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Por: Daniel Felipe Moreno Sarmiento | Profesor de la Escuela de Filosofía y Humanidades
En el presente texto se realiza una reflexión acerca de los cambios en la actividad docente y en la acción formativa que se han suscitado de la mano de los entornos digitales. Preguntas como ¿a qué nos referimos cuando hablamos de educación digital?, ¿será posible que la actividad docente sea emplazada por las tecnologías holográficas?, ¿cómo cambia nuestra forma de interactuar en los entornos digitales?, ¿realmente podemos aprender en el entorno digital o es simplemente una práctica autodidacta?, entre otras cuestiones, son las que posiblemente la sociedad tiene presentes hoy más que nunca, y esto puede ser así porque nos hemos acostumbrado a compartir espacios y lugares físicos para llevar a cabo nuestros procesos educativos. Sin embargo, es evidente que en la actualidad existe una generación de educadores y educandos que ahora prefieren migrar a los entornos digitales e interactuar en un espacio y lugar que ya no son físicos sino virtuales.
Para algunas personas estas transformaciones digitales son percibidas como un revés para la educación, no sólo porque se modifican aspectos que consideramos esenciales en el aprendizaje, como lo puede ser la comunicación didáctica reemplazada por imágenes digitales, videoconferencias, documentales y cuestionarios on-line (recursos que dejan atrás la reciprocidad que en la presencialidad podía estar más asegurada), sino también por el hecho de que los ambientes telemáticos diluyen la cercanía con el otro, y es posible que así sea, pues hablamos frente a nuestras cámaras y micrófonos, sin saber si aquellos a los cuales nos dirigimos están comprendiendo el significado y el sentido de lo que se transmite por estos canales virtuales. Pero tal vez no sea prudente incentivar una crítica desmedida hacia la educación en los entornos digitales, es más coherente tener confianza, pero también una actitud inquisitiva que nos permita ponderar ambos fenómenos y la forma en la que se relacionan.
Por esto la primera parte de la clase abierta la hemos dedicado al tema de la educación, que nos invita a explorar el acto humano en toda su complejidad. Así que fue necesario plantear una distinción que nos ayudara a precisar a qué nos referimos cuando hablamos de aquello que se reúne en la educación, que es precisamente la enseñanza y el aprendizaje. Según esto, se enunciaba que el acto humano puede entenderse en dos sentidos, como acción (praxis) y actividad (poiesis). La acción es un acto que perfecciona nuestro ser personal y, por lo tanto, dicha perfección nos habitúa a actuar moralmente bien, como cuando decidimos actuar justamente y no en una ocasión, sino en repetidas situaciones. En cambio, la actividad es un acto que no está dirigido como tal a perfeccionar el mundo interior del hombre, sino que más bien provoca la aparición y la configuración de un mundo artificial, ese que nos rodea y sentimos como propio, es decir, los espacios urbanos que habitamos, las obras artísticas que admiramos o los instrumentos que utilizamos. De esta forma la actividad perfecciona el mundo externo, como cuando el arquitecto y el obrero trabajan conjuntamente para erigir un edificio, allí surge entonces el mundo en el que se despliegan nuestras posibilidades e intenciones.
Así mismo acontece en la educación, pues como hemos dicho, la educación es una forma en la que se expresa el acto humano, por lo que la actuación educativa tiene algo de praxis y de poiesis, que es precisamente lo que conocemos como la acción de aprender, que podemos llamar formación, y la actividad de enseñar, que es lo que denominamos docencia. De allí que la educación conjugue el mundo de la acción y la actividad, porque el maestro hace su obra, que es la lección presentada a los alumnos, mientras que los educandos a partir de la lección asumen la responsabilidad de su propio aprendizaje.
En un segundo momento, insistímos en que con la llegada de los entornos digitales se deben asumir retos de diversa naturaleza en el contexto educativo, pero que la inserción de estos nuevos recursos no implicaba la desaparición de lo que es central en la educación, que justamente es humanizar nuestra vida personal. Lo que cambia son los medios a través de los cuales el docente plantea las actividades a sus alumnos, que ya no son solo lecciones, sino lecciones virtuales. Aquí es donde cobra sentido hablar de docencia digital, porque la actividad docente sigue siendo la misma, diseñar sus lecciones, solo que ahora lo hace desde los entornos digitales, pero sin dejar atrás lo que es central en este proceso, que es la acción del aprendizaje. De esta manera, el docente exhorta a sus alumnos a asimilar la responsabilidad que deben asumir sus estudiantes ante su propia formación personal, pero lo hace aprovechando los recursos digitales, así que también sería posible hablar de una formación digital, puesto que esta acción está mediada por un entorno virtual.
Claramente, este nuevo entorno no nos permite la cercanía de la clase presencial, pero sí una aproximación a través de las representaciones visuales o auditivas que son usuales en las sesiones de una clase virtual. Así que dar una clase o recibirla ante una pantalla no supone despersonalizar la educación, más bien nos permite tener un contacto distinto en el ciber-espacio, porque el espacio de los bits y los pixeles es fluido, pero también en el tiempo, pues se presenta de forma multicrónica en el entorno virtual, ya que no es sólo sincrónico, como cuando estamos conectados a una plataforma de Meet o Zoom, por medio de las cuales tenemos una interacción simultánea con los demás, sino que también puede ser asincrónico, porque los estudiantes pueden avanzar en su proceso de aprendizaje sin tener contacto directo con su profesor, y esto lo hacen a través de las aulas virtuales y las actividades que se digitalizan allí. Son muchas las posibilidades que podemos aprovechar en los entornos digitales, sin que esto suponga un obstáculo para la enseñanza y mucho menos para el aprendizaje.
Por eso, al final de la reflexión, insistimos en la necesidad de aprender cuáles son estos medios que tanto los docentes como los estudiantes tienen hoy a su disposición y cómo su buen uso puede llevarnos a afrontar de mejor manera los retos del siglo XXI. También hicimos hincapié en seguir desarrollando programas de eduentretenimiento en diferentes disciplinas y para diversos canales digitales y no solo como uno de los objetivos que tienen hoy los educadores, sino también las instituciones educativas y los medios de comunicación. Pero especialmente llamamos la atención en torno a lo primordial en la educación, que es la orientación que brinda el educador y que debe ser siempre formativa, para exhortar así a sus alumnos a que asuman su responsabilidad más inmediata, que es la perfección de su ser personal, sin importar el medio o entorno en el que se encuentren.
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