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UNA NOCHE EN EL INFIERNO

Por: Mg. Jorge Maldonado

Memorias de un combate en la selva colombiana

            Hernán Alexander Zambrano tiene 46 años, ya no usa ropa militar y mucho menos pone en riesgo su vida como lo hacía en agosto de  1998, cuando fue secuestrado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) durante el infame ataque terrorista a la base de antinarcóticos de la Policía Nacional en Miraflores, departamento del  Guaviare.  Ataque en el que además murieron más de una treintena de hombres, que dieron su vida por nuestra patria, héroes anónimos que no deberíamos olvidar.

En 1998, muchos países europeos, Canadá, Australia, los Estados Unidos, entre otros, consideraban que Colombia era un estado fallido.  Esa idea es mucho más que la mera asociación de un sustantivo y un adjetivo, es la afirmación de que un lugar del mundo no es viable, pues no puede gobernar su territorio, administrar sus recursos e impartir justicia. Según estos países, este era en 1998 un lugar en el que gobernaba el caos, ese era el caso colombiano, esta era la patria de Zambrano, la patria de todos nosotros.

Para ese momento las autodenominadas FARC, existentes desde 1962, era una fuerza bélica alimentada por el dinero del narcotráfico, que habían olvidado toda postura política o ideológica y dominaban una superficie del tamaño de Alemania.

Se cree que las cifras de dinero, producto de este negocio, que se llegaron a manejar para el momento superaban los 6.000 millones de dólares, según datos del Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas de la Universidad de Los Andes CESED. Los cultivos se extendieron por todo el país alcanzando cifras cercanas a las 50 mil hectáreas, la guerra ya no era ideológica, se restringió a lo económico, que permitió que las Farc alcanzaran niveles bélicos de alto nivel, ya no eran un grupo de campesinos armados con escopetas, ahora eran un ejército regular, entrenado, armado y aleccionado por instructores mercenarios. Un estado como el colombiano, desgastado por una guerra sin cuartel contra el narco, simplemente no estaba preparado para enfrentar a tal enemigo.

A 550 km de Bogotá, metido en la selva tropical, con una temperatura de 30 grados, una humedad de más del 98% y lluvias torrenciales casi a diario, se encuentra el municipio de Miraflores, a orillas del río Guaviare, que serpea lentamente en el trapecio amazónico. Es un lugar apartado, su única vía de acceso es por aire, a través de un vuelo comercial cada semana, realizado por “Satena” la aerolínea estatal y naves militares. Miraflores, como casi todos los pueblos alejados de este país, está atravesado por una calle maltrecha que sirve de pista aérea, calle principal y parque público más allá, otras tres calles, polvorientas y abandonadas, ahí termina el pueblo, una parte contra el río, que lo devora cuando crece y otra contra la selva que no perdona nada.  Con casi 13 mil km cuadrados de extensión y apenas algo más de 10 mil habitantes, es una enorme extensión de selva y agua, con unos límites imaginarios y una ausencia total del Estado.

Este pueblo pobre y lejano, fue atacado cruelmente por las FARC entre el 3 y el 4 de agosto de 1998, el fuego se centró en la base de antinarcóticos de la Policía Nacional, único bastión de la fuerza pública en esa agreste región del país. El ataque fue coordinado con meses de antelación y llevado a cabo por más de 1200 hombres armados con todo tipo explosivos, armas largas y no convencionales como “tatucos” o cilindros bomba, especie de morteros artesanales, lanzados a distancia y cuyo impacto es capaz de destruir todo lo que encuentra, generando mucho daño a personas como también a infraestructuras. El pueblo fue semidestruido, atacado con fiereza y sin tener en cuenta que estaba lleno de población civil, incluso algunos de ellos fueron usados como escudos humanos para evitar que las fuerzas del estado los atacaran, que se defendieran. Fue un ataque lleno de sevicia y el resultado no pudo ser peor. Muchos colombianos no saldrían vivos de este evento.

