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Fernando Soto Aparicio

Por: Diana Mina

«Hacen falta colegas humanos que tengan la capacidad de asombrarse. Lo más difícil del periodismo es saber contar historias».
“El libro que más quiero es el que no he escrito todavía”
“No me le mido a una amistad con un escritor, son personas detestables”

Tan sólo el recordar aquel realismo mágico que caracterizó las obras de Gabo, hace pensar e imaginar cómo es su oficina; o tal vez recordar los cuentos de Cortazar daría un vago croquis de su despacho; el bufete del Maestro Fernando Soto Aparicio, no es la excepción, pues esta colmado de libros, de todos los temas, grosores y autores. Este mundo de letras no oculta su fascinación por la literatura. “Es un espacio sin precedentes, cautivador y a la vez enloquecedor, a los ocho años ya había leído diferentes obras y los quince ya había publicado mi primer libro”.

Nunca ha encubierto su pasión por escribir, por ende, tampoco al buen leer. Se considera un literato apasionado, con intereses tan plenos pero tan extraños a la vez. Su vocación literaria emergió a muy temprana edad. Según cuenta él, a sus tiernos 8 años de edad leyó la obra maestra de Víctor Hugo –su escritor de cabecera- Los miserables: que son, además de magníficos, dos tomos de mil páginas cada uno. “Me lo he leído cuatro o cinco veces y cada vez me gusta más, viví en Francia unos años y aprendí francés para podérmelo leer en el idioma original”.

La inspiración que desde ese entonces atrapó a Soto, era como tinta en sus venas y palabras en sus dedos. Es curioso notar que la familiaridad de su primera novela publicada en España, en 1960: Los desventurados con la de Víctor Hugo. El maestro Fernando quiere dejar una huella de esperanza y reflexión en cada palabra que escribe. Desea que su nombre sea símbolo de realidad y devoción.

Las dificultades que ha tenido en su vida, no supieron socavar la amabilidad de este hombre de letras, precisamente por que las ha sabido aprovechar para crecer espiritualmente. Tiene muy claro que los fracasos significan el compromiso de llegar a la meta.

Con el correr de los años y el envejecer de su cuerpo, lo único que tiene intacto Fernando Soto Aparicio es el espíritu, lo que lo hace una persona que no deslumbra por fuera, sino por dentro. Su voz sonaba más joven que la edad que revelaban sus ojos. Es una voz cálida y fluida, al igual que sus escritos, tal vez por eso nos sorprendió cuando afirmó que no era amigo de la amistad: “Yo he sido muy malo para los amigos, he sido muy arisco, muy esquivo, muy solitario.

«No tengo amigos, muy pocos tal vez, en realidad ninguno y menos dentro de los escritores, me parecen que son gente detestable, no me le mido a una amistad con un escritor”. Afirmaba con elocuencia haber nacido para ser escritor, pero difería de la vida del artista de las letras; “no tengo ninguna de las cosas que aparentemente caracteriza a un escritor: no soy homosexual, no fumo marihuana, no aspiro cocaína, no hago nada raro, (soy) un bicho común y corriente”.

Ulterior a contrastar, con asombro, la afabilidad con que nos determinaba contra su indeterminación a la amistad, hablaba de su personalidad solitaria. Nos podríamos pasar un mes entero, y sin descanso, si asistiéramos fugazmente a las 40 invitaciones a cocteles que llegan a su nombre; él sin embargo sólo asiste a una por año. Confiesa que lo más aburrido para él son las reuniones bailables, ya que no les encuentra razón de ser en su algarabía.

El maestro Soto Aparicio se remonta a su infancia, tras varios minutos de conversación. Nació en la población de Socha, Departamento de Boyacá pero cuando tenía tan solo 4 meses de edad, sus padres se trasladaron a vivir a Santa Rosa de Viterbo, escenario de las luchas sostenidas por los hombres del cacique Tundama contra el invasor Gonzalo Jiménez de Quesada. Aquí en este pueblo lleno de fantasías, cantos, campesinos es en donde discurren sus primeros años de vida, su niñez y su juventud.

Partiendo de la generalidad de que todo joven tiene un héroe, es difícil no preguntarse quien pudo haber sido un paladín en la mente de un joven Soto Aparicio. Su héroe fue un libertador: “Sí, tengo un héroe. Un muchachito de Belén, un pueblo de Boyacá, que fue el que nos dio la libertad, no fue Bolívar ni Ansuarte, ni Sucre, ni Santander, fue este niño que tenia once años, ocho meses y cinco días cuando capturó, al finalizar la batalla del puente de Boyacá, al general Barreiro y lo entregó a Bolívar.

