PRIMAVERA ÁRABE: RUDA, JAZMÍN, GLADIOLO
En el jardín de Oriente Medio han brotado toda clase de flores: polarización, democracia y guerra. El suelo de cada país se ha abonado diferente.
Han pasado más de tres años desde que inició el efecto dominó de protestas en Medio Oriente que ha sido bautizado como la Primavera Árabe.
Tres de los países protagonistas han sido noticia en los últimos días: Túnez, que estrena la constitución más progresista de la región; Egipto, que estuvo a punto de lograr la estabilidad pero recayó en el mando militar, la polarización y el riesgo de una guerra civil; y Siria, que se desangra mientras negocia la paz con un presidente que se mantiene en el poder por medio de una violenta represión.
¿Por qué estas revoluciones, que son tan similares a simple vista, producen resultados tan diferentes? Porque cada suelo es diferente a los demás.
Túnez: la Revolución de los Jazmines
Antes de que les dieran su nombre occidental, inspirado en la Primavera de Praga de 1968, las revueltas en este país del África Mediterránea fueron bautizadas en alusión a la flor nacional tunecina. El sustantivo, que por demás es propio de mujer y recuerda al estereotipo de la princesa Disney de Aladino (1992), en realidad fue puesto por el gobierno de transición para bajarle el tono a la situación. Pero esta, ciertamente, no es una historia de amor.
Las mujeres han desempeñado un importante papel en las revoluciones árabes que han marcado lo que va corrido de esta década más que ningún otro hecho. Pero de todos los casos, es Túnez el más memorable. “El Estado garantizará la igualdad de oportunidades entre hombre y mujeres en el ejercicio de diversas responsabilidades y en todos los ám-bitos”, reza la nueva constitución del país: ¡toda una novedad para el mundo islámico!
Víctor de Currea-Lugo, profesor de relaciones internacionales de la Universidad Javeriana, recuerda que esto “tiene mucho que ver con la cultura política”. La participación femenina en política, de hecho, ya era mucho más amplia en Túnez que en la mayoría de los países de la región (en Arabia Saudita o Catar, por ejemplo, las mujeres no tienen esos derechos). Esto abrió el paso para que el estado tunecino fuera el primero de mayoría y gobierno árabe en reconocer abiertamente la igualdad de géneros.
¡Y todavía hay más! “Se garantiza la libertad de creencia y de conciencia, y el libre ejercicio de culto”, dice también en el documento aprobado por la Asamblea Nacional Constituyente tunecina. Currea-Lugo explica que “el sentimiento laico también es muy grande” en Túnez, desde su fundación como estado moderno, independiente de Francia y bajo el liderazgo de Habib Bourguiba, primer presidente del país (1957 – 1987) y antecesor de Zine El Abidine Ben Ali, quien lo derrocó y se mantuvo en el cargo hasta 2011, cuando las manifestaciones lo obligaron a exiliarse en Arabia Saudita.
Así, el terreno estaba abonado para el florecimiento del jazmín de la democracia y de la ampliación de los derechos de las mujeres y las minorías religiosas. Por supuesto que hubo muertes, violencia y represión. Aún el gran reto del país, liderado por el presidente Moncef Marzouki (laico de centro-izquierda) y el primer ministro Hamidi Jebali (islamista), es el de detener los asesinatos selectivos perpetrados por algunos extremistas musulmanes contra los líderes del laicismo. Pero ya hay un muy importante camino recorrido.
Pese a esto y a que Túnez fue el epicentro de las revueltas en Oriente Medio, los hechos descritos hasta aquí han pasado casi desapercibidos para Occidente. Esto se debe a que la atención de Europa y América ha estado centrada en países menos afortunados, que se han visto abocados a fuertes enfrentamientos internos e incluso, en los casos de Libia y Siria, a sangrientas guerras civiles. En esa lista también está Egipto, país fundamental para el equilibrio económico y político de la región.