En este ataque murieron seis (6) civiles, 35 miembros de las fuerzas militares y de policía y fueron secuestrados 129 hombres (73 soldados y 56 policías), más 176 fusiles y 12 ametralladoras pérdidas.  Entre los secuestrados estaban muchos auxiliares de policía que estaban terminando su servicio, soldados profesionales del ejército y un grupo de Comandos Jungla, que son un grupo élite de la Policía adscrito a la Dirección de Antinarcóticos. Además dejó claro que las Farc defendían el negocio del narcotráfico y que estaban dispuestos a todo por mantenerlo. Uno de esos secuestrados y quien tuvo que padecer los aberrantes excesos de los comandantes de las FARC, particularmente del conocido con el alias de Mono Jojoy, fue el Comando Jungla Hernán Alexander Zambrano de la Policía Nacional de Colombia. Esta es la narración de algunos recuerdos de ese terrible evento, que tuvo que vivir, mientras cumplía con su deber y sacrificaba los mejores y más importantes momentos con su familia y sus hijos, para garantizar la tranquilidad de muchos de nosotros.

El comisario Zambrano, camina con firmeza, cada paso es seguro, su mirada escruta todo el lugar, mira a lo lejos el fin de la pista de aterrizaje en la que se encuentran cinco (5) helicópteros Black Hawk artillados de la Policía Nacional, son naves imponentes y hermosas, pájaros negros que deslumbran por su poder y fuerza a esas horas del amanecer en la base de entrenamiento policial del CENOP en el departamento del Tolima.  Zambrano se detiene a mitad del campo de paradas en el que se realizará un acto público ese mismo día, se cruza de brazos y me dice: “la situación más dura del secuestro fue continuar mi vida sabiendo que muchos compañeros, que muchos colombianos nunca volvieron de allí” me mira con distancia, como si no se encontrara allí, como si aún estuviera en la selva.

Cuando el comando Zambrano habla acerca de este momento de su historia, su rostro se transforma, se hace amargo, pareciera que un día de sol de repente se oscureciera antes de la tormenta. Sus ojos vidriosos, azules profundos, sus silencios ahogados dicen más que las palabras. “Ese fue un momento muy duro, un momento de mi vida que se resiste a morir”  Hoy Hernán tiene problemas  gástricos producto de aquella época, se volvió intolerante a la lactosa y no puede dormir tranquilo en una cama, pasó más de mil noches durmiendo sobre la tierra y espantando mosquitos, sacando garrapatas, chinches, extirpando nuches y cohabitando con infinidad de insectos. Tuvo malaria tres veces y en los delirios de la fiebre creyó morir. Es un sobreviviente, pero parece que esta fuera su condena, haber salido vivo del secuestro.

Zambrano recuerda que la noche en la selva está plagada de sonidos, hay mucho ruido, un ruido calmado pero constante, todo suena, los insectos que cuchichean durante la vigilia, infinidad de animales nocturnos que salen a cazar y los ruidos de sus presas en la espesura de árboles incontables. En ese ambiente el comando Jungla, Hernán Zambrano tejió su historia, recordó y reconstruyó todo lo que pasó durante la toma a Miraflores esa noche de agosto del 98.

Él se encontraba desde hacía más de 20 días en este pueblo y si bien las cosas parecían tranquilas, había ya indicios y comentarios de algunos campesinos de que un ataque sería inminente.

            “la gente del pueblo no nos hablaba, estaban callados, nos miraban desde lejos y cuando alguno de nosotros entraba a una tienda, miraban para otro lado, yo creo que ellos ya sentían el olor a podrido de los futuros muertos”

Uno supondría que un comando Jungla no siente miedo, pero el miedo es el seguro de vida de un combatiente, si no hay miedo, no hay respeto a la vida, si no hay miedo el error está a la puerta, el miedo los obliga a ser cuidadosos, a no ser muy confiados, a siempre suponer lo peor de cualquier cosa y prepararse para esas situaciones. “el miedo nos obliga a estar alerta, nos enseña que la vida se acaba en cualquier momento, un día estamos vivos y al otro nos matan”

Esa noche estaba lloviendo, como es costumbre por allá, llueve de día y de noche, y cuando para de llover llega ese calor húmedo, ese olor a podredumbre de madera, es un sopor que se pega y traspasa la ropa, está uno mojado siempre, hay un río de agua y otro de vapor.

