EL GRITO DE UN VENEZOLANO
Por: Xiomara Villamizar
Lisandro Barbe, un hombre que lleva impregnado en su piel recuerdos y símbolos que lo identifican -líneas que dibujan un conejo con una espada, en señal de gracia y valentía-, no son secuelas de la crisis venezolana, sino huellas de las experiencias que tuvo en una nación tranquila y próspera, donde la democracia se respetaba y había para comer.
Mientras camina por una calle de su San Cristóbal natal, se la van los ojos al pasar por un restaurante. Queda extasiado con la carne mechada, una montaña de arroz blanco, tajadas de plátano frito y caraotas negras refritas, dispuestos en armonía en el plato de un comensal.
A este joven de 26 años, se le hacía agua la boca con los alimentos que observaba por un vitral, todo era exquisito, como manjar de dioses, de diferentes sabores y delicias de la gastronomía venezolana, y siguió caminando… Es que Lisandro se alimentaba del aire que estaba impregnado de olores, sabores que su lengua y paladar no podían disfrutar; oía cómo su estómago lloraba de una forma desgarradora, sentía que todos sus órganos protestaban y gruñía para que los alimentara, se chupaba los dedos e imaginaba que comía algo deleitoso, sólo para engañar a su cerebro. “El hambre se apoderó de mí”, dijo Barbe mientras sus ojos se enrojecen y se llenan de lágrimas.
Esta desgarradora e indignante historia, es sólo uno de los testimonios de millones de venezolanos, que deben padecer y enfrentar la terrible crisis económica y política del presidente Nicolás Maduro. Como lo aseguró Ronal Rodríguez, profesor de la Universidad del Rosario, “Venezuela se convirtió en uno de los países más violentos del mundo, no por la violencia política, sino por la violencia delincuencial”, y añadió que el deterioro de esta nación es palpable, demostrando que las malas decisiones gubernamentales, sí pueden hacer que un país retroceda.
Esta es una situación que desafía los límites del ser humano, y, la capacidad de supervivencia de Lisandro está a prueba. “Pasé por una casa donde estaban sacando la basura, esperé a que entraran; agarré la bolsa y me senté en una esquina, el olor era repugnante, pero tenía tantas ganas de probar algo que me concentré en lo que podía comer”, dijo Barbe.
Estos casos son comunes en Venezuela. Al inicio de esta coyuntura, las estadísticas oficiales reflejaron una caída progresiva del ingreso en las viviendas y un incremento de pobreza -de casi nueve puntos en 2016 frente a 2015-, alcanzando a 81,8% de los hogares, según una encuesta que difiere ampliamente de la cifra de 22,7% del gobierno, que se realizó entre agosto y octubre de 2016 en 6.413 hogares a nivel nacional.
A raíz de esto, Lisandro padeció un fuerte dolor de estómago, pero eso solo fue la punta del iceberg, que escondía una serie de trastornos gastrointestinales, alergias, fiebres y diarreas. Está grave realidad que padecen los venezolanos, ha causado severos estragos en el área de la salud, donde los medicamentos se acabaron, donde nadie tiene acceso a un sistema de salud digno, y, los médicos están abandonando el país, según datos de la Federación Médica Venezolana, que calcula en más de 20.000 los médicos que han emigrado a causa de la crisis.
Estos sucesos desafortunados, condujeron a millones de ciudadanos al éxodo para poder encontrar “la tierra prometida”, puesto que, las causas de esta crisis son infinitas, empezando desde un régimen represivo, hasta la escasez de alimentos y medicamentos.
Según Rodríguez, investigador del Observatorio de Venezuela, un grupo académico que lleva trabajando el tema venezolano desde hace 14 años, “se está hablando de la llegada en menos de 3 años de aproximadamente 650 mil que han sido registrados, recordando que un número importante de ellos pasa sin registro”. Esto es una gran oleada de migrantes, como lo expone en su reciente libro, el sociólogo australiano Stephen Castles y el politólogo estadounidense Mark Miller, el mundo vive lo que ellos denominan “la era de la migración”.
