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‘Llegué hasta aquí por puro amor al periodismo’: Óscar Bustos

Punzante y siempre generoso con la palabra, llegó hace cuatro meses a la franja informativa de Canal Capital. No terminó sus estudios de periodismo por falta de dinero.

¿Quién se iba a imaginar que el payaso que promocionaba almuerzos en San Victorino se convertiría años después en uno de los más avezados periodistas? Óscar Bustos cambió el ping pong rojo por una pluma, dejó los zancos por los micrófonos y sustituyó los chistes infantiles por las historias urbanas.

Abre sus ojos verdes para saludar con gran efusión, mientras bebe un vaso de avena, tal vez con la misma premura con la que digiere las noticias de la mañana desde hace cuatro meses, cuando se convirtió en el director de la franja informativa de Canal Capital. Es uno de los periodistas más incisivos de su generación y muy consciente de que “hacemos periodismo para promover el repudio a la violencia, no para promocionarla”. Deja el vaso completamente vacío y empieza a conversar.

Más allá del periodista, ¿quién es Óscar Bustos?
Soy bogotano. Viví mi infancia en los barrios marginales del suroriente. Mis recuerdos son de la montaña, del viento, del frio, de la lluvia. En mi casa éramos cinco hermanos, pero mi hermana murió cuando tenía 12 años. Nosotros la pasábamos por ahí deambulando, porque mis papas trabajaban, mi mamá era enfermera y mi papá sastre.

En medio de todas las penurias, siempre soñaba con escribir, porque mi mamá es una excelente poeta, gran declamadora y escribe versos.

¿De ahí viene su amor por palabra?
Sí, porque además mi papá era un excelente contador de historias, la gente le hacía ruedo para escucharlo y como él venía de la zona esmeraldífera, donde le habían matado seis hermanos y como 20 primos, pues se sabía muchas historias.
Realmente mi familia salió huyendo de allí, porque el apellido nuestro mereció una amenaza de exterminio.

¿Por qué?
Porque mis tíos se metieron en problemas con los esmeralderos, ellos querían enriquecerse y la ambición casi termina acabándolos a todos.

Entonces usted viene de bien abajo…
Claro, de muy abajo. Vengo de zonas marginales, de campesinos en medio de la violencia, de una familia colonizadora, pero ante todo amantes de las letras. De ahí viene mi gusto por la historia y la crónica. Desde muy chico tomé la decisión de convertirme en un escritor, después se atravesó el periodismo como una manera de subsistencia, pero fue difícil porque alcancé a realizar sólo seis semestres de comunicación en la Universidad Externado y no llegué a graduarme.

¿Por qué?
Falta de plata. En mi familia teníamos bastantes dificultades económicas y nos cerraron muchas puertas.

¿Cómo hizo entonces para mantenerse seis semestres?
Con voluntad. Me iba a pie a la universidad desde el barrio Ciudad Jardín sur, donde vivíamos, y a veces pedía por ahí para los buses. Yo le tenía mucho amor al estudio.

¿Qué paso después de que abandonó la universidad?
Quedé totalmente desamparado y sin ningún futuro. Con unos amigos montamos un grupo cultural, donde hacíamos teatro, eventos con los ancianos y periodismo, de ahí resultó una revista que se llamaba “El tizón”, de la cual salieron en total siete ediciones de 1.000 ejemplares cada una, pero la hacíamos casi que con las uñas.
Después de eso conocí a mi mujer y nació mi hija, entonces me tocó ponerme a trabajar. Por un tiempo me alquilé como payaso, animaba fiestas infantiles, fiestas de cumpleaños, hacía algunos trucos de magia, anunciaba almuerzos en San Victorino, ofrecía zapatos. Yo era “pinochín”.

¿Por qué resultó de payaso?
Era lo único que sabía hacer.

¿De dónde salió ese talento?
Eso es familiar, por ejemplo mi hermano resultó un excelente montador de zancos, con él hacíamos actos y presentaciones para rebuscarnos la plata. A lo último resulté fue vendiendo libros, sin embargo en eso si fracasé…

¿Por qué?
No vendí ni uno (risas).

¿Cómo fue que llegó al periodismo?
Llegó al grupo cultural que habíamos montado con mis amigos un periodista que trabajaba en Radio Santa Fe, Clemente Domínguez Castañeda, del cual me hice amigo y le insistí que me llevara a la emisora, hasta que un día me llevó y me presentó a la directora, Aida Luz Herrera, quien me vínculo al medio, pero no me pagaban ni un peso.

¿Qué decía su mujer por su trabajo “caritativo”?
Estaba loca, ya no me quería en la casa, además que era peligroso, porque estábamos en plena época del narcoterrorismo. Pablo Escobar era feliz poniendo bombas en Bogotá, cuando no las ponía él, las ponía la Policía. Precisamente una de las primeras crónicas que hice fue un petardo que pusieron en Suba y a la directora le gustó mucho lo que escribí, de ahí salió mi alma de escritor, porque yo nunca había dejado de leer, además había hecho un curso de literatura en la Universidad Central, al cual asistió también el excomisionado de Paz Luis Carlos Restrepo.

Ya después, cuando llegó como director Edgar Artunduaga, me empezaron a pagar, sin embargo fue algo que me hice a pulso, pues en un principio él me mandaba era de mensajero a pagar los recibos de la emisora. Luego me permitió publicar una crónica diaria y me tenía que rebuscar las historias, pero eso si no me lo cubrían. Así fue que me fui ganando mi prestigio.

