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LA PERSEVERANCIA

POR: Mateo Amaya Abella

 

La Perseverancia es un lugar de recuerdos de antaño, donde la pelusa y el aceite son amigos que se unen a la piel de varios mecánicos, un lugar icónico lleno de historias, donde rebeldes sin causa proclamaban libertad, como Gaitán lo gritaba con un vaso de chicha al lado de la iglesia Jesucristo Obrero. La perseverancia, un barrio también lleno de amor y de odio, pero también, el mejor lugar para pagar un arriendo de menos de 200 mil pesos, se puede montar un chuzito de lo que sea para vivir, un barrio de ladrones y  asesinos, pero también de camelladores de la vida, como es el caso del famoso don William.

William Jiménez es un señor que aparenta 50 años, pero que debajo de canas y arrugas en sus ojos tiene 66, regordete y con una nariz muy afilada es un comerciante del sector  que ha trabajado por más de 30 años en la cigarrería más conocida del barrio, donde arriba de esta tiene un alusivo letrero que le hace honor a sus hijos bautizándola como Estefani Niko. Todas las personas del barrio conocen a don William por ser una persona amable a la hora de atender, pero muy enojón y grosero a la hora de cobrar cuando fía.

También conocido por haber sido uno de los mejores jugadores de micro en la historia de la Perseverancia, participaba de cualquier tipo de torneo con su amigos de toda la vida, los Ochoas. Admirado por la gente, por regalarles buenos espectáculos, de uno de los mejores deportes del mundo. La gente se maravillaba cuando él jugaba.

perseverancia micro

“El lugar donde nací y tuve las mejores anécdotas de mi vida, pero también el lugar que más he deseado dejar. Yo recuerdo que el barrio era tan diferente de lo que es hoy. Hace 35 años el barrio estaba tan lleno de arena, calles con huecos, sin andenes, casas viejas, no había una cancha decente para jugar, pero se hacían los mejores torneos, pero era uno de los lugares más peligrosos que he visto en mi vida”.

Sus mejores amigos desde la infancia fueron los Ochoa, estaban Walter, William y Neftalí, el trío de hermanos más conocidos en el barrio, conocidos como los Victorinos, no porque uno era gomelo, una rata y el otro un policía, sino porque eran tres y donde se juntaban había muerte. Eran altos, con cabello largo y lacio, luciendo la moda en ese tiempo,  con barrigas, gracias al  entrenamiento con pola, pero con talento nato para jugar microfútbol, amantes de las fiestas y las mujeres.

El barrio como dijo William Jiménez se había convertido en un campo de guerra, ya que sus mejores amigos se encontraban en pelea con una de la familias  más conocidas por sus largos obituarios, la familia de  los Moscos. Además sumarle a esto que toda la vida el barrio les había enseñado a las personas que si no tienes qué comer debes rebuscarte la comida, haciendo que ser ladrón fuera la mejor opción de vida en este lugar. Una combinación perfecta para ver fuegos artificiales llenos de balas y sangre.

“Uno no podía salir  a las 9 de la noche a comprar una leche porque ya se volvían locos, la canción de cuna eran gritos y tiros de bala, además que el lugar estaba ausente de postes de luz, entonces era como caminar en medio de la penumbra por un camino empedrado, por lo tanto sino te mataba una bala perdida, si lo hacía resbalar por esa loma, que representa tan bien el barrio”, como dijo Beatriz Garzón, habitante del sector por más de 90 años.

Esta guerra comenzó  en una fiesta en la Mazorca, un parque donde literalmente hay una mazorca construida con baldosas amarillas y metal, armada en conmemoración al día de la chicha. Ese día se encontraban Walter Ochoa, don William, disfrutando de unas costeñas, Neftalí estaba con su mujer, bailando Nadie es Eterno en el Mundo de Darío Gómez  y disfrutando de una rumba improvisada en medio de la calle, con una fogata prendida, hecha de posters de paredes en un barril de acero, todo estaba en paz hasta que en la esquina se oye un grito “la tengo viva», las personas sabían que por ahí se encontraba Mosquito, el mayor de los moscos, Oscar González, su nombre de pila, se dirigió hacia ellos y le vendió el famoso bazuco al menor del trío de hermanos, Neftalí, marcando el principio del fin, ya que el menor de los Ochoas desde ese día se había vuelto comprador compulsivo, sus hermanos se enteraron y decidieron buscar a la persona que le había arruinado la vida a su pequeño hermano.