Egipto: amargo como la ruda
El extremo nororiental de África ha tenido resultados muy diferentes. Tras la salida de Hosni Mubarak del poder, las libertades no solo no han llegado sino que, por el contrario, casi son irónicamente eliminadas por el primer presidente elegido democráticamente en la historia egipcia, Mohamed Morsi, hoy encarcelado.
Las reacciones no se hicieron esperar y el oportunismo de los militares, que tienen todavía un enorme poder en el país, está abonando el florecimiento de un nuevo gobierno militar, en cabeza de Abdel Fatah al-Sisi, hoy ministro de Defensa.
El papel de la religión es, para Currea-Lugo, el primer factor que explica la diferencia entre el proceso de Egipto y el de Túnez. El analista explica que “los Hermanos Musulmanes (grupo islamista radical al que pertenece Morsi) cometieron un error de cálculo grandísimo apenas llegaron al poder”, el de tratar de restringir los pocos derechos y libertades que las mujeres y las minorías no musulmanas habían conseguido, “ese error no lo ha cometido el Ennahda (Partido del Renacimiento al que pertenece Jebali) ni los otros partidos tunecinos y, más bien, ha habido un frente contra el terrorismo de los extremistas”.
El Ejército ha sido otro factor de diferenciación sustancial. Mientras expertos calculan que 40 % de la economía egipcia es controlada por los militares, en Túnez las Fuerzas Armadas no tienen ese poder. La consecuencia es que Al-Sisi es el ganador seguro de las próximas elecciones, si decide presentarse, pues ya cuenta con el apoyo de sus subalternos. Esto, en la práctica, dejaría al país en las mismas manos de quienes lo manejaron durante los 30 años de la dictadura de Mubarak. La pregunta que surge es: ¿por cuánto tiempo, antes de que haya una nueva rebelión que reclame un cambio verdadero?
Eso aún no se sabe. Lo que sí es cierto, según Currea-Lugo, es que “al menos en el corto plazo, no hay riesgo de una guerra civil, porque hasta ahora no ha habido una confrontación armada”.
Pero a largo plazo, es difícil saberlo, porque depende de que el eventual gobierno de Al-Sisi no se convierta en una nueva dictadura y, sobre todo, de las represalias que pueda tomar la Hermandad ahora que está relegada a la ilegalidad, después de haber salido del poder en un golpe de estado, pese a haber ganado las elecciones en franca lid. Una incertidumbre amarga como la ruda es lo que florece en el país de los faraones.
Siria: más de 136.000 gladiolos
Esa es la cantidad de víctimas mortales que ha dejado hasta el momento la ‘primavera’ de ese país, que degeneró en una sangrienta guerra civil. El presidente Bashar al-Assad ha acudido a las formas más atroces de represión (incluido el uso de armas químicas contra la población civil) para mantenerse en el cargo que ha ocupado desde la muerte de su padre, Hafez, en el año 2000, tras permanecer en el poder desde 1971. En total, Siria ha estado gobernada 43 años por la misma familia.
La presión internacional, el armamento que se le ha dado a los rebeldes y la presencia de distintos grupos terroristas solo han logrado empeorar la situación. Ahora, las dos partes están sentadas en la Segunda Conferencia de Ginebra de la que, no obstante, no se espera gran mejoría. Por ahora, en Siria solo seguirán floreciendo los gladiolos para adornar las tumbas de tantos miles de muertos.
Otras flores del jardín
Habrá que seguir esperando para ver que brota al final de esta Primavera Árabe. Libia ahora espera elegir su Asamblea Nacional Constituyente el 20 de febrero, bajo un gobierno de transición instaurado por la OTAN y considerado como “neocolonial” por los simpatizantes del depuesto y asesinado Muamar al-Gadafi. Yemen trata de convertirse en una federación de estados para calmar a los violentos separatistas. Jordania, Marruecos y Baréin fueron flores de un día, pero pueden renacer para quedarse. Esto va para largo.
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