3.152 METROS MÁS CERCA DE DIOS
POR: Thalía Vanessa Rosas Toro
Al este de Bogotá, entre los cerros orientales, se encuentra uno de los lugares más representativos para los católicos, amantes de la gastronomía, senderistas o extranjeros. El santuario del señor Caído de Monserrate brinda una experiencia liberadora y espiritual a 3.152 metros de altura, que te conecta con la naturaleza y te acerca más a Dios. Para llegar a él, se puede subir por funicular o teleférico, pero casi la mitad de los visitantes prefiere peregrinar por el sendero peatonal. Un recorrido de 2.350 metros que está recargado de cultura, comida, música, aire fresco e incluso milagros.
Decidí subir caminando para entender cómo es la experiencia a medida que se va aumentando la altura. El recorrido se divide por nueve etapas que van siendo marcadas en un cartel a medida que se va subiendo. La primera de ellas, Punto de registro, se compone de 350 metros en los que aún se pueden escuchar a lo lejos el bullicio de la ciudad, pero el aire se empieza a sentir menos denso y los colibríes empiezan a hacer su magia con la voz. La gente murmura sobre su expectativa del camino; “esto hasta lo puedo subir arrodillado”, alardea un hombre entre los 25 y 30 años junto a un grupo de cuatro adultos más. El recorrido se ve prometedor.
En la segunda etapa la neblina se va apoderando de la ciudad que queda atrás y de la que ya a duras penas se ve un rastro. Me empiezo a sentir pesada. Se escuchan más pajaritos entre el bosque que rodea el sendero. El olor de los pinos se hace más fuerte. Los comerciantes gritan desde sus puestos “agua a mil, agua a mil”, “hay agua, hay cerveza, hay gatorade”. Un hombre de aproximadamente 60 años corre rumbo abajo sin camiseta ni zapatos y haciendo un ruido fuerte como de relinche. Ya son 560 metros.
Siguen Caracol 1 y 2, la tercera y cuarta fase de 750 y 1.050 metros de altura respectivamente. La respiración se torna más lenta y siento como si mi corazón se quisiera salir del pecho. Me recuesto en la baranda del sendero e inhalo aire. La variedad de locales ya se ve mayor y encima de los puestos se aprecian otros productos, “Lleve la piña, la patilla, el bocadillo veleño, a mil, a mil, a mil”. Muchos niños van encima de los hombros de sus padres y otros descalzos suben con complejidad las rocas de los escalones.
Continúo a Estación ambiental, aquí el camino se hace más amplio. Se escucha música popular como de cantina y se ve una especie de feria gastronómica. A todos los costados hay puestos, pero aquí ya no se ven bebidas hidratantes. Una señora vende empanadas a un lado, y al otro otra vende pasteles; ahí mismo, en esas vitrinas que conservan el calor de los fritos. Se empiezan a ver baños al costo de mil pesos. Dos señores se detienen a fumar cigarrillo y el olor impugna el lugar.
El Falso túnel es la siguiente etapa. Ya eran 1.480 metros. Esta parte hace alusión a su nombre porque hay una especie de corredor en concreto de tono grisáceo que brinda esa sensación. Sus paredes estaban tachadas por personas que habían pasado por el lugar; Daniel, Maicol, Nicole y Tatiana, fueron algunos de los nombres que alcancé a ver; sin contar los corazones, las confesiones de amor y el “yo estuve aquí”, que también se leían. A esta altura ya todo era neblina y el aire era bastante frío. De ese frío que te llega a los huesos. Pero el calor que se obtiene por la subida disminuye la sensación.
Luego siguió Mirador; también con una amplia propuesta de comida y rancheras o vallenato por todas partes. Su atractivo fue el mirador grande que da vista a un vasto bosque verde al que llegan varias personas por fotos. La siguiente etapa marcaba un recorrido de 2.030 metros. Había un pequeño rincón de veladoras en el que la gente llegaba a encender velas y a orar por sus seres queridos o a hacer peticiones; se arrodillaban, se persignaban y continuaban con su camino. El paso era estrecho, pero en los pisos, comerciantes vendían crucifijos y esculturas religiosas.
A medida que subía más, se empezaba a distinguir ya entre la neblina el santuario de Monserrate y se escuchaba “aleluya al señor, aleluya”. Esta era la señal de que había alcanzado la novena etapa. Con las piernas cansadas y la respiración forzada, la gente subía orgullosa los últimos escalones de su peregrinación a Monserrate. Un recorrido que para Jhan Hernández de 34 años, son la esencia de todos sus domingos desde hace 9 años. Él se arrodilla ante el señor de Monserrate y hace su novena. Además, es su forma de realizar actividad física. Para él, lo que diferencia esta Iglesia de las demás en la capital, es que esta lo hace sentirse más cerca de Dios.
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