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Puntas del presente y capas del pasado

Por las calles de Buenos Aires
Por las calles de Buenos Aires

Ya hace un tiempo considerable que no escribía para este medio, desde que hace unos años, mientras estudiaba ingeniería, le dio luz verde a mis palabras.

En ese entonces pensé que podía escribir desde la ciencia y la técnica pero afortunadamente mi teclado en Altus me devolvió la idea de que podía crear mundos que no solo salieran de tubos de ensayo o de estudios económicos, esas cosas que ahora lucen sin importancia a la luz de mis últimas aventuras en el mundo.

No terminé siendo periodista como Altus predijo y en una vuelta de tuerca inesperada decidí crear desde las imágenes y me fui a estudiar cine en Buenos Aires por 4 años. Aquí estoy de vuelta, justo donde empecé. Sin embargo hoy mi reflexión acerca de esa serie inesperada de eventos, los de ese entonces y los de ahora, me regresan a escribir bajo los ojos del cine.

Lo que me lleva a un serie de reflexiones tal vez un tanto obtusas sobre la construcción de la memoria, de los recuerdos y de la realidad misma.

Hoy creo que mis sueños reprimidos en el overol de ingeniería mientras escribía en Altus empiezan a dar fruto en el cine y a la larga lo que empezó todo el proceso fue el deseo impulsivo de cambiar de rumbo, un deseo que se convirtió en algo tangible. Lo que estuvo hace unos años sólo en mi cabeza ahora esta en mis manos.

Hace cuatro años dejé esta ciudad que a la luz de mis recuerdos es gris y fría, mi Bogotá estaba constituida por dos barrios, Chapinero y Colina Campestre, mi casa y la casa de mi novio, (ex novio) durante los tres semestres de Ingeniería Industrial en la Sergio Arboleda, mi mapa incluyó esta parte del mundo, la 74 con 14. Sin embargo en el momento en el que mi relación se acabó Bogotá se reconstruyó en mi cabeza como la jaula de fantasmas, monstruos y recuerdos que se amontonaban en mi proyección mental, no dejando de recordarme que nunca me gustó del todo mi carrera y que había fracasado en mi primera empresa de vida.

Así que decidí partir a los buenos Aires Porteños, esperando que al alejarme de la jaula los monstruos desaparecieran. Para mi infortunio y posterior aprendizaje, los monstruos no desaparecieron sino que encontraron una nueva jaula. Cada cosa de esa ciudad en la que nunca había estado parecía recordarme lo que estaba tratando de olvidar, así que me refugié en mi universidad y encontré varias respuestas.

Decidí convertirme en algo que nunca había planeado. La Universidad del cine me enseñó valiosas lecciones, pocas de ellas relacionadas con el cine mismo. Lo más valioso de ese entonces, fue la comprensión elemental de que lo que pasa en la cabeza pasa en la vida y que uno ha de armarse su propia película, porque de lo contrario el mundo se va a encargar de escribirla, producirla, filmarla y distribuirla frente a nuestros ojos, hasta que tomemos la decisión de apropiarnos de su curso y convertirnos en protagonistas de nuestra propia vida.

Mi encuentro con Deleuze

Haber accedido alguna vez a la Imagen Tiempo de Deleuze y llegar hasta el capitulo 5 me autoriza a plagiar el título de dicho documento, un plagio justo a mi joven juicio en cuanto encuentro en el cine y especialmente en la obra de Deleuze un dulce para la vida, una sabiduría sutil sobre la manera en la que se estructura nuestra vida y nuestros recuerdos.

Deleuze retoma a San Francisco cuando dice que hay un presente en el pasado, un presente en el presente y un presente en el futuro. De manera práctica es algo así como siempre estar AHÍ, presente todo el tiempo porque sólo de esa manera podríamos ser conscientes de cómo lo que nos pasa hoy es el producto de lo que pensamos ayer y mañana va a ser producto de lo que pensamos hoy. Sin embargo pensamos constantemente en el pasado, pues el presente no puede mas que repetirlo y así nos quedamos colgados de amores de infancia y recuerdos de antaño a los que no podemos acceder mas que de manera accesoria, nostálgica, improductiva y contraproducente, pensar y repensar el pasado solo hace que el mismo se repita.

Deleuze dice que el tiempo funciona en capas superpuestas, cada capa tiene una serie de puntos brillantes: mi novio del colegio me remite no solo a la relación que tuve con él sino al uniforme del colegio, a la forma de mi casa, a la manera en la que mis papás me trataban en ese momento y desafortunadamente para algunos, casi cualquier cosa puede constituir un punto brillante, un olor, una persona; una canción puede catapultarnos en segundos a un momento justo de nuestra vida.

Todo eso esta perfecto, al fin y al cabo qué es el hoy sino el recuerdo del viejo o vieja que llegaremos a ser algún día. Aun así estamos constantemente atormentados por nuestros recuerdos, ellos ponen en evidencia lo que fuimos o lo que tuvimos un tiempo atrás.

Todo esto tiene un punto, y es que en cuanto nuestra memoria sea modificable nuestro futuro también lo será. El enunciado suena como a libro de autoayuda, pero la verdad es que si lo pensamos un segundo nos pasa todo el tiempo.

Quién no ha pensado en alguien que no ve hace años y se lo encuentra en la calle a los pocos días, o tiene en la cabeza una canción que de repente otro empieza a cantar, o se encuentra “involuntariamente” haciendo algo que había pensado ya hace un tiempo. Así que sin querer sonar como Walter Risso o Mauricio Puerta, creo que es prudente estar siempre ahí, mirar las cosas dos veces y entender que todo lo que a la gente le pasa es producto de lo que pensaron e hicieron ayer y su futuro va a ser lo que piensen hoy, y no solo lo que hagan.

Así que en mi regreso a Bogotá, la ciudad ya no es la jaula de mis fantasmas sino el pizarrón de mis ideas de película. En cada esquina encuentro un trozo de humanidad que antes me era desconocida, de alguna manera porque la extrañé tanto que así era como quería encontrarla.

Mi hermano Germán dice que todos tenemos un tipo de cámara que construye nuestra percepción. El problema es que casi siempre la tenemos en automático, mientras que hay algunas escasas personas que componen cada aspecto de su realidad, enfocan detalles especiales, le dan más o menos luz a una situación, proyectan en su cabeza la manera en la que va a ser su día y así, la proyección de su realidad se convierte en una película un poquito más pensada. Así mismo la construcción de nuestra ciudad es un proyecto que no tiene que ver solo con las obras del alcalde o de los políticos, sino en la manera en la que proyectamos a nuestra ciudad.

Afinar nuestra cámara para ver y construir el lado amable de la ciudad, contribuye a que la proyección positiva de la misma nos haga actuar en pro de ella y de nuestra propia película.

Hoy mi cámara encuentra a una Bogotá amable, aunque me tomé casi cuatro años para encontrar ese tipo de enfoque, así como el enfoque de lo que quería hacer con la película de mi vida.
¿Y tu, eres el protagonista de tu propia película???

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