ÁLVARO GÓMEZ HURTADO, cariñosa y carismáticamente designado por sólo ÁLVARO, fue un pensador en el sentido universal de la palabra, o sea, un filósofo que tenía para sí una explicación total y coherente del hombre y el mundo en el cual vive.

Nada, ningún ser o actividad le fue indiferente. El objeto que se le presentaba era de especial tratamiento: lo acariciaba, lo valoraba, lo comprendía, lo asimilaba y lo clasificaba en la estructura de su universo. Bullía de conocimientos e inquietudes que le placía transmitir a la juventud, para que ésta aspirara a la excelencia por sobre los parámetros de la mediocridad que tiene menguado al país.

Era su procedimiento predilecto para entender al mundo vivencialmente, a través de la cultura, y ésta explicitada en el sempiterno devenir de la historia. Cada cosa no es entonces su sola percepción, sino una decantación de experiencias y evolución que se inician desde su propio origen enlazado con Dios, hasta su actual concreción.

Esta fundamentación religiosa de la vida y del mundo, como convicción entrañable, suele irrumpir en sus exposiciones: “para que valga la pena vivir hay que tener un recurso espiritual, y ese recurso espiritual está conectado con Dios”. “Soy espiritualista, católico, y no me resigno a que nos metan el espíritu en una computadora, o en una circunvolución cerebral”.

El entimema cartesiano de “pienso, luego existo” tenía que resultar para él muy seco y escueto para poder justificar los valores, ricuras y variedades del cada vez mayor crecimiento de la vida y aun de las variadas manifestaciones de la materia.

Un esteta como él necesitaba otros instrumentos, otras medidas, otras intuiciones para poderse sentir compenetrado con la realidad misteriosa de la vida y con el habitáculo universal en el que se desarrolla. Esa compenetración no puede lograrse sino utilizando la escala de valores de la cultura, nacidos del manantial espontáneo e inagotable de la moral.

No es, pues, mediante una concatenación de raciocinios como pueden entenderse nuestras vidas y el mundo dentro del cual transcurren, sino mediante las vivencias de las culturas a lo largo de la historia. Cada ser irradia incrustaciones rutilantes de un pasado de valoraciones y antivaloraciones alternativas hasta su actual concreción. En ésta se percibe su origen divino y las huellas de sus luchas de sobrevivencia, para ofrendar su valor, su verdad, su Belleza y aun su utilidad.

Vivir la cultura viene a ser entonces el método más apropiado para la comprensión de nuestro universo. Por todo lo cual fue Álvaro uno de los más devotos de la cultura mediante su interpretación histórica. Y en su vida diaria la mimaba, al calor de sus actividades en ella insertadas, como literatura, bellas artes, escritura, religiosidad, perspicaz interpretación de la realidad política y social, conducta moral irreprochable, consagración al bien común, convicciones o verdades de allí derivadas y, lo que más merece admiración en su personalidad, valor, un gran valor a toda prueba y cualquier costo de sacrificio, para exponerlas y defenderlas.

Retirado de la política militante por razones que no es del caso analizar, la limitó a impactantes artículos periodísticos sobre el cada vez más degradado acontecer nacional, y se dedicó a oficiar en el altar de la cultura dictándolos a alumnos de la Universidad Sergio Arboleda, que hacía sus encantos, una cátedra que tenía como tema LA CULTURA.

Allí se le veía puntual los días de clase, reflejando en su rostro la fascinación que le producía llevar a las mentes intactas de sus jóvenes iniciados el prodigio de la cultura en la creación, desarrollo y comprensión de las incógnitas de nuestras vidas.

Improvisaba sus conferencias, trasmutado por la magia del rito, con base en anotaciones, conferencias que fueron grabadas, y que, al ser leídas, transmiten al lector el afán y la angustia que experimentaba de poder elevar las mentes y la personalidad de sus incipientes educandos al nivel superior de la auténtica cultura, en busca de la excelencia.

Un día, al salir de ese recorrido de nobles inocencias, fue asesinado por personajes tenebrosos, ciertamente inducidos por quienes sentían satánicos celos de su valía.