La crisis
Para nadie es un secreto que la crisis en Venezuela hace alusión a la dificultad económica que desde 2013 sufre el país y que extendida durante años ha mostrado que no solamente es un trance económico, sino también un problema institucional, político y social. Por estas circunstancias, Lisandro, junto a un grupo de jóvenes con sueños y aspiraciones, decidieron emigrar a territorio colombiano. ¡Venezuela y Colombia los diferendos limítrofes más vivos del mundo! donde la gente cruza la frontera como cruzar la calle; pero, como argumenta el profesor de la Universidad del Rosario, “esto genera una serie de dificultades adicionales porque los venezolanos no tienen otro punto de salida y obviamente el fenómeno se ve acrecentado en el territorio colombiano”.
El camino no fue fácil. Los inmigrantes llegaron a San Antonio, territorio venezolano, límite con Colombia, el 22 de marzo del 2017 y desde ese día, iniciando su travesía para poder enviarle plata a su familia, quienes se quedaron en el país vecino.
En este sentido, el diputado ecuatoriano Juan Fernando Flores, quien reside en Venezuela y estudia el desplazamiento de venezolanos hacia Colombia, Perú y Ecuador, se muestra preocupado por el desmembramiento familiar que ha traído la creciente hemorragia de venezolanos.
Barbe relató el trayecto que tuvieron él y sus “panas” -como él los llama- al pasar los puestos de control de la guardia venezolana. Cuenta que caminaron alrededor de un kilómetro hasta llegar al puente internacional Simón Bolívar; describe la impresionante cantidad de personas atravesando esa línea delgada que separa a dos naciones. Ahora es muy común tropezarse en cada esquina con un venezolano y no sólo es una percepción porque el flujo migratorio ha ido aumentando proporcionalmente en un 110% durante el 2017, según un estudio dado a conocer en enero de este año por Migración Colombia en el que también indica que más de 35.000 venezolanos entran al país diariamente.

El éxodo
Niños cargando bolsas, cansados bajo la mira de los rayos del sol ardiente con 27º centígrados, mujeres con bebés en brazos, muertos de hambre y con unas condiciones físicas muy precarias, cuyo llanto doloroso revela el sufrimiento. También la frustración de hombres con camas a cuestas y costales con las pocas pertenencias que pudieron sacar. Este drama pareciera que revive la historia de Moisés cruzando el Mar Rojo con el pueblo Judío, huyendo del faraón y su ejército.
El director de Migración Colombia, Christian Krüger, se pronunció el pasado mes de enero y manifestó lo siguiente: “Es importante tener en cuenta que el migrante generalmente busca condiciones de arraigo, que bien podrían ser la familia o condiciones sociales y económicas similares o mejores a las de su lugar de origen”.
Medidas establecidas
Lisandro llegó a Cúcuta, se registró y le dieron la TMF (Tarjeta de Movilidad Fronteriza) en uno de los puestos de control del gobierno colombiano. El día 31 de diciembre de 2017, los sistemas de Migración Colombia tenían registrados más 1,3 millones de ciudadanos del país vecino con la TMF, un carné que facilita la movilidad de venezolanos en la frontera sin pasaporte, por un tiempo determinado. “La expedición del documento se convertía en una especie de paso regularizante en algún sentido y esto generó muchas críticas”, manifestó Ronal Rodríguez; sin embargo, este sistema fracasó y el gobierno venezolano lo uso como fórmula para asegurar que se estaban persiguiendo a los ciudadanos venezolanos en Colombia.
Esa noche Lisandro durmió en la calle, sin haber comido durante 10 horas; su cuerpo ya empezaba a cobrarle la falta de alimentación, pues sus extremidades estaban dormidas, no tenía energía para moverse, padecía de un dolor estomacal fuerte y los mosquitos le consumían los gramos de energía que le quedaban.
A las 7:15 de la mañana, muerto de hambre y enfermo, divagó por las calles buscando algo que comer, mientras la exposición excesiva al sol, le formaba quemaduras, seguido de náuseas y fiebres. Esto da constancia, que éste es un problema realmente trascendental para la nación. El investigador del Observatorio de Venezuela, afirma que “Colombia no es un país acostumbrado a la inmigración y Venezuela no es un país acostumbrado a la emigración, este territorio tradicionalmente por su estructura nunca fue atractivo para la inmigración”.
“Pensé que me iba a morir, sentía que algo peor no me podía pasar, pero me imaginé a las familias que vienen con sus hijos y están obligados a sacar fuerzas de donde no las tienen… eso me dio un impulso de seguir buscando”, expresó Lisandro, mientras empuñaba su mano, como símbolo de coraje y valentía. El 22 de enero del presente año, el gobierno colombiano proporcionó datos, donde se evidencia que la oleada migratoria de venezolanos hacia el país fue así: entraron 796.000 personas con pasaporte, se quedaron legalmente 552.000 e ilegalmente 374.000.
