«Es mejor una mala paz que una buena guerra»: Antanas Mockus

Sueña de nuevo con un país en el que “no todo vale”. La paz no puede volverse lo último que se haga. Bogotá tiene “la llave” para lograr el cambio.
Una vida inmortalizada en cuatro paredes. Así es la pequeña oficina donde Antanas Mockus pasa sus días. Caricaturas de todas las formas y colores se posan alrededor de todo el lugar e ilustran sus momentos memorables: cuando se bajó los pantalones, cuando le echó agua en la cara a Horacio Serpa, cuando se disfrazó de superhéroe, e incluso cuando se casó encima de un elefante. El aroma que sale del café junto a la música clásica dan un toque bohemio a la escena.
La bebida se enfría y él aún no llega a la sede de Corpovisionarios, organización en la que trabaja para “investigar, diseñar e implementar acciones de cultura ciudadana”. De pronto la parsimonia con la que se hace todo en este lugar es interrumpida por saludos eufóricos: “Hola profe, bienvenido”, dicen la mayoría de ellos.
En la ciudad de la corbata y el estrés permanente, Antanas Mockus, el hombre que fue capaz de educar a Bogotá, se presenta como un ciudadano cualquiera. Viste camisa blanca, chaqueta negra, pantalón en dril sin cinturón y zapatos tipo mocasín. Su cabello se encuentra bastante desordenado y cae hasta el marco delgado de sus gafas, detrás de las cuales esconde unos ojos verdes y visionarios, pero incapaces de sostener una mirada.
Da la impresión de ser un individuo encarcelado en una mente lúcida y brillante que suele traicionarle. Aunque tiene la seguridad para expresar sus ideas a través de acciones simbólicas que rayan en lo excéntrico, es una persona tímida e introvertida. Poco se relaja, casi siempre parece dictando clase.
Pide disculpas por la tardanza con una escueta sonrisa y su mirada se posa de inmediato en las caricaturas colgadas en las paredes, tal vez evocando aquellos días en los que logró transformar el pensamiento capitalino desde la alcaldía. “Bogotá se ‘bajó los pantalones’ en materia de cultura ciudadana”, admite en tono nostálgico.
Sin embargo, de aquella ciudad ejemplar aún se conservan algunas cosas: “Bogotá es muy buena para reparar acuerdos y tiene la gran virtud de ser muy sensible a la violencia. El rechazo a los actos de barbarie ya significa mucho para un país sumido en un conflicto permanente”.
Estudios aseguran que en materia ambiental y de ahorro de agua la ciudad ha mantenido los niveles alcanzados durante su administración, pero no todo es color de rosa, pues según un informe del periódico El Tiempo, los niveles de cultura ciudadana han disminuido en los últimos años. Problemas de abordaje en Transmilenio, agresividad al conducir e imprudencia peatonal se han convertido en el pan de cada día. “Debe haber una combinación de conciencia y regulación social”.
“Non violence”, dice el letrero que acompaña una de las caricaturas, esa ha sido siempre la consigna, la misma con la que logró toda una revolución de pensamiento en Bogotá entre 1995 y 1998 y de 2001 a 2003, cuando fue alcalde de la ciudad.
Toma sorbos de café para disimular sus tan acostumbradas pausas al hablar. Pero en lo que sí no es dubitativo es en afirmar que la ciudadanía tiene nuevamente “la llave” para lograr el cambio. “Hay que romper el círculo vicioso de agresividad y vulgaridad. Esta ciudad es sólo nuestra y la haremos vivible”
¿Habrá paz?
Las cartas están echadas y los diálogos de paz que inició el Gobierno con las Farc hay que verlos con “esperanza”. “La pre negociación, que es la tarea más compleja, ya está hecha”. Insiste en que ésta parece ser la oportunidad para poner fin al conflicto armado más longevo de Latinoamérica, sin embargo “la paz es el camino, pero no puede volverse lo último que se haga”.
Según asegura, el país necesita una combinación adecuada de justicia, paz y verdad, que deje a mucha gente satisfecha. “Esos procesos son supremamente difíciles de adelantar, porque cada bando tratará de excusar su barbarie en los demás”. Por eso es que “es mejor una mala paz que una buena guerra.
“Es necesario fortalecer la colaboración ciudadana con la justicia -dice con seguridad- . Por eso la sociedad se fortalecería mucho con unos niveles altos de cultura ciudadana, hay que inculcar que ‘no todo vale’ así las circunstancias sean adversas y en esto la democracia es fundamental. La existencia de las Farc es un síntoma de debilidad de la democracia”.
Mientras abraza a otro de sus compañeros de trabajo que viene a saludarlo, insiste en que Colombia también debe estar preparada, porque aún sin la guerrilla se pueden seguir cometiendo crímenes. Por eso debe desarrollarse “la capacidad de reflexionar moralmente para llegar a la conclusión de que algo no debe hacerse, la culpa, y al lado de eso debe existir la norma social, que es el temor a perder la confianza de los demás, la vergüenza”.
El caso más reciente de desmovilización de una organización armada se presentó en 2005 con la entrega de los paramilitares, luego de esto la capital sufrió efectos colaterales. Según un informe de la Corporación Nuevo Arco Iris, el número de homicidios en la localidad de Bosa aumentó de 58 en 2006, un año después de la desmovilización, a 139 en 2010; mientras que en Ciudad Bolívar pasó 151 a 300 y en Kennedy de 150 a 245.
“Parte de eso es inevitable. En este caso convendría que las Farc se conviertan en un partido político, porque sería una herramienta de disciplina para los exguerrilleros”.
Pero en Colombia, las raíces de la violencia son muy diversas. “Hay crimen organizado, crimen común, desplazamiento, problemas de convivencia, entre otros. Habría que empezar a combatir primero eso, junto al tema de la desigualdad, pues no se trata de bajar al que está arriba, sino de subir al que está abajo”.
Eso es lo que busca ahora con el movimiento ‘pedimos la palabra’, un grupo de individuos que consolidaron “una plataforma de diálogo y acción política a través de los mecanismos que contempla nuestra democracia”. ¿Un nuevo partido político?, “no me quiero cerrar posibilidades”, dice con suspicacia. Sin embargo, la decepción se posa en su rostro al hablar del tema, pues según asegura, “aquí los partidos políticos son iglesias sin fe”.
Mira su reloj con ansiedad. En media hora debe estar en la Universidad Nacional para dictar una conferencia. Con una sonrisa se despide y parte con la única compañía de una pequeña libreta en la que navega solitaria una frase, que atribuye a Jimi Hendrix y que escribió en uno de sus inoportunos silencios: “Cuando el poder del amor sobrepase el amor al poder, el mundo conocerá la paz”.
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