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PREMIOS GLOBO 2017

Auditorio Hall 74
Auditorio Hall 74

Los premios globo es una iniciativa creada por los estudiantes para reconocer los mejores trabajos y proyectos que nacen desde las aulas de la Escuela de Ciencias de la Comunicación.

 Allí nuestros alumnos son galardonados por el esfuerzo y la disciplina que han tenido en la presentación de los planes estratégicos, artículos de opinión, reportajes, entrevistas, crónicas fotografías, etc, en todos los formatos en los que hoy se desarrolla un comunicador y periodista.

MEJOR FOTOREPORTAJE: Bogotá; un lienzo para la luz
18 May 2017

Por: Oscar Alejandro Villar Cuellar

Bogotá; un lienzo para la luz, es un trabajo realizado para la materia de fotoperiodismo donde se trato de realizar solo fotos en de noche con una técnica no muy utilizada pero si muy reconocida con velocidades bajas en la cámara y en algunos lugares de la capital de país, algunas con un mensaje claro y otras con luces casuales de la noche capitalina.

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MEJOR ENTREVISTA ESCRITA: ¡Claudia, Rueda la imaginación!

18 May 2017

Por:Felipe Avella Quinceno

¡Claudia, Rueda la imaginación!

Claudia Rueda decidió estudiar Derecho y tomar un curso de Artes Plásticas cuando apenas se graduó del colegio. Culminó sus estudios de carrera y el proceso artístico, porque su mamá siempre le decía que todo lo que se empieza hay que terminarlo, y aunque estudiando Leyes no se puede ‘salvar el mundo’, Claudia se animó a intentarlo. No tardaría en darse cuenta que lo suyo era salvarlo narrando historias con dibujos.

Dos años le duró el entusiasmo por las faldas de tubo, los tacones y por el derecho. En 1997 tomó la decisión, junto con su esposo, Jorge Giraldo, de cambiar de aires. Querían una aventura. Se les ocurrió viajar al centro del boom tecnológico: Sillicon Valley.

Una vez establecidos en San Francisco, California, Claudia y su esposo tomaron rumbos académicos opuestos y que nada tenían que ver con lo que habían estudiado. Él era fotógrafo y se inclinó por la programación, y ella encontró un curso sobre cómo hacer libros para niños en la Universidad de California, en Berkeley. En ese momento no tenía hijas, ni mucho contacto con niños, pero se sintió atraída de inmediato por el tema. Había hecho el descubrimiento más importante de su vida.

La niña inquieta

Cuando Claudia recuerda su niñez, se asoma un atisbo de alegría, sus buenos recuerdos se ven reflejados en la conversación que tuvo hace poco con Ricardo Pat del Diario del Sureste de México: “No tenía una casa llena de libros, ni tampoco tenía la lectura todas las noches; pero sí fue una época de mucho juego. (…) Íbamos al bosque, construíamos casas imaginarias, hacíamos expediciones. Era fascinante ese espíritu, un poco como de aventura, como de trasgresión, como de complicidad”.

Su hermana está siempre en sus pensamientos cuando de travesuras e influencia se trata. No había juegos sin su hermana. Creaban historias juntas, tenían ‘miles de muñecas’, construían mundos, jugaban en la calle. Cuando iban a la finca de sus abuelos, les gustaba mucho explorar, juguetear en la casa secreta de la montaña y explorar, entre muchas otras cosas.

Lo que seguro recuerda su abuela de la pequeña Claudia es que por más que les prohibiera, a ella y a sus otros nietos, entrar al huerto donde estaban las peras, se subían un muro a toda velocidad y tomaban esas frutas como trofeos. Claudia sola no era tan traviesa, pero cuando se juntaba con sus primos, se transformaba, como lo ocurre a muchos niños, en una revoltosa e inquieta criatura.

Claudia, con tan sólo nueve años de edad, vio cómo su padre, por cuenta de cáncer cerebral, falleció y se llevó una parte de ella. Su feliz niñez se convirtió en una trágica historia. Por fortuna, cuenta ella, fue sólo hasta unos años después que asimiló de verdad lo sucedido y supo que su padre no volvería.

Claudia nunca dejó de dibujar, eso es lo que la diferencia de muchas personas. Cuando llegó la edad para dejar a un lado la caja de colores, ella no lo hizo. En entrevista con El Tiempo comentó que “todos los niños nacen con gusto por el dibujo. Es solo que cuando llegó la hora de guardar la caja de colores yo decidí no hacerlo y seguí dibujando”.