El grupo de amigos con el que Lisandro llegó al país, tomó rumbos diferentes. Esto data que Colombia es un puente para los venezolanos, ya que no todos los que huyen de allí se quedan en territorio colombiano, existen quienes lo usan como lugar de paso para llegar a otros destinos. Según cifras de la Organización de Naciones Unidas para la Migración (OIM), hay 600.000 residentes en Colombia; casi 300.000 en Estados Unidos, 120.000 en Chile. Pero el desembarco también ha llegado con fuerza al otro lado del Atlántico, con 210.000 en España y 50.000 en Italia; según datos proporcionados en febrero de 2018.
Explotación laboral
Mientras Barbe se escondía de los frívolos rayos ultravioleta, se le apareció un ángel. “Oí a alguien decir: chamo, chamo” era un señor, quien le dio una botella de agua y un pastel de garbanzo, fue la comida más deliciosa y la que más ha disfrutado Lisandro en toda su vida, pero detrás de esa ayuda, había una doble intención, como lo predijo el vocero de la Universidad del Rosario: “los colombianos dicen ser amables con el extranjero, pero muchas veces esa amabilidad es acomodaticia, para tratar de sacar algún tipo de beneficio, de la lógica del turista”. Este hombre tan “amable y solidario”, le ofreció trabajo en su restaurante a Lisandro; pero no todo era como parecía, detrás de ese acto “misericordioso” había un motivo que no era muy conveniente para Barbe. Como dice el investigador de la Universidad del Rosario, algunos colombianos se quedan con un gran pedazo del pastel a costa de la situación venezolana. Las alarmas sobre casos de explotación laboral se encendieron; por lo que, la Ministra de Relaciones Exteriores, María Ángela Holguín reveló que durante el año pasado fueron sancionadas unas 600 empresas por la explotación laboral de ciudadanos venezolanos que han llegado al país en búsqueda de nuevas oportunidades de empleo.
El venezolano cuenta indignado su experiencia laboral en Colombia: “El trabajo en el restaurante consistía en laborar de lunes a sábado, desde las 4 de la mañana hasta las 11 de la noche, sin contar con lo que tenía que hacer, debía ir a la central de abastos a comprar los alimentos, después hacer el desayuno y salir por la zona a venderlo; luego, llegar a lavar los trastes e iniciar con el almuerzo, repartirlos de acuerdo a los pedidos y llegar arreglar todo para vender a las 3:30 de la tarde café con pan, y lo mismo para la comida”.
Toda esta odisea que debía pasar, merecía una mejor remuneración, pero eso solo se ve en la ficción, la realidad es que ganada $5.000 pesos al día, es decir, $30.000 pesos semanales.
Por consiguiente, Lisandro tuvo un momento de reflexión y decidió renunciar al restaurante, para encontrar un mejor trabajo. Él era consciente que con su situación, no se podía dar el lujo de exigir o elegir un trabajo sino como él mismo lo dice “coño, lo que caiga”. Al día siguiente, se levantó bien temprano para salir a buscar trabajo, cuando el sol aún no asomaba sus rayos, y el clima caluroso de Cúcuta todavía no se sentía. Mientras miraba por la ventana del bus los recuerdo de su vida en la Venezuela que lo vio nacer, invaden su mente y sus ojos se llenan de lágrimas y sus ganas de tirar todo a la basura “estaba cansado mi cuerpo no aguantaba tanto ajetreo”, dijo Barbe.
Duró dos semanas vagando por las calles de Cúcuta, buscando trabajo y viviendo de la limosna, pero la situación de empleo en Colombia no está en su mejor momento. El rector de la Universidad del Rosario, José Manuel Restrepo, afirmó en una entrevista en Caracol Radio, el 31 de enero pasado, que la masiva llegada de venezolanos a territorio colombiano comenzó a impactar la generación de empleo en algunas zonas del país como en Cúcuta, con una tasa del 15,9%, Riohacha (14%) y en Valledupar del (13%), frente al promedio nacional de 11,8%.