Este texto es la primera parte de aquellas conferencias, que el Rector de la Universidad, Dr. Rodrigo Noguera Laborde, ha querido avanzar en homenaje entrañable a la memoria indeleble del profesor sabio, consagrado y mártir.

Se trata de una introducción a la Cultura, desde su iniciación hasta nuestros días, pasando por su desarrollo y despliegue a través de las diversas etapas históricas, hasta la incógnita desafiante de nuestros días, que amenazan decadencia, si no refulgura oportunamente la recreación de los valores que son su simiente.

Se queda uno perplejo ante la magnitud del intento, como si se tratara de recorrer un laberinto; pero Álvaro asume el tema con amabilidad, saboreando y regodeándose en los encantos de la cultura, a la que trata familiarmente, como una “compañera de viaje” de nuestras vidas, en lenguaje coloquial y descomplicado, que rezuma humor al contrastar con su importancia.

Elude las abstracciones y la cositería de fechas y nombres, para describir los rasgos característicos de las situaciones, que explican por sí mismos la razón de los acontecimientos. Y acude a un chisporroteo de conocimientos variados que hacen más comprensible el fundamento de los episodios y las épocas. Es un fluir de sustancialidades que permite grandes síntesis de milenios de historia, y que se hace más inteligible una vez desprovista de la maleza del detallismo. Su estilo de exposición recuerda los de “L’Histoire de France Raccontée a Juliette de Jean Duché” y “El Mundo de Sofía” de Josten Gaarden.

El hombre no puede entenderse sino cuando ya está conformado por la cultura, que es donde comienza la historia. Antes es la prehistoria, sin alfabeto ni escritura. Es la noche de los tiempos. Se inició el proceso creativo, según los científicos, con el Big-Bang, la explosión cósmica de la materia, que Álvaro acepta como supuesto de trabajo, mas no como verdad evidentemente demostrada, la cual en el curso del tiempo fue articulando el universo.

Los grupos humanos aparecieron dispersos, con invenciones primarias civilizadoras, y su primera organización se cohesionó en la Fértil Creciente, en la conjunción de los ríos Eufrates y Tigris, que , que hacen el tránsito hacia las diversas culturas: la hebrea, la griega, la del Imperio Romano, la Cristiana, que se injerta para darle fundamento imperecedero con la doctrina de Cristo, el Sacro Imperio Romano, la sedimentación de todas las cuales viene a conformar lo que se ha llamado la CULTURA DE OCCIDENTE, la más excelsa e insuperable que el hombre haya logrado, y a la cual pertenecemos, aportada por los españoles del descubrimiento, la conquista y la colonia.

Porque a nosotros “nos sobrevino una historia de repente, mientras a los pueblos que estaban en Asia, África y Europa principalmente, les fue sucediendo la historia. La civilización nuestra, la caribe y su derivación chibcha y otras manifestaciones de convivencia indígena, no tuvieron cohesión suficiente para resistir el impacto del elemento español; no tuvieron manera de defenderse, de contraponer sus valores a los valores renacentistas de la conquista, que eran muy fuertes. La humanidad europea se sentía muy segura de sí misma, había conquistado el dominio del mundo con el descubrimiento de América, mientras que nuestros indígenas se habían aislado, cada cual tenía su propio idioma, cada cual tenía sus propias creencias primitivas, un culto a la luna, generalmente el culto al sol, como todos los pueblos del mundo; y eso no resistió el embate de la cultura altamente adelantada del renacimiento que trajeron los españoles…”

“…. Lo que nos llegó de España, por una parte, es de contenido medioeval, que subsistía después de la reconquista y, por otra parte, es renacimiento, que proviene de la influencia de las guerras italianas en las que participó España, adonde mandó unas tropas que después volvieron con ideas renacentistas, mucho más modernas”.