Walter y William buscaron a Oscar para darle una paliza, lo encontraron en la quinta con 32, pero mosquito no era ningún traído, es una persona avispada en este mundo donde el respeto se gana con quien demuestre ser más ´belicoso´. Sacó un revolver y les comenzó a hacer tiros al aire, pero ellos también, perros viejos, contaron los tiros, sabían que se había quedado vacío y lo asesinaron con dos armas muy sutiles: palos y piedras. Razón por la cual las familias de ambos bandos decidieron irse del barrio pero en cada momento que regresaban éste se convertía en zona de tiro.

A los meses todo se calmó hasta que un 29 de diciembre de 1989, un día antes del cumpleaños de William Jiménez, llegaron a su tienda dos carros, se bajaron 7 personas con revólveres y aunque sea difícil de creer con ametralladoras. Su primer instinto fue correr pero lo atraparon y lo apuñalaron en el cuello, William se desmayó y su cuñada que toda la vida a trabajado con él, lo tenía en su piernas recargado, mientras le tapaba la herida, “yo estaba debajo de una mesa de Águila, ellos entraron y comenzaron a golpear a todos las personas que estaban con nosotros, rompieron las vitrinas de la cigarrería y nos decían  que nos perdonaría la vida, si William no volvía a jugar con los Ochoas», recordó Lucrecia Araos.

Ligia Rodríguez, esposa de William, llegó a la tienda, inmediatamente lo llevaron de urgencias al Cami, sobrevivió gracias que la herida solo fue superficial, pero el shock hizo que se desmayara. Ligia en su preocupación le dijo a William que lo mejor era hacer caso omiso, para que no fueran el daño colateral de una guerra donde no tenían parte, y además son padres de 3 niñas  y dos jóvenes.

A los meses don William decidió cortar todo lazo de amistad, como un milagro se libró de uno de los más grandes asesinatos que han ocurrido en el barrio de la Perseverancia, en el año de 1989, tres familias fueron asesinadas, un total de cuarenta personas, en un salón comunal de la Paz, barrio vecino de la Perseverancia, don William se enteró porque solo sobrevivo Neftalí, este le contó  lo sucedido y que se había ido a los Estados Unidos, el barrio se ganó  la fama del que sube a pie baja en ambulancia.

Después de esto los ladrones  eran cada vez  más descarados, solo atracaban a los taxistas que subían a hacer carreras por el sector, los robaban y  los dejaban escondidos en los baúles de sus autos mientras disfrutaban de un rolis y despilfarraban el dinero en alcohol y comida, como cuando “Ángelo Joya atracó a un amarillo y mientras comía perro caliente en la tienda de mi papá, el chofer del taxi estaba esperándolo en su baúl” como contó Diana Rodríguez.

Con el tiempo esto fue el pan de cada día, hasta que dos factores influyeron en el cambio radical del barrio, desde el año 2005, el primero fue la gran convergencia de la tecnología que permitió más vigilancia en el lugar, el segundo fue la construcción  de la estación de policía de la Macarena en 2009, permitió mitigar la delincuencia y el exceso de libertinaje que existía.

Con los años se comenzaron a reconstruir las casas, crearon conjuntos alrededor del barrio, apartamentos, negocios de comida y de  Internet, se reconstruyó la Plaza de la Perseverancia y se pavimento la 32, se taparon todos los huecos que existan. En el 2019 el barrio se sectorizó y con esto personas con recursos decidieron invertir en el barrio, ya que nadie quería vivir al lado de un barrio de estrato 1.

Con el tiempo la gente decidió cambiar su cultura y crecer, ahora William Jiménez y su familia siguen viviendo en el mismo lugar pero con un ambiente diferente, debido a que ya  no era aquel barrio peligroso, sino un barrio con situaciones cotidianas, pero que el progreso les ayudó a unirse, además  gracias a un virus que apareció en la actualidad, naciente al otro lado del charco, permitió que los pocos ladrones que quedan y pequeñas ollas, se vieran en la necesidad de tener un cambio de pensamiento.

“Ahora este año 2020, veo casas nuevas como las del norte, hay extranjeros en el  barrio… quién iba decir que vivirían gringos e irlandeses y que estos le enseñarían a los jóvenes de aquí otro idioma, también  una plaza nueva, la quinta ya no es un campo minado, ahora andar en bicicleta es seguro. La cuarentena le ayudó al barrio a estar en paz, no se ve nadie en la calle y es mejor porque el Diablo siempre está en las calles. También las personas de acá han vivido muchas cosas y necesitan que alguien los ayude, en este momento el barrio es un lugar de soñadores y seguirá siéndolo, solo que necesitan de una ayuda especial, esa ayuda es Dios, sé que la Perseverancia va a ser un lugar donde Jesús va dejar su marca”, afirmó Martin Arias pastor de la Iglesia Puerta de Esperanza para la Naciones que queda en la cuarta con 32.

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