Con el paso de los años, Claudia se sentía muy afortunada de tener a Clara, su hermana mayor, estudiando Literatura en la Universidad. Su hogar se fue llenando poco a poco de libros y Claudia leía uno a escondidas, y después dos, y después siempre que tenía oportunidad. Fue ahí donde descubrió un amor, ausente hasta ese momento, por la lectura y se adentró en los cuentos de Julio Cortázar, en la prosa de Vargas Llosa, y en los relatos de Herman Hesse.

La niñez, para Claudia, fue una etapa fundamental, porque más allá de no tener contacto con los libros desde tan temprana edad, el juego y las travesuras fueron moldeando su imaginación y su mentalidad creativa y sentaron las bases de algunos de sus cuentos.

De artista a abogada

Desde pequeña, Claudia dibujaba en soledad, es algo que aún hoy es un requisito indispensable de su trabajo, nunca le gustó que la vieran mientras trazaba sobre papel. Fue solo hasta cuando cumplió 17 años que se arriesgó a mostrar por primera vez sus ilustraciones. Un día en la mañana decidió llevar sus dibujos de caricatura política al diario El Tiempo, y les gustó.

Por unos meses, su rutina de caricaturista era leer la prensa a las seis y media de la mañana y llevar sus cómics al periódico, a más tardar, a las once. “Aprender a ser rechazada (risas), que también es un ejercicio. Toda la gimnasia que se necesita luego para ser autor la hice ahí”, le decía Claudia a Ricardo Pat en su entrevista.

La Claudia bachiller enfrentó un dilema interno cuando tuvo que escoger su camino. Lo que más le gustaba hacer, sin duda, era dibujar, pero no era suficiente pensar en que dibujaría para decorar. Ella sentía que eso no la completaba del todo. Como le decía hace cuatro años, en una entrevista, a la editorial española Océano Travesía: “Yo quería estudiar artes, artes plásticas, pero me parecía que no completaban todo lo que yo quería. Había algo por dentro que me decía que tenía que contar cosas a través del dibujo. Por la forma rara que ocurren las cosas decidí estudiar leyes, porque también me preocupaban muchas cosas del mundo, tal vez pensé que esa podía ser la forma de canalizar todo eso”.

Su tesis de grado fue una historia gráfica del derecho romano. Claudia recogió todo lo que había aprendido en su vida, su ‘gimnasia’ como caricaturista de El Tiempo, su aprendizaje con los libros de Cortázar, Llosa y Hesse; y su inevitable conocimiento adquirido sobre leyes, para construir lo que sería la menos común de las tesis en su carrera. Una narración visual que sería publicada por la editorial de la Universidad Externado poco después.

‘Tres ciegos y un elefante’

El curso de cómo hacer libros para niños en la Universidad de California, en Berkeley, fue el primer empujón y el verdadero despertar de la vocación de Claudia. Entusiasmada por su descubrimiento, empezó a entender cómo se maneja el sistema de las editoriales y cómo debía empezar a publicar. Logró hacerlo para mercados locales pequeños y fue ganando experiencia de primera mano.

Poco después de terminar su curso en Berkeley, a Jorge, su esposo, lo trasladaron a España. Claudia vislumbró una gran oportunidad para mostrarse en la feria más importante del libro en Bolonia. Ahí conoció a la editora de Imaginarium, una pequeña editorial que estaba naciendo en Zaragoza a partir de una tienda de juguetes.

‘Tres ciegos y un elefante’, el cuento que había escrito e ilustrado Claudia como trabajo final de su curso en Berkeley, fue publicado por Imaginarium y fue la primera de varias editoriales extranjeras que confiarían en ella más adelante. María Cristina Rincón, autora y editora en Fundalectura, la Fundación para el Fomento de la Lectura en Colombia, cuenta que este momento define a Claudia: “Cogió ese libro y se fue para la feria de Bolonia. Eso es una manera de pensar muy propia de ella. Aquí ningún ilustrador había hecho eso antes. Creo que es la primera que dijo ‘bueno, ya lo hice, me voy a buscar la vida, voy a Bolonia, voy a buscar editores y voy a ofrecerles mi trabajo’”.

“Ella no se queda sentada esperando a que la llamen, ella sale y busca a la gente”, añade María Cristina cuando se refiere a la forma de trabajar de Claudia. Su tenacidad, compromiso, orden y terquedad, la han llevado a ser hoy la autora de 24 cuentos para niños e ilustradora de 10. Ha trabajado con editoriales en España, México, Estados Unidos y Colombia. Desde entonces, nueve de sus cuentos han sido traducidos a por lo menos tres idiomas para su distribución por todo el mundo.

Recogiendo frutos

El éxito de Claudia Rueda puede venir de lo que su madre siempre le decía, “termina lo que empiezas”, porque Claudia cada proyecto que arranca lo publica, quizá no en Colombia, pero sí en otro lado del mundo. Victoria Peters, ilustradora en Fundalectura, dice que “ella puede demorarse seis meses, ocho meses, un año haciendo un proyecto y estando en contacto con su editor (en el exterior), hasta que logran sacar un producto bueno. Esa relación con los editores la ha encontrado más en el exterior que acá”.