¿Qué experiencias recuerda de esa época del narcotráfico?
Las peores. Llegaba a lugares donde acababan de estallar las bombas y encontraba destrozos humanos. Todo eso yo lo registraba para Radio Santa Fe.
Esa fue una época muy dura en la que las masacres eran el pan de cada día y yo llegaba primero que la Policía a descubrir ocho o 10 muertos en una esquina.

¿Cómo manejar eso?
A veces no se pueden expresar tantos sentimientos, porque se termina acongojando a la gente, pero tampoco se puede obviar la sensibilidad de las historias. Mi alma de cronista se manifestó con esas historias, porque la crónica es un género muy cercano a la literatura, pero que siempre dice la verdad.

Gay Talese dice que el periodismo es contar un cuento, pero con nombres reales…
Exacto, eso es lo que yo trato de hacer con todas mis herramientas literarias, relatar historias reales, pero contadas como un cuento, por eso mis crónicas siempre han llamado la atención.

¿Por qué otros medios ha pasado?
Estuve un tiempo con ‘Pirry’, pasé por Citytv en “Ciudad X” y luego llegué Dc Cuenta del Canal Capital, programa que inicié con Fernando Chacón, pero el presupuesto también era bastante reducido.

¿Otra vez trabajando gratis?
La verdad es que llegué hasta aquí por puro amor al periodismo. Pero en esa época nos tocó duro, menos mal que yo dictaba clase en la Universidad Central y eso me permitía sobrevivir.

Mucho después el programa fue tomado por la Comisión Nacional de Televisión y nos empezaron a pagar, pero al principio fue por devoción, sin embargo logramos varios galardones, ganamos varias veces el premio Álvaro Gómez Hurtado.

¿Cuál fue el secreto para lograr un programa tan galardonado como Dc Cuenta?
Concentrarnos en la crónica como género periodístico, entendiéndola como el relato de historias reales, pero contadas como un cuento. Las técnicas literarias de un cuento están en la crónica, ese fue el éxito del programa.

En este momento usted es el director de la franja informativa de Canal Capital, ¿no extraña la reportería de calle?
Claro, estoy hace cuatro meses en la franja informativa, pero yo soy fundamentalmente un reportero, me fascina entrevistar a la gente y sacarle verdades y testimonios. El trabajo del periodista es como el del esmeraldero: se inicia con un terrón de barro y hay que lavar, pulir, moldear, hasta que se encuentra la frase correcta, claro que aquí en Colombia el periodismo es un grito mudo, hay que hacerlo hablar.

Apuntes sobre periodismo

¿Cómo ve al periodismo en Colombia?
En general, nuestro periodismo es muy pobre. Un buen periodista debe ser auténtico y honesto con las historias, pero por ejemplo durante el gobierno de Álvaro Uribe se escondieron muchas cosas. Los canales siguen haciéndole venias a ese señor que nos gobernó tan mal, y no hay ningún respeto por la gente sencilla y humilde.
Salvo algunas muy pocas excepciones, en general nuestro periodismo es precario y engañoso.

¿Cómo recuperar entonces el periodismo?
Apenas estamos empezando a mirar para otro lado, por ejemplo en el caso de los indígenas en el Cauca, los medios le dieron la vuelta al conflicto para que la gente se pusiera a favor de los militares, eso lo hicieron con perversión.

Pero el caso de la reforma a la Justicia fue una muy buena labor de los medios.
Sí, son rounds apenas que se ganan en la batalla. A veces también es por conseguir reconocimiento.

O sea que usted está de acuerdo con Ricardo Ávila, quien afirmó alguna vez que algunos periodistas se preocupan tanto por ser reconocidos, que se olvidan de hacer periodismo…
Sí, eso es lo que prima. Los periodistas son los más arribistas de los seres humanos, no quieren sino acercarse al poder para vivir como un parasito, sólo quieren plata. Los periodistas son los seres más traidores que yo conozco, hay que tener una coraza de lo popular para no caer en esos engañosos modos de ejercer la profesión. Lo nuestro debe ser un servicio a la comunidad, pues hacemos periodismo para promover el repudio a la violencia, no para promocionarla.

Usted dice que su género preferido es la crónica, ¿cómo es Colombia vista desde la crónica?
Es las mil y una noches, es un libro de historias fascinantes que no se dan sino aquí: las luchas de la gente, las resistencias, las organizaciones comunitarias viviendo contra las adversidades. No se han escrito esas historias en este país. La magia está en respetar esas luchas y en encontrar el lenguaje que les corresponde, es decir, la literatura puesta al servicio del periodismo.

¿Quizá esa es la forma de hacer una Colombia más humana?
Una Colombia donde se publiquen más libros con las historias, si se hace esto a nivel masivo, quizá alcancemos un reconocimiento cultural, lo que pasa es que aquí para los poderes el ser negro o indígena es lo peor del sistema.

¿Cómo evitar la discriminación desde el periodismo?
Los periodistas son peleles, en general no desarrollan criterio para defender sus orígenes. Hay algunas pocas excepciones, como Hollman Morris.

A propósito, ¿Cómo le ha parecido la gestión de Hollman Morris en Canal Capital?
Le ha dado un vuelco al canal. Ha consolidado la franja de opinión, que ahora cuenta con grandes intelectuales: Antonio Caballero, María Elvira Samper, León Valencia, Laura Gil.

Finalmente, ¿Cómo ve a los futuros periodistas?
El panorama es oscuro, los poderes mafiosos se manifiestan en las academias. Desde que los estudiantes no desarrollen criterio, lo que van a ser es mandaderos. Es muy difícil que un periodista crezca en los valores honestos del periodismo, porque el ejemplo que cunde es otro. Tienen que hacer un gran esfuerzo.

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