
Abogado, pintor, escritor, periodista, político y pensador incansable. Estas fueron algunas de las facetas de Álvaro Gómez Hurtado a lo largo de su vida. Sin embargo, entre todas esas vocaciones, hubo una que la Universidad Sergio Arboleda disfrutó durante una década con especial afecto: la de docente.
En los pasillos de esta casa de estudios, que cofundó junto al jurista e intelectual Rodrigo Noguera Laborde, Gómez Hurtado encontró un espacio donde su pensamiento sembró raíces. Su enseñanza iba más allá del papel y del escritorio, hacía entender el país desde la ética, la cultura y la razón. Su presencia en las aulas trascendía las clases, inspiraba conversaciones y formaba criterio en sus estudiantes.
“Ellos, el doctor Noguera y el doctor Gómez Hurtado, eran ante todo maestros. Les gustaba estar con los alumnos; se les veía conversando en la plazoleta, cercanos, pero siempre con respeto, eran como pequeñas tertulias espontáneas, cálidas y sinceras, sin formalidades. Para nosotros era un privilegio saludarlos y escucharlos decir: “Bueno, se acabó el café, vamos a clase”, porque para ellos lo más importante siempre fue el aula y el estudiante”, así recuerda Nohora Cepeda, excolaboradora Sergista, a los fundadores de la Universidad Sergio Arboleda.
Precisamente, fue en la institución que ayudó a fundar, donde la violencia cegó la vida de Gómez Hurtado. Aquella mañana soleada del jueves 2 de noviembre de 1995, el docente se dirigió, como habitualmente, a impartir la cátedra de Cultura Colombiana, sin imaginar que esta sería su última clase. En el mismo lugar donde cultivó el amor por Colombia, el país perdió a uno de sus pensadores más lúcidos.
Su partida dejó un vacío profundo en todas aquellas personas que alguna vez disfrutaron de una tertulia, un consejo o una enseñanza que hasta hoy perduran en los pasillos de la Universidad.
“Le dije al doctor Álvaro Gómez que quería entender el origen de nuestra identidad hispánica. Me tomó del brazo y me llevó a la biblioteca, pidió el libro de historia de España que él había donado y me dijo: ‘Esto es lo que tienes que leer’. Mientras leía, me detenía y explicaba: ‘Lee más despacio, entiende lo que lees, mira cómo hay una España presente en nuestra cultura’. Solo leímos un párrafo, pero pasamos dos horas conversando. Fue increíble ver cómo un hombre de su talla dedicaba tanto tiempo a un muchacho de 21 años”, evocó Eduardo Kronfly, egresado y docente Sergista, de sus recuerdos como estudiante del líder colombiano.
Un enamorado por la colombianidad
Álvaro Gómez fue un constructor incansable de Colombia. En la voz de sus alumnos vive su legado más puro, el de la enseñanza entendida como un acto de humanismo. “Las clases de Historia de Colombia con el doctor Álvaro Gómez me transformaron profundamente, me hicieron ver al país de una manera distinta. Sus relatos, su voz pausada y las ilustraciones que utilizaba para explicarnos quedaron grabadas en mi memoria. Estoy convencido de que su mayor legado fue enseñarnos a pensar en los demás. Nos mostró que el otro es importante, que los verdaderamente valiosos no somos nosotros, sino quienes nos rodean”, sostuvo Juan Carlos Cárdenas, egresado y secretario general de la Universidad Sergio Arboleda.
Las clases de Cultura Colombiana de Gómez Hurtado significaban viajes por la identidad, la música, la literatura y el alma del país. De la guabina a la poesía, del vallenato a Débora Arango, sus palabras tejían un relato en el que Colombia se reconocía con orgullo y sentido crítico.
“Álvaro Gómez era un hombre que pensaba en grande. Su mayor preocupación era que Colombia se convirtiera en un país desarrollado, que ocupara en el mundo el lugar que, según él, merecía. Decía que teníamos una posición geográfica privilegiada, todos los climas posibles, tierras fértiles para sembrar cualquier cosa y una riqueza enorme en ríos y fauna. Por eso se interesaba profundamente por el desarrollo cultural y económico del país”, rememoró Francisco Noguera, docente Sergista.
En las aulas de la Universidad Sergio Arboleda, las clases de Álvaro Gómez Hurtado no solo dejaban huella en sus estudiantes, sino que también se registraban con la misma disciplina con la que transmitía el conocimiento. Uno de sus antiguos alumnos revivió aquella escena con claridad.
“Recuerdo que el doctor Álvaro Gómez tenía un asistente, creo que también era su conductor, que solía entrar al salón durante sus clases. Ese asistente tomaba apuntes de todo lo que él decía. Me llamaba mucho la atención que lo hiciera, hasta que entendí el motivo, tenía previsto publicar un libro basado en sus conferencias, y por eso había dispuesto que su asistente registrara cada una de sus palabras”, afirmó José María del Castillo, docente Sergista y quien, además, fue vicedecano de la Escuela Mayor de Derecho de la Universidad Sergio Arboleda.
Al evocar la memoria de Álvaro Gómez Hurtado, no basta con recordar al político o al orador brillante. Hay que recordar al maestro, quien, con palabras y ejemplo, enseñó que educar es el acto más significativo en la construcción de la nación.