Cuando se observa detenidamente su bibliografía, las editoriales colombianas que han publicado un cuento de la autoría de Claudia son dos, y otras cuatro la han invitado a ilustrar. El grueso de su obra ha sido publicado en otros países. Respecto a esto, Victoria también señala que “la producción local (de ilustradores y autores) está muy desprotegida, no hay una editorial que lidere. En muchos casos no le pagan muy bien a los ilustradores y si hay oportunidades fuera, pues ellos las aprovechan”. Esto puede explicar su poca publicación en Colombia.

Fundalectura, desde la publicación de su segundo cuento, ‘La suerte de Ozu’, ha estado en contacto con Claudia para apoyar su trabajo como autora e ilustradora de cuentos para niños. Desde 2004, han trabajado juntos en diversos proyectos en los que se encuentra ‘Los arrullos de Jáamo’, un texto de Jesús Mario Girón, que narra las formas de comunicación de algunos pueblos indígenas en Colombia, a los que Claudia fue e investigó durante unos meses.

En sus 14 años como autora e ilustradora de cuentos, Claudia ha recibido 14 distinciones importantes, entre los que figuran el XIX Premio Internacional del Libro Ilustrado de México en 2014, El premio A La Orilla del Viendo en 2003 y el Oppenheim Platinum Award en 2009. Premios que la han ido posicionando en el mundo como una de las mejores autoras e ilustradoras de historias para niños.

Fundalectura es la agencia nacional de IBBY (International Board on Books for Young People) en Colombia, la entidad encargada de entregar, cada dos años, el premio Hans Christian Andersen al autor y al ilustrador de cuentos para niños más destacado en el mundo. Este reconocimiento es el más grande galardón que puede recibir un autor o ilustrador en esta categoría. Claudia fue nominada por Fundalectura para representar este año a Colombia, y aunque no ganó, la nominación, por sí sola, es el homenaje más representativo que se le ha hecho.

La Claudia organizada

La estrecha relación entre Claudia y Fundalectura ha permitido que personas como María Cristina Rincón y Victoria Peters hayan compartido diversos espacios con ella. De todas las experiencias juntas, Victoria afirma que “Claudia es amable, cálida y sonríe mucho. En lo personal, yo siento mucho afecto por ella. Es organizada y constante”. María Cristina la define como “tenaz, porque cuando se propone algo, lo logra, y trabaja para conseguirlo. No se da por vencida. Se empecina en algo y no da marcha atrás. Tiene mucho entusiasmo y creatividad. Tiene ganas de explorar siempre”.

Cada año, Claudia hace una lista de proyectos, que quiere sacar adelante, a partir de las ideas que tiene anotadas en una libreta. En esta última están escritas cosas que la hacen reír o llorar, lo que la indigna, lo que le da rabia, lo que le cuenta la gente, lo que escucha en algún lugar mientras hace fila, lo que ve en una película o lo que lee en un reportaje. Claudia anota todo lo que la haga sentir algún sentimiento, ya sea alegría, tristeza o rabia, porque para ella el poder de las historias está en esos extremos.

En la lista de proyectos, Claudia tiene en orden qué idea quiere usar primero para empezar a escribir e ilustrar su siguiente libro infantil, y qué idea después. También anota cosas que no la convenzan mucho pero que quiere dejar madurar.  Cuando empieza a trabajar una idea, se encierra a dibujar por varios días. Tiene claro que así es como mejor se desempeña.

Desde ese primer momento hasta la publicación de un libro pasan, por lo menos, seis meses, tiempo en el que Claudia desarrolla y potencia la historia que quiere contar. Este lento proceso se da así porque ella piensa en el libro publicado como si lo cogiera un niño para leerlo, para jugar con él. Piensa como cuando era niña y qué le gustaba hacer, cómo le gustaba jugar. El libro, para ella, es como una conversación con un niño que le hace preguntas que Claudia tiene que responder con cada página. Un proceso que cobra vida sólo cuando lo lee un niño en voz alta.

En ciertos casos particulares, tiene varias historias guardadas que deja ‘reposar’. Cuando decide desempolvar las ideas, si hay alguna que la sorprenda o que la haga emocionarse, sabe que funciona. En ese sentido, ella es su inicial crítica. Las personas que ven y juzgan sus cuentos por primera vez son sus dos hijas, Camila y Catalina, quienes nacieron cuando Claudia estaba en San Francisco en 1999. En ciertos casos, su esposo también le da su opinión, pero sus hijas son las críticas más importantes.