Barreiro le ofreció su morral lleno de oro y este niño no lo quiso aceptar. La captura de Barreiro fue la que determinó la victoria de la batalla de Boyacá y que se firmara la libertad de Colombia. ¡Sobre ese niño no hay nada!

Se sabe que nació, que se casó y se murió; y que en el diario de Bolívar hay dos renglones que dicen que fue ascendido a sargento y le ofrecieron una recompensa de cien pesos. No lo ascendieron, ni le dieron los cien pesos y lo olvido todo el mundo. Entonces yo escribí un libro que se llama Pedro Pascasio Martínez, un libro que quiero muchísimo, en donde cuento la historia de esa persona. Yo me inventé esa historia dentro de un punto de vista totalmente lógico, no se puede inventar sino dentro de la lógica. Él para mi es una héroe. Y para amortizar nuestro asombro acotó: Heroína todas las mujeres que se aguanta esta vida».

A pesar de sus más de 50 obras publicadas, en las que explora a la sociedad en todas sus facetas teniendo como protagonista la realidad de su país, y en la que la búsqueda de personajes es” muy agradable” por que deben nacer del corazón de la tierra, no tiene una favorita. “Eso es muy complicado es como decirle a una señora antioqueña que tiene 20 hijos y se pregunta a cual chinito quiere mas eso no se puede pensar”.

“Colombia seria un país riquísimo económicamente pero se lo han venido robando los políticos y se lo han venido prostituyendo los narcotraficantes y lo han venido matando a mansalva los guerrilleros. Son tres fuerzas tenebrosas que complotan contra Colombia y sin embargo mi país tiene tanta firmeza tanta resistencia que todavía aguanta y que aguantara mucho tiempo”

Muchas personas lo consideran como un modelo a seguir, como es el caso del crítico y periodista Gustavo Páez Escobar, para él Fernando Soto Aparicio es un hombre con una mente laboriosa y reflexiva que no acepta la mediocridad.

El “Maestro”, nombrado así por muchos escritores ha recibido a lo largo de su vida innumerables condecoraciones y ha sido objeto de muchos homenajes en alusión a su gran trabajo como uno de los principales exponentes de la literatura colombiana.
Algunos de estos galardones fueron: el Premio a las Letras Castellanas, Premio Internacional de Madrid con su novela los Bienaventurados, Premio Casa de las Américas en 1970 y el Premio Ciudad de Murcia entre otros. Además en los últimos años la Alcaldía Local de Engativa lo condecoró con “la Orden Civil al Merito” reconociendo su vida como escritor y su dedicación y entrega al arte de la letras.

A pesar de todos estos premios el maestro afirma “Para mí el único premio realmente importante es la fidelidad de los lectores, me fascina la idea que la gente siga leyendo con tanta devoción libros que fueron escritos hace más de cincuenta años.”Siendo este el caso de su obra la Rebelión de la Ratas la cual lleva casi medio siglo y la gente todavía se interesa por leerlo.

Con más de 60 años de vida literaria, el maestro Soto Aparicio hoy en día vive una vida sosegada, en la cual trabaja, lee y algunas veces dicta clase “no más sino dos días…a mi no me gusta la docencia.

Lo hago porque me lo exige la Universidad (Militar Nueva Granada) para dictarles a unos muchachos de una carrera que se llama ingeniería multimedia. Les enseño a escribir guiones para cine y televisión”. Sosegada a simple vista, pero quien tal vez trata de ver el interior de su mente, verá a ese guerrero apasionado por la escritura, a ese letrado que no simpatiza con la política, a ese maestro sin amigos, a esa mente sin barreras.

Recordamos ahora, un artículo de la revista Cromos en el año 1966, donde entrevistaron al joven literario de 33 años en ese entonces; donde le pidieron en nombre de la patria, escribir el epitafio a una tumba con 500 mil colombianos muertos por la violencia. Él respondió: «Que este trozo de patria se eleve al infinito —pidiendo que retoñe de nuevo la esperanza— pues la mancha que deja la sangre del delito —nunca puede lavarse con sangre de venganza».

Ahora nos preguntamos, ¿quien podrá escribir un epitafio a Fernando Soto Aparicio cuando se encuentre escribiendo versos para Dios en el cielo?

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