POR GUSTAVO CUELLO IRIARTE
“Somos leves briznas al viento en las manos de Dios”, fue la divisa de tu vida, plagada
de ensueños, ideales y realizaciones. Te comprometiste con unas ideas y te afiliaste a un partido como el instrumento para, a través del arte de la política, convertirlas en una realidad. El propósito fundamental era hacer una Colombia mejor, en donde imperara el respeto a la dignidad de las personas, la justicia, la igualdad y un desarrollo económico sostenible, que nos diera una importante posición en el concierto de las naciones. Tamaña tarea exigía un titán y eso fuiste; un titán que entregó todo por su causa, fiel a su divisa. Como un reconocimiento divino, has partido de este mundo cuando estabas en esa labor. No claudicaste nunca; y entendiste siempre que por encima de tu movimiento político estaban los intereses de la patria. No se te conocieron pilatunas politiqueras (manejo de auxilios, contratos, negociación de cuotas burocráticas, etc.). Jugaste limpio en el ruedo del mundo de la política.
Transitaste por los caminos de la existencia dejando a cada instante la huella imborrable de lo bueno. Por eso ingresaste, por derecho propio, sin la mano amiga, al podio de los grandes de Colombia. De los que no se pueden olvidar y hay que imitar; de los que nos hacen sentir orgullosos; de los que nos mueven el alma y nos impelen a proseguir en la lucha por las causas nobles y grandes, desigual, amarga, plagada de desgastes y frustraciones.
La justicia, el imperio de la justicia, fue tu obsesión. Como abogado, forjado bajo los principios de nuestra Universidad Javeriana, sabías que si se hacía reinar ese valor en la sociedad colombiana, comenzaríamos a salir de esta podredumbre, de esta miseria espiritual y económica que nos corroe y nos está matando. A ella dedicaste gran parte de tu actividad parlamentaria. Pero, además, con igual propósito y empeño, te comprometiste en el proyecto académico de la Universidad Sergio Arboleda. Ni el Congreso, ni ese centro de la inteligencia te van a extrañar, porque quienes van dejando rastros imperecederos del buen actuar, cual las fuentes de prueba, nunca se alejan, siempre están presentes; como contraste a la máxima de Croce, quien deja huella, permanece.
Para nosotros, los que quedamos aquí, tienes que cambiar el lenguaje de las palabras y la expresión corporal, “por el mutismo alado de las palpitaciones de nuestros corazones”. A diario háblale a tu madre y hermanos; para que su tristeza sea alegría y sepan que estás más cerca de ellos que antes, porque ya superaste las barreras del tiempo y del espacio. A tu esposa y a tus hijos, además de eso, úneteles, en un estrecho abrazo, que sea capaz de convertir tu recuerdo en un eterno presente, con el cual continuarán transitando por los caminos del bien.
Sin entrar en la exageración de lo místico, las circunstancias de tu ascenso al reino de Dios encierran un mensaje. Hace pocos meses milagrosamente te salvaste con tu familia en un accidente de tránsito. El 20 de este mes, día de la presentación de la Virgen y en el Cerro de la Virgen, partiste a hacer-
le compañía a la Madre de Dios. Pero no para descansar, Roberto, para hacer equipo con ella y, con tu capacidad de persuasión, rogar al Creador que nos haga el milagro de la Colombia mejor, porque ella sabía que desde aquí tu ideal era humanamente imposible de lograr. A trabajar, Roberto, en la misma misión que aquí te trazaste, con otras herramientas y en otro escenario, pero con más vigor que nunca, para que muy pronto puedas sonreír ante la realización de ese imposible humano.