Cuando estudiaba el curso en Berkeley, Claudia aprendió muchas técnicas de ilustración que pasaban desde lo manual hasta lo digital -en ese entonces emergente. Entre las diversas técnicas que existen, sus favoritas son el grafito, el lápiz y los lápices de colores, aunque en ciertos casos, como en su libro ‘Formas’, se inclina por técnicas digitales sencillas con figuras geométricas básicas.

Victoria Peters señala esto como una fortaleza que pocas veces se ve en ilustradores contemporáneos, pues la versatilidad que muestra Claudia a la hora de dibujar es significativa. “Ella maneja diferentes técnicas, tiene esa versatilidad, en libros como ‘Formas’ o ‘Todo es relativo’. En ‘Formas’ se reconocen más las figuras geométricas y los trazos son más simples. En ‘Todo es relativo’ ya hay un gato, un ratón, unos movimientos distintos, pero son ilustraciones bastante sencillas”.

La parte favorita de publicar un libro es, para Claudia, la faceta de promoción. Le encanta viajar, es lo que la llevó a la feria de Bolonia y lo que la trajo de vuelta a Colombia. Disfruta mucho el proceso de hablar con la gente, de mostrarles sus libros, de conversar sobre diversos temas y de aprender cosas de cada cultura a la que visita. Como alguna vez dijo a El Tiempo, sus ciudades favoritas son “Nueva York, Berlín, Buenos Aires, Barcelona… ¡y todas las que me hacen falta por visitar”.

La rana sorda

Hay una fábula que cuenta la historia de tres ranas que caen en un pozo, las ranas que quedan por fuera les gritan que es muy profundo y que nunca podrán salir de ahí. Solo una, después de varios intentos, logra salir y las otras dos quedan en el fondo y mueren. Las que estaban por fuera se asombran y le preguntan a la rana que salió por qué seguía saltando cuando le gritaban que no lo lograría. La rana se las arregla para explicarles que ella es sorda.

Esa fábula es una de las favoritas de Claudia, porque ella dice que es posible aplicarla a las personas creativas que piensan diferente. De esa manera es que a ella le gusta pensar, así pueda verse por otras personas como irreverente y terca. Cuando Claudia se propone algo, lo logra, así estén muchas ranas por fuera gritándole que es imposible.

Su posición firme y su pensamiento claro hacia la vida es lo que la ha mantenido cuerda en los momentos más difíciles de su vida, como la madrugada del lunes 7 de abril de 2003. A Claudia la levantó el teléfono que timbraba sin parar, poco después de la medianoche. Le esperaba una de las noticias más tristes de su vida. Rodrigo Mora, el novio de Clara Inés, la hermana mayor de Claudia que había estudiado Literatura, le contó que a Clara le habían disparado y que estaban en la Clínica Country.

Nada pudo hacer Claudia cuando, al salir del quirófano, el doctor encargado les comentó que habían hecho todo lo posible, pero la bala le había atravesado a Clara Inés un brazo y había entrado por su abdomen, dañando múltiples órganos. Clara Inés Rueda había estado con su novio, Rodrigo, en Andrés Carne de Res en Chía, cuando, según las autoridades, se fueron sin pagar la factura completa, se pasaron un peaje sin pagar y, en hechos todavía confusos, un oficial de la policía le disparó al carro al pasar frente al CAI de La Calera.

Las hermanas que se robaban las peras de la huerta de su abuela, que con ‘miles’ de muñecas creaban mundos muy diversos, que jugaban en la casita de la montaña, a las que les gustaba ensuciarse de tierra y que leían los mismos libros de la universidad, no volverían a estar juntas.

Las moralejas de Claudia

Hoy, Claudia cree que a los niños les falta ensuciarse y dejar un poco de lado las pantallas para jugar con la realidad. Le inquieta mucho, sin querer ser apocalíptica, el uso de la tecnología en los niños pequeños. Claudia tiene entre sus planes la publicación de un libro para los adultos, una historia más larga y con más trasfondo que lo que hoy le permiten los cuentos para la primera infancia.

En últimas, lo que se puede aprender de Claudia, es que no tenemos que juzgar una situación desfavorable que podría traer algo bueno, como en ‘La suerte de Ozu’; que así tengamos muy poco para poder compartir, siempre encontraremos una manera de dar algo a los demás, como en ‘¡Vaya apetito tiene el zorrito!; que no debemos dejarnos guiar de los que aparentan ser más inteligentes que nosotros, porque no todo lo que brilla es oro, como en ‘Dos ratones, una rata y un queso’; y que nosotros podemos imaginar nuestro destino, incluso cuando creemos que hemos encontrado nuestra razón de ser, las cosas pueden cambiar, porque la vida no es sencilla, pero vale la pena vivirla, como en ‘Formas’.

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