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EL LIMONCITO: UNA ANÉCDOTA QUE TRASCIENDE

Por: Nicolás Polanía

En el año 1957 nació ´Nina´ una niña hiperactiva que a medida que pasaban los años su comportamiento era ´inmamable´, o eso era lo que decían sus hermanos. Carlos, el mayor, el ejemplo de la casa, luego Clara, la que le sigue, Nicolás otro que también era rebelde y compinche de Nina y por último Arístides el menor de 4 hermanos.

Una familia del común, trabajadora y emprendedora que luchaban en equipo para sacar adelante los cultivos y la ganadería que había en su finca. “El limoncito”, ese era el nombre de la gran hacienda que tenían como patrimonio familiar.

Los años pasaron y Nina fue creciendo cada vez más rápido hasta que cumplió 15 años, ya le tocaba trabajar en la finca para aportar con mano de obra a sus papás y hermanos, sin embargo su rebeldía la llevaba en la sangre, o bueno la sigue llevando porque como dice un buen dicho: el que es nunca deja de ser, y así esta joven mujer a las malas fue cogiéndole cariño a los oficios de la casa pero sus constantes bromas a sus hermanos eran reiterativas.

El río Suaza, tan ancho que no se podía ver la otra orilla dividía la finca en dos partes y hacía que la abundancia de la pesca fuera otro ingreso para la familia, pero Nina quería jugar a ser una niña grande y sus bromas tan pesadas causaban canas en los cueros cabelludos de sus hermanos y papás, pues en el gran río siempre se rumoraba que existía en “Mohán”, una leyenda para que los niños se comportaran de una manera responsable y cuidadosa, sin embargo esta historia a Nina le causó mucha gracia y decidió disfrazarse de este personaje entre el monte.

Ella sacaba la lama de las piedras, las hojas secas y abundantes que caían de los árboles descopados por el intenso calor que hace en el departamento del Huila, también con sus manos llenas de arena de la playa que estaba en las orillas del río se untaba la piel clara para parecer un militar camuflado.

Las horas pasaron y el día tomó forma oscura y en la gran hacienda solo se escuchaba la orquesta que protagonizaban los grillos y chicharras acompañadas del soplo de las ramas de los árboles, el aullido de los perros, el bramido del ganado y el relincho de los caballos que adornaban la noche oscura, tan oscura que no se podían ver las manos y tan cálida que el viento trataba de hablar mediante su soplo gentil, pues con toda esta maravilla. 

Esta jovencita, inquieta,  decidió asustar a sus hermanos tirando piedras al tejado de la casa para que salieran y vieran al supuesto Mohán que rondaba la casa. Tan grande fue el miedo de sus hermanos que Carlos el mayor estaba tan abrumado con eso que sacó la escopeta y empezó a disparar a los árboles hasta que Nina llorando salió desde la espesa profundidad del monte para decir que era una broma y que por favor no la fueran a matar.

Fue así como esa anécdota se convirtió  hasta el día de hoy en una historia que todas las navidades y año viejo se cuenta, y si, esta es una anécdota de mi familia que trasciende de generación en generación y mi abuela y mis tíos abuelos la cuentan con tan agrado que es difícil no poder imaginarse algo así, tan real como legendario.

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