado sus inmensos paisajes, que nunca me canso de disfrutar; me ha donado sus ríos, montañas, nevados, valles y mi eterno y siempre enamorado Desierto de la Tatacoa.
Aquí he visto los mejores y más suaves amaneceres, las tardes más coloridas y las noches más fulgurantes. Aquí he saboreado verdaderos manjares gastronómicos y he podido sentir en la piel y hasta el trasnocho la fuerza de un pueblo eminentemente feliz y musical.
EL HUILA ES LA ENTRAÑA MISMA Y LA MADRE DE COLOMBIA.
Aquí se desatan con imperiosa majestuosidad las cordilleras y tiene origen en el Estrecho el nacimiento del río Magdalena, como si fuera la sangre misma de la nación. En ningún lugar del mundo las cascadas son tan frías y las miradas tan amables como en el Huila. Esta tierra me ha regalado el amor de mi vida, a su familia y a sus pueblos variopintos y festivos.
Tengo entonces mucho que agradecer al departamento; y para completar la lista de obsequios, hoy, esta ilustre Casa Editorial, fundada en el año 1966, por insignes constructores del departamento, me abre generosamente sus puertas, para que, desde este espacio de opinión, presente semanalmente mis modestos aportes a la construcción de un mejor país y de una mejor región.
Nace entonces esta columna de opinión como una pequeña ventana a la esperanza, a la reconciliación nacional y como un canto a la vida. Nace para contar desde otra perspectiva que la mejor manera de ser globales y de insertarnos en el nuevo siglo y mileno, es sentirnos y sabernos plenamente como ciudadanos locales, a la manera de Manuel Castells.
Hoy creo, sin duda, que lo más universal de Colombia es Macondo… Y quizá lo más cercano a una zarzuela sea una buena rajaleña…
Tengo entonces muchos motivos para sentirme agradecido con el Huila. Por lo tanto, es el momento de decirlo, y si es posible, con respeto y modestia, de auto declararme como su “hijo adoptivo”, y cantar, sin reparos, que si bien a mi de niño no “me arrullaron con sones de tambores” si he aprendido en el Huila con “el ritmo de los sanjuaneros toda la alegría del pueblo que quiero”.
aroveda@yahoo.es
Sin Comentario