El Comando Zambrano estaba a cargo de 10 hombres, todos comandos, pero de menor rango. Salieron de la base a patrullar y fue ahí, como a las 7:00 de la noche que empezó todo. Primero unas ráfagas hacia el sur, entre la selva que rodea Miraflores. Y de repente como si fueran cañonazos empezaron a caer por todos lados “tatucos”, granadas y más plomo del que uno se pudiera imaginar, las Farc se habían metido al pueblo.

            “eso parecía una noche de año nuevo, ruido y explosiones por todo lado, año nuevo en el infierno claro”

El ataque de las Farc, se mantuvo toda la noche, si bien se pidió apoyo aéreo, este no pudo llegar por cuestiones climáticas y la lejanía del lugar, obligaba a las pocas naves que se acercaron, a volver por combustible rápidamente. Fue una masacre,  para la medianoche los guerrilleros ya habían acabado con el primer grupo de contraguerrilla, de los dos que había en cada extremo del pueblo. Al amanecer del 4 de agosto la situación se hizo peor, los guerrilleros atacaron con fuerza “los tatucos caían por todo lado, además nos disparaban desde diferentes flancos, la verdad no sé cómo no nos mataron”.

“Empezamos a oír que nos gritaban”, “Entreguense, se les perdonará la vida” pero ellos sabían que la situación no era tan simple, que no les podían creer, ya lo había hecho en otras partes y habían terminado ejecutando con tiros de gracia a los que se entregaban, ¿cómo creer en alguien que ha hecho esas cosas?

Con el paso del tiempo la situación se hacía más extrema y el ataque se concentró en la base antinarcóticos, donde los últimos sobrevivientes se defendieron con todo lo que tenía, pero no fue suficiente, la munición empezó a escasear y el apoyo aéreo fue insuficiente y mal direccionado. Al final de la tarde, la base había caído.

A 30 grados de temperatura los cuerpos se descomponen más rápido, Zambrano recuerda que los insectos pululaban en enjambres sobre los cuerpos de los compañeros caídos, el aire olía a quemado y a carne podrida. Todo era terrible, y faltaba lo peor por ocurrir.  “les informamos que como un acto de guerra ustedes quedan retenidos como prisioneros de guerra, se les respetará la vida, pero tienen que colaborar” ese fue el primero de muchos actos de infamia que seguirían soportando unos por casi tres (3) años, otros por más de 10, algunos de ellos morirían en cautiverio y aún sus familias esperan que sus cuerpos sean entregados para descansar de esta tragedia.

Miraflores se va perdiendo en el paisaje mientras el Blak Hawk de la Policía Nacional en el que viajo se va alejando de este pueblo lejano, dos horas más tarde estoy aterrizando en Bogotá,  y mientras una bocanada de aire frío se cuela por mi garganta, me despido del Comisario Hernán Zambrano con el deseo de que lo que vivió esa noche en el Guaviare, no se repita nunca más para ningún otro colombiano.

 

Nota:

El Consejo de Estado, emitió un fallo en el que consideró a la nación como responsable  de la toma a la base antinarcóticos de Miraflores y lo condenó por múltiples razones, entre las cuales están:

  1. Se demostró que no se tomaron las precauciones, pese a que existían informes de inteligencia que avisaban sobre la toma.

2. Gran cantidad del armamento del que disponían las Bases, estaba dañado.

  1. La mayoría de la tropa estaba recién incorporada por lo que no contaban con la preparación ni el entrenamiento adecuado, más tratándose e un contexto de un contexto de alta intensidad del conflicto.
  2. Los refuerzos y apoyos enviados no fueron eficaces.

*Fotografía: Álvaro Velandia

Investigación: Narrativas para la reconstrucción de la memoria del conflicto armado en Colombia en Colaboración con la fuerza pública 1998-2018. Docentes a cargo: Dr. Álvaro Velandia, Mg. Jorge Maldonado y Mg. Diana Socha Hernández.

 

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