En Colombia, la desconfianza en el Estado, alimentada por la corrupción, impide una relación sana entre ciudadanía y sistema tributario. Mientras los países desarrollados gravan más a las personas naturales, aquí se privilegia lo contrario, perpetuando la desigualdad. Persisten impuestos mal diseñados y estructuras obsoletas.
Colombia vive en un infierno, al menos en lo que respecta a la administración tributaria, entendida como el arte de recaudar y ejecutar recursos públicos. Así lo señala The 1841 Foundation en la versión del 2024 de su Índice de Infiernos Fiscales, el cual evalúa 82 países de todo el mundo. Nuestro país fue clasificado dentro del preocupante grupo de los 12 peores, al ocupar el décimo lugar, grupo al que la entidad denomina “infiernos tributarios”. Estamos muy lejos de referentes con modelos tributarios sólidos, como Suecia o Dinamarca. Un infierno tributario es aquel país cuyo sistema fiscal presenta fallas profundas en su diseño y funcionamiento.
Ahora bien, un país que no cuente con un sistema tributario adecuado difícilmente podrá aspirar a convertirse en una nación desarrollada, capaz de generar verdadera prosperidad y de traducirla en mayor bienestar para sus ciudadanos. La administración tributaria cumple un papel central en este objetivo, ya que garantiza una recaudación efectiva de recursos y su ejecución eficiente en favor del desarrollo económico y social. Según el Banco Mundial, el PIB real per cápita es más alto en aquellos países en donde el gasto público per cápita es más alto.
En general, los países que se encuentran en el cielo tributario duplican el nivel de recaudo y gasto público relativo de Colombia, y su PIB per cápita es aproximadamente diez veces mayor que el nuestro. Surge una pregunta inevitable: ¿qué tan probable es que Colombia pueda salir de este infierno tributario? Considero que la probabilidad es muy cercana a cero, por tres razones fundamentales.
La primera razón tiene que ver con la percepción del ciudadano común sobre el sistema tributario colombiano. En un país afectado por la corrupción, la pérdida de confianza en las instituciones es casi inevitable. En Colombia, donde según el Índice de Percepción de la Corrupción somos más corruptos que la mitad de los países encuestados, el ciudadano promedio no se siente tranquilo al momento de pagar impuestos.
La segunda razón se relaciona con los actores que ocupan la cúspide de la pirámide de la riqueza en Colombia. Algunos miembros de este reducido grupo parecen creer firmemente en la lógica de la economía del goteo. El 1% más rico de la población concentra el 38% de la riqueza total del país. En Colombia la tributación sobre personas naturales representa menos del 1,5% del PIB.
Por último, la tercera razón está relacionada con el poder público y su incapacidad para garantizar una recaudación eficiente de los recursos de la sociedad. Tax Foundation ha clasificado a Colombia, por tercer año consecutivo, como el país con el sistema tributario menos competitivo de toda la OCDE. La evasión puede representar entre 80 y 100 billones de pesos al año, una cifra comparable con el total del presupuesto de inversión del país.
En suma, como país, estamos condenados al infierno, al infierno tributario. Sin embargo, a diferencia de lo eterno, en lo humano siempre hay posibilidad de redención. Debemos apostar por construir una administración tributaria sólida, eficiente y coherente con el propósito de integrarnos al mundo desarrollado. La puerta queda abierta para que se dé una discusión seria y con visión de futuro sobre las propuestas que permitan avanzar hacia esta redención fiscal colectiva.