Sin embargo, Lisandro tuvo suerte. Consiguió un trabajo en la bodega de una pañalera cargando bultos, un trabajo pesado, pero que al menos era mejor remunerado. Trabajó allí durante cinco meses, mientras le enviaba algunos bolívares a su familia y ahorraba para llegar a Bogotá.
Lisandro arribó hace cuatro meses a la capital de Colombia, donde se estrelló con muchos comentarios como: “otro veneco…”, “este debe ser un malandro”, “nos tienen invadidos” y otras frases despectivas hacia él y sus compatriotas.
“Hace algunos años los venezolanos eran los ricos y nosotros éramos los que teníamos problemas económicos y ahora estamos viendo como se ha volcado esta situación, como se ha cambiado y transformado”, reflexionó el vocero de la Universidad del Rosario. Reconoció que sin lugar a dudas se presentan fenómenos fuertes, golpes muy duros de confrontación, entre colombianos y venezolanos.
Pero estos golpes de los que habla Rodríguez, fueron los que dejaron a Lisandro tirado la noche de 8 de noviembre del 2017, en el occidente de Bogotá, mientras contaba las monedas que se había ganado cantando en los semáforos. Esto es lo que relató Barbe:
“Estaba sentado en el piso, contando cuánto había ganado para poder comprarme algo de comer, cuando un grupo de seis malandros, dijeron: ‘este tiene cara de veneco’, y después se me tiraron encima con puños, palos y piedras; yo sólo veía estrellitas y luces. ¡Grité! con todas mis fuerza que me dejaran en paz, pero eso sólo los alentó a seguir golpeando hasta que perdí el conocimiento…”
Al día siguiente Barbe se despertó y estaba en una casa donde habitaban venezolanos, quienes lo ayudaron hasta que se recuperó y retomó fuerzas para seguir en su lucha. La crisis que atraviesa el vecino país acaba de mostrar una cara del problema que produce sensibilidad en Colombia: la xenofobia.
Este venezolano con ganas de salir adelante y poder ayudar a su familia, fue rechazado muchas veces al buscar trabajo. La xenofobia que tienen los colombianos es evidente, tanto que “muchos venezolanos han preferido ocultar su condición de inmigrantes en nuestro país, para no ser identificados y no ser estigmatizados”, aseguró Rodríguez.
Campaña de ACNUR
Por esta razón ACNUR ha desarrollado la campaña “Somos Panas Colombia”, con la cual se busca que cada colombiano y colombiana que se encuentre con una persona venezolana se tome el tiempo de reconocer su historia, entenderla y, posiblemente, dar un paso más allá hacia la solidaridad.
A pesar de los obstáculos, Lisandro no se dio por vencido, puesto que sus ganas de ayudar a su familia y cambiar el concepto que muchos colombianos tienen de ellos, lo impulsaron a seguir adelante y este gran esfuerzo con el paso del tiempo, dio frutos…
“El 14 de enero de este año, me contrataron en una barbería, vivo con varios panas ¡me pagan mejor! y lo más importante puedo mandarle plata a mi familia”, comentó Barbe mientras sus líneas de expresión revelaban tranquilidad. Sin embargo, sus ojos se llenan de nostalgia al recordar a su madre y hermanos: “ellos sufren”, susurró mientras se le hace un nudo en la garganta.
A pesar de todo, Lisandro tuvo suerte, cosa que no corrieron los cientos de venezolanos que aún deambulan por las calles del territorio colombiano, buscando una mano amiga que los ayude.
Colombia no es un país preparado para esta situación, la llegada masiva de extranjeros obliga al Estado a cambiar sus dinámicas y a reforzar los puntos en los que hay debilidades, como en la seguridad, la educación y el empleo.
Pero ¿Cuánto más va a durar esta situación? Realmente no hay pronóstico que indique con exactitud, la fecha de vencimiento de esta pesadilla para los venezolanos. Como lo predice el profesor de la Universidad del Rosario “el fenómeno migratorio, no es algo que se resuelva en el corto plazo, estamos hablando de un fenómeno que fácilmente puede estar durando en sus mínimos de diez a quince años, teniendo en cuenta que el deterioro de Venezuela es bastante acelerado”, además, añade que esta cuestión no se va a resolver en dos años, por el contrario, en los próximos dos años lo que se vivirá es una agudización del problema.
“No quiero volver a Venezuela, quiero poder traer a mi familia a Colombia”, comentó Lisandro Barbe.
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