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MÁS KANT Y MENOS CARREÑO.

La educación es la clave para el surgimiento de una nación, y al parecer ningún ministro ni secretario de educación sabe para qué se educa, ni mucho menos si este país quiere, desde la iniciativa ciudadana, surgir.

En los últimos días los medios masivos informaron sobre varios estudios que las secretarías de educación locales y el ministerio de educación realizaron, arrojando unos datos “reveladores”: Alarmantes cifras de deserción escolar, pésimas notas y gran porcentaje de la pérdida del año.

Cifras que al parecer las entidades encargadas acaban de descubrir, aunque la realidad es evidente sin la necesidad estadística: Estamos en la inmunda en materia de educación. Como siempre, las matemáticas son el coco de los estudiantes. Español, que era uno de los pocos fuertes de la educación colombiana, hoy en día es otra de las debilidades a las que se les debe sumar el inglés.

En resumidas cuentas, no se sabe contar, no se sabe hablar el idioma natal y mucho menos el foráneo. Seguidas a estas cifras aparecen una cantidad de analistas y expertos en la materia que resultan echándole la culpa a todo, en vez de analizar concienzudamente el trasfondo de estos resultados.

Psicólogos, pedagogos, profesores de cátedra, expertos en educación y políticos (que atrevidamente resultan opinando), lanzan una serie de teorías, muchas de ellas infundadas, sobre los por qué de tan malos resultados educativos: desde la desintegración de la familia, la pereza y los profesores, hasta el olvido de Dios y los valores en el Colegio.

Ciertamente los muchachos están abandonando el Colegio, no sólo por la frustración de no entender, incluso buenos estudiantes abandonan sus estudios. Aparecen los factores de pobreza, lejanía de la institución, problemas personales y matoneo. Pero las entidades competentes parecen ignorar un factor clave: Un profesional, doctorado, con experiencia y certificaciones, apenas gana unos cuantos millones al mes. Un narcotraficante del menudeo, puede, en menos de una semana, superar de lejos, el sueldo de un doctor. Los muchachos se preguntan ¿Toda una vida de estudios para ganar nada?

La educación no es un abstracto mental, el conocimiento no es una serie de ideas, datos y fechas; ni mucho menos es un servicio de consumo que los estados brindan al ciudadano como paliativo “contentillo” para ver retribuidos sus impuestos. La educación es la clave para el surgimiento de una nación, y al parecer ningún ministro ni secretario de educación sabe para qué se educa, ni mucho menos si este país quiere, desde la iniciativa ciudadana, surgir.

El famoso coco, ese miedo a la matemática, es un factor común en todos los sistemas educativos, incluso en los casi perfectos en Alemania y Suecia. El gran problema de las matemáticas es la forma en la cual son enseñadas. A esto debe sumarse que en todo el mundo, la matemática se inculca al estudiante como necesidad, como imperativo y obligación si se quiere surgir, esto predispone al estudiante quien asocia de inmediato, cualquier incomprensión, duda y error, en matemáticas, como un seguro impedimento para el resto de su vida.

El estudiante no tiene derecho alguno a equivocarse gracias a los modos de evaluación y calificación, que lejos de medir las capacidades y cualidades de un estudiante, segrega a los muchachos entre “los que saben y los que no”, como en el ejército: “los aptos y los no aptos”. Junto a esto, están los listados de “los mejores estudiantes” que lejos de incentivar al estudio, generan una mentalidad competitiva, nociva y toxica para un proceso pedagógico, pues no se sabe por amor a la sabiduría, sino por la vanagloria de figurar como el mejor, mientras que en los puestos más bajos, los peores, son segregados como la “escoria del salón.”

Cómo no desertar, huir de la educación, cuando el propio sistema segrega a quienes tienen las peores notas. Y como consolación se tienen las dichosas recuperaciones y habilitaciones, que lejos de permitir al estudiante resarcir sus errores, los perpetúa, desvirtuando el proceso educativo.

El Español, algo que antes honraba a Colombia, pues el país siempre se destacó por enseñar un empleo correcto del idioma, y además, ese empleo del idioma era aplicado por los hablantes. Antaño, cuando se realizaban concursos de ortografía, los colombianos relucían entre otros hispanohablantes. Hoy, Colombia se ha sumado a sus naciones vecinas en el olvido, mal empleo y pésima enseñanza del idioma castellano.

Con todo atrevimiento, el Gobierno obliga a los estudiantes a hablar inglés cuando a duras penas se conoce el propio idioma. Un país que balbucea su idioma natal, y pretende hablar uno foráneo a perfección. Incluso las cifras de las secretarías de educación arrojan un simpático resultado: En colegios bilingües, los estudiantes dominan mejor la lengua foránea que la natal.

Vale mencionar que el estudio apenas toca someramente la educación artística, la literatura y la filosofía, pilares fundamentales de cualquier educación, que se han relegado a los últimos años de formación e incluso se han vuelto “electivas”.

Una materia tan importante como la filosofía, arroja resultados desastrosos, junto a las matemáticas y el lenguaje, la filosofía es el coco de los estudiantes. ¿No será, señores de las secretarías y ministerio de educación, que nos va tan mal en filosofía porque se enseña rápidamente en dos años? ¿No debería una materia tan compleja ser impartida desde temprana edad, para familiarizarse con ella desde un principio?

Y finalmente estos estudios arrojan unas cifras respecto al comportamiento y cifras sobre ética y valores. Muchos de los colegios imparten por ética una mezcla entre casuística y tautología de “los valores”, se sabe de colegios donde el libro de texto para enseñar ética, lejos de ser Aristóteles, Kant o Habermas, son libros de autoayuda, o laminillas de los diarios locales. Aún peor, una gran cantidad de colegios, tiene como texto guía para enseñar “comportamiento” la funesta y aburridísima “Urbanidad de Carreño” un libro anacrónico, ridículo, dogmático, que lejos de enseñar una ética, enseña los valores de la subordinación y la banalidad de la apariencia.

¿Cómo no nos vamos a ir de rabo en materia de educación cuando se enseña lo que se enseña? Qué importan las cifras y los censos, la estadística deshumanizada, cuando no tenemos una identidad nacional que enseñar a nuestros jóvenes. De qué sirve saber sumar cuando no se sabe quién se es, a tal punto que ser un traqueto no es un problema de identidad, sino una plataforma económica.

Necesitamos menos estudios sin sentido que sólo sirven para alarmar a los padres y preocupar a los muchachos (de ahí que se publiquen finalizando el año). Necesitamos que se reevalúe nuestro sistema educativo en base a nuestras necesidades, encaminando los contenidos, las materias y la formación, hacia una autonomía del estudiante.

Necesitamos que se enseñe ética y filosofía, de verdad, desde temprana edad. Hacer de la matemática y los números, conceptos amenos, necesarios y cercanos al estudiante. Dejar de lado los “libros de los valores” y enseñar el valor de los libros, sobretodo de esos escritos en nuestro idioma, y aún más los que fueron escritos por compatriotas, sólo ahí sería plausible pensar en enseñar y aprender un idioma foráneo, para entrar en dialogo con otros países y otras realidades, como iguales, no simplemente para ser operadores de sus call-centers.

Lo que necesitamos es menos cifras y más compromiso: más “critica a la razón” de Kant y menos “urbanidad” Carreño.

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