“Eso nos llegó a Colombia: una mezcla de gente feudal, campesina, ruda, muy heroica; ese heroísmo primitivo, muy audaz, de los primeros conquistadores, todavía metidos en la Edad Media, y la influencia del Renacimiento, aporte de las guerras italianas; nos llegan con la historia puesta, con la historia en los hombros, con esta cantidad de historia de la que, naturalmente, aquí no teníamos conocimiento entonces; el fenómeno es la llegada de una posición religiosa, cultural, e histórica de Occidente a un territorio en donde hay que desarrollar una empresa conquistadora, finalmente política, por parte de los españoles que lo único que encontraron para contraponérsele fue un “material etnográfico, caracterizado por un anacronismo de tiempo y lugar”.

Cultura no puede ser identificada con civilización, sin perjuicio de que los hallazgos e invenciones de la civilización hayan estimulado el proceso de la cultura. La civilización está formada por creaciones del hombre de finalidades externas y en general utilitarias, en tanto que la cultura es ante todo un enriquecimiento espiritual e interno del hombre a través de las experiencias de los valores que la vida va conformando y desarrollando a lo largo del tiempo, enriquecimiento que se transmite al cuerpo social para crear una especial manera de ser, que suele ser llamada “alma popular”, el “volgheist” del que hablan los sociólogos y filósofos alemanes.

El enriquecimiento espiritual de la cultura se inicia con una acumulación de experiencias que forman un pretérito condensado que internamente se traduce en juicios de valor y antivalor, en contraposición dinámica, como los de virtud y vicio, verdad y error, que implican siempre el juicio moral de bueno y malo, que en su cohesión total constituyen una ideología.

Cada ser, cada cosa, cada actividad trasunta ese lento proceso de renovación. El filósofo Leibniz explicaba el mundo a través de ínfimas mónadas grabadas con la impronta del universo, configurando éste una armonía preestablecida; del propio modo podemos imaginar el reflejo y sello de la historia de la cultura sobre todos y cada uno de los seres para darles su identidad auténtica, como lo hace Álvaro. La identidad de cada cual no es absoluta: cada día sufre una variación. “El hombre todas las mañanas amanece siendo distinto, porque a lo que tenía la víspera le agrega un acervo de experiencia que lo conducen a tener pensamiento y a retroalimentarlo”.

El hombre, pues, no vive solo; está en la compañía vital y perenne de la cultura; es su “compañera de viaje”. Cuando Ortega y Gasset afirmaba que el hombre era “él y su circunstancia”, era eso lo que estaba significando.

El conjunto de convicciones que integran la cultura compromete moralmente al hombre a defenderlas. De lo contrario sobrevienen secuencialmente la degradación, la derrota y la desaparición.

“Yo quiero crear la conciencia de que entre el hombre y la cultura existe una relación casi esencial; de que el hombre no es completamente considerado como tal, si al mismo tiempo, al lado de su propia existencia, no hay la idea de que existe una penetración de conceptos, de ideas que vienen del mundo exterior, del trato con sus semejantes, de sus inspiraciones divinas y religiosas, porque el hombre, en sí mismo, es apenas una parcialidad del deber ser”.

“Uno de los problemas que tenemos en el mundo contemporáneo es que el hombre cree que puede aprovechar el estado cultural que existe sin necesidad de entenderlo”.

“Ese es el problema de la crisis cultural que a veces se nota en el mundo: este es un mundo muy civilizado, muy informado, y probablemente la información no está lo suficientemente orientada, no tiene propósitos”.

“Ese es el desafío que se le plantea a América, y desde luego a Colombia: ignorancia de su identidad cultural, simbióticamente enraizada en la de Occidente, compacta de valores, de los que no tienen plena conciencia, indiferentes en su defensa, de modo que pueden estar en un proceso de “africanización” degradante sin darse cuenta de lo que les está sucediendo”.

Invito al lector a que, con su “compañera de viaje”, experimente las aventuras espirituales que se relatan en este libro de Álvaro sobre la formación de nuestra cultura a través de la historia, y se destacan sus valores y convicciones que tenemos el deber de defender, si queremos conservar nuestra identidad, nuestra dignidad, el poder de seguir subiendo cada día una rayita en la escala indefinida de la cultura.


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