ORGULLO SERGISTA: EGRESADA FUE RECONOCIDA POR LA UNESCO COMO UNA DE LAS MEJORES CIENTÍFICAS DE COLOMBIA
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Por Carolina Díaz Plazas
Lo más valioso que Mariano Juan Escobar aprendió de la vida se lo enseñó su madre. “Hijo, estudia para que no seas ‘burrito’”, le decía una y otra vez mientras él, con apenas 4 años, intentaba leer a la luz de una lámpara de petróleo. Nueve décadas después, con 95 años a sus espaldas, su devoción por el estudio continúa tan vigente, que todavía imparte clases en la Escuela de Filosofía y Humanidades, de la Universidad Sergio Arboleda.
Y sus clases, lejos están de ser tradicionales. No solo enseña las lenguas que dieron origen a casi todos los idiomas de occidente, sino que hasta hace pocos meses, acudía a ellas en compañía de su esposa Bertha Arango de Escobar o “Bella”, como le dice cariñosamente desde que la conoció.
“Yo siempre les dije a mis estudiantes que mi mujer padecía de Alzheimer. Tengo que hacer una alabanza completa a todos los grupos a los que les dicté clase y les debo un agradecimiento profundo por su respeto ante mi mujer. Eso nunca lo pensé, pero lo vi y experimenté, y estoy agradecido de corazón con todos los estudiantes. Se portaron muy bien”, expresa emocionado.
Desde hace 25 años esta enfermedad cerebral se apoderó de su esposa, a quien conoció en México para casarse más tarde en Medellín. Hoy en día, “Bella” no recuerda nada, excepto a una persona: Mariano.
“Es un favor de Dios”, señala este mexicano, fanático de Jorge Negrete, que llegó a Colombia en la década de los ochenta. “A veces, estoy sentado en mi estudio o estoy en el comedor y ella llega y me da besos y me abraza, no me dice nada, ni una palabra, pero me besa como su esposo. A mis hijas, en cambio, cuando están en casa, no se les acerca, ni nada. A mí sí”, sostiene.
Su familia en México le ha insistido una y otra vez que regrese a su patria y las ofertas de varias universidades del mundo no se han hecho esperar; pero su familia, en especial “Bella”, lo mantiene felizmente ligado a Colombia.
“Ella significa todo para mí. Yo tengo dos hijas, una casa, no mucho dinero, pero nos alcanza para vivir cómodamente; pero sobre todo eso, tengo a ‘Bella’ y siempre le he dicho así porque era muy hermosa de joven, mucho, muy hermosa, sin ofender a la presente. Yo la cuido todo el día, día y noche. Para mí es todo”, afirma.
Una vida en griego y latín
La infancia de Mariano Juan Escobar estuvo rodeada de los imponentes volcanes de Iztaccihuatl y Popocatépetl, en el estado mexicano de Puebla y de un sinnúmero de lecturas, que le proveyó su madre para librarlo de la suerte que a ella le tocó: el analfabetismo.
“Allá en mi tierra no teníamos luz eléctrica, solo había quinqués (lámparas de petróleo) y mi mamá me ponía junto a ella a leer. A las 6 o 7 de la noche, me quedaba dormido leyendo”, señala este docente apasionado por el estudio de los evangelios y el griego
A sus largas jornadas de lectura atribuye la buena memoria de la que goza y que a lo largo de su vida le permitió aprender las lenguas clásicas –griego y latín– las mismas con las que se escribieron las primeras obras de la literatura occidental, se nombraron cientos de especies animales y vegetales y se habló por primera vez de democracia.
“Los griegos no tuvieron televisión, pero sembraron los fundamentos”, sostiene Escobar, al explicar la importancia de esta cultura. “Fue esta la que nos enseñó a pensar, la primera que planteó que somos seres racionales y que podemos emplear la inteligencia para crearnos a nosotros y crear el mundo. Desde el punto de vista intelectual, diseñaron interrogantes como quién soy yo, para qué estoy aquí, qué me espera algún día, ¿existe un Dios?, si existe, cómo será”, reflexiona.
A Platón, su filósofo de cabecera, lo leyó en griego y en francés y sus obras gozan de un privilegiado lugar en la biblioteca de los Escobar, que alberga algo más de cinco mil libros y se extiende por casi todas las paredes de la vivienda, ubicada en el barrio El Campín, en Bogotá.
En sus estanterías cohabitan obras de temporada como El Gran Reformador –la biografía del papa Francisco, escrita por el inglés Austen Ivereigh– y publicaciones de siglos anteriores como las célebres Tristezas, de Ovidio Nasón, el poeta romano exiliado por César Augusto en el año 8 D.C., en las que describe su destierro a orillas del Mar Negro. De hecho, este libro que data de 1807 es el ejemplar más antiguo de su biblioteca.
La Sergio, un lugar para crecer
Si “Bella” ha sido la razón por la que Mariano Juan Escobar ha vivido sus último años en Colombia, el humanismo cristiano de la Universidad Sergio Arboleda ha sido la motivación para permanecer en esta institución durante las últimas tres décadas.
Y es que en su larga experiencia como docente, que lo ha llevado por varias universidades del mundo y algunas más en Colombia, como la Javeriana, La Salle y la San Buenaventura, no ha encontrado la calidad humana y afabilidad de los estudiantes Sergistas. “Son personas honradas, buenas, que siguen adelante con sus estudios… son educadas, respetuosas, amables”, destaca.
Mariano vio nacer a La Sergio de la mano de Rodrigo Noguera Laborde y de Álvaro Gómez Hurtado. De este último, recuerda las animadas tertulias que lideraba, pero en especial, su prodigiosa retentiva. “Yo he conocido hombres de una gran memoria, pero como él, no. En las reuniones, hablábamos con mucha franqueza de historia y siempre viví admirado de él”, rememora.
A Rodrigo Noguera Laborde, lo recuerda por su “bondad inmensa y su afabilidad con todos”. “Cuando mi hija, Carla, terminó el bachillerato, quería estudiar leyes, pero yo le dije que con lo que ganaba no podía costearle la carrera, porque ya tenía a mi otra hija estudiando en La Tadeo”, relata.
Un día caminando por la calle se encontraron a Noguera Laborde. Bastó un saludo y un par de palabras para que, sin solicitarlo, el fundador de la naciente Universidad le ofreciera a su hija una beca del 100% y la posibilidad de hacer realidad su sueño de ser abogada. Hoy en día, Carla es una exitosa egresada de la escuela que dio origen a la Sergio Arboleda.
“Como Rodrigo Noguera Laborde no he encontrado ninguno, ni entre los sacerdotes ni entre los mejores hombres”, afirma.
*Lea el artículo completo en la próxima edición número 55 de la Revista Arbolea
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