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Más allá de los ojos tristes de Édgar Allan Poe

Hace más de 165 años, el siete de octubre de 1849, Edgar Allan Poe, uno de los exponentes más distinguidos de la literatura de terror, considerado el inventor del relato detectivesco, murió en absoluta miseria, entregado a sus delirios y alucinaciones, padeciendo las lamentables consecuencias de beber y de haber sido el primer escritor norteamericano de renombre que se jugó la vida por la literatura.

Desde muy joven, mostró una notable inclinación por las letras, por el arte de derramar el alma en el papel y exorcizar demonios a través de los versos: antes de cumplir los doce años ya escribía secretamente sus primeras líneas con una caligrafía pulcra y elegante, y las atesoraba entre dos rebanadas de pan con mermelada, tal vez en un intento por resguardar sus pensamientos más íntimos de las miradas morbosas de los demás, o para protegerlos de los ojos inquisidores de su padre adoptivo, John Allan, quien nunca lo apoyó en sus aspiraciones literarias. (P.7)*

Posteriormente, Poe habría de pasar por experiencias que lo derrumbaron emocionalmente: a los 15 años se enamoró perdidamente de la madre de uno de sus compañeros de clase, Jane Stanard. Incluso compuso un poema inspirado en ella y lo tituló To Helen. Sin embargo, Mrs. Stanard cayó gravemente enferma y murió. Ese episodio lo afectó gravemente, e hizo que cambiara radicalmente su comportamiento en el colegio, mostrándose apático y melancólico con sus compañeros.

Luego, mientras estaba enlistado en el ejército, su madre adoptiva, Frances Allan, también murió sin que él pudiera visitarla antes de fallecer, como ella lo había solicitado; es más: ni siquiera pudo asistir al funeral. Cuando pudo, por fin, visitar la tumba de la que fue su verdadera madre todo ese tiempo, el impacto emocional que estremeció a Edgar fue tan fuerte que no le permitió seguir en pie: el poeta cayó tendido al suelo, completamente aturdido por el dolor que sentía.

Sin embargo, a estas alturas “Eddie”, como lo llamaban los suyos, ya era un maestro del terror que había desarrollado un estilo impecable y exquisito, alimentado por historias de fantasmas, cementerios tenebrosos y cadáveres ambulantes, que oyó de los esclavos negros con los que tuvo contacto en su niñez —Poe creció en Virginia, un estado sureño en donde la segregación racial estaba a la orden del día y era mucho más radical que en otros lugares— (P.6)* Tal vez solo quien experimenta altas dosis de dolor en carne propia puede escribir algo al respecto que valga la pena.

Era tan refinado su talento y, a la vez, tan poco apreciado en su época que, en múltiples ocasiones, su salario apenas era suficiente para cubrir sus necesidades más básicas, pero los directores de las revistas y periódicos por donde su pluma pasaba tenían habituales motivos de alegría con su presencia en sus filas, pues sus ingresos económicos aumentaban notoriamente como consecuencia de los lectores que Edgar atraía (en la revista Graham’s Magazine, por ejemplo, a cargo de la dirección literaria de esta, Poe dejó cuarenta mil suscriptores al marcharse. Antes, había solo cinco mil). (p.18)*

Años más tarde, se casó con su prima, Virginia Clemm. Ella tenía solo 13 años y él 25. Se sabe que la amaba como a ninguna, que las atenciones y palabras que le dedicaba revelaban un amor incondicional por el cual él estaba dispuesto a sacrificarlo todo. Pero, de nuevo, el infortunio le golpeó la puerta al primo “Eddie”: Virginia enfermó de tuberculosis: la sangre se derramó por su boca, en una escena sobrecogedora, mientras ella tocaba el arpa y cantaba. El lamentable evento ocurrió a fines de enero de 1942. Virginia murió cinco años después, con tan solo 24 años, en enero de 1847.

Edgar la vio morir lentamente, pudiendo hacer poco o nada para salvarle la vida. Y, junto con ella, murió una parte vital de él, se derrumbó la esperanza: no había razones que justificaran la prolongación de una vida vacía y miserable.

Julio Cortázar describe en su biografía de Poe el estado de total indefensión en que el poeta quedó luego de tan nefasto episodio:

“Los amigos recordaban cómo Poe siguió el cortejo (fúnebre) envuelto en su vieja capa de cadete, que durante meses había sido el único abrigo de la cama de Virginia. Después de semanas de semiinconsciencia y delirio, volvió a despertar frente a ese mundo en el que faltaba Virginia. Y su conducta desde entonces es la del que ha perdido su escudo y ataca, desesperado, para compensar de alguna manera su desnudez, su misteriosa vulnerabilidad.”

Luego, solo dos años después, Edgar muere y con él, una de las figuras más importantes dela literatura universal. Las versiones sobre la causa de su deceso son tan numerosas como especulativas. La leyenda sigue creciendo a medida que pasan los años: algunos hablan de delirium tremens, de rabia, de abuso de drogas e, incluso, de esquizofrenia.

Pero lo cierto es que su muerte no importa tanto como su vida. Sus adicciones al opio y al alcohol son aspectos que, aunque son relevantes, no lo definían. Detrás de ese comportamiento errático y casi lunático —Poe era hipersensible a la bebida, y se embriagaba con apenas dos tragos de ron, lo que lo llevaba a cazar peleas y proferir insultos contra todos—, había un hombre inerme, atormentado por la pérdida de sus padres en la niñez, por el desprecio de su padrastro; por la pobreza que nunca dejó de aquejarlo (en 1835, por ejemplo, declinó una invitación a cenar con un hombre que buscaba ayudarlo, pues no tenía un traje adecuado para la ocasión. Finalmente, este último se conmovió y lo vinculó a una revista), por la concatenación de tragedias que lo acompañó toda su vida.

En efecto, Poe era un hombre atormentado, pero más allá del horror, más allá de lo grotesco, más allá de El Cuervo, con su musicalidad mágica y tenebrosa, estaba siempre presente la sensibilidad innata del poeta, los versos románticos más encantadores que se hallan escrito en el siglo XIX, el precoz infante que le gustaba dibujar y coleccionar flores para estudiarlas, el joven tierno y tímido que les escribía poemas a sus novias y cuyos modales eran de una sutileza envidiable. Allá en el fondo de sus sesos, disfrazado por el orgullo y el temor, que también lo caracterizaban, habitaba un hombre hipersensible al mundo sórdido en el que tuvo que vivir y que nunca supo valorarlo.

Y hoy, en pleno siglo XXI, la mejor forma de rendirle tributo es leerlo, repasar sus cuentos y su poesía, un campo en el que se destacó y que muchos no han descubierto aún, y, sobre todo, tratar de entenderlo, tratar de comprender los detalles oprobiosos y desgarradores que estuvieron siempre presentes en su vida, trastocando todo a su paso con la tragedia, transformándolo en el hombre que fue, para bien y para mal.


*Nota: varios de los datos previamente expuestos, referentes a la vida de Poe, fueron tomados de la biografía que Julio Cortázar incluye en la traducción de los cuentos del poeta norteamericano. Cortázar fue uno de los autores latinoamericanos que más estudió a Edgar Allan Poe, y tradujo la mayoría de su obra al español.

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