NIÑOS DE PERDOMO ALTO CELEBRARON EL DÍA DE LA NIÑEZ JUNTO A VOLUNTARIOS SERGISTAS DE LA CRUZ ROJA
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En todos los órdenes de la vida, desde el fuero familiar hasta el colectivo y empresarial, la búsqueda de la verdad depende de la comunicación apropiada con el otro, con quien debo ser capaz de reconocerme, pues no hay un yo sin el otro.
Los grandes sucesos de la humanidad suelen moldear el curso de la historia al punto que muchas veces tienen el poder de marcar el inicio o el fin de una centuria.
La Primera Guerra Mundial (1914-1918) fue un potente acontecimiento que dio inicio simbólico al sangriento y contradictorio siglo XX. El ataque terrorista con aviones como misiles teledirigidos -que derrumbaron las Torres Gemelas del World Trade en Nueva York y dañaron al edificio del Pentágono en Washington D.C.-, el 11 de septiembre de 2001, símbolos del capitalismo financiero y del poder militar de los Estados Unidos, fueron la sombría inauguración del siglo XXI.
En ese sentido, aún es muy pronto para determinar el significado definitivo que adquirirá en la historia de la humanidad la pandemia de la COVID-19, un enemigo silencioso que, sin armas químicas ni ningún armamento, ha provocado la muerte de cerca de 450 mil personas en el mundo y ha dejado más de 8,2 millones de afectados, desde que se reconoció públicamente en diciembre del año pasado.
Lo que sí es seguro es que el confinamiento en los hogares para cumplir con el distanciamiento social dejará una huella en la sociedad. No solo por el inédito parón de la actividad, sin ningún fundamento macroeconómico, como la crisis financiera global de 2008 o el crac de 1929, sino también por la profunda herida en términos de sentido: de un día para otro, hubo que adecuarse a la nueva normalidad social impuesta por la cuarentena que perturba nuestro modo de desplegar la vida en sociedad.
Y ello golpeó sin piedad a la comunicación. El tapabocas, que nos hizo esconder nuestro órgano de la palabra, es un significativo símbolo de una comunicación bajo sospecha. Y junto al tapabocas, se ocultó el sol para el abrazo, para el apretón de manos y para las reuniones con colegas o amigos. La relación con el otro, que es lo más preciado de vivir en sociedad, se puso en entredicho ante la ausencia de la presencia física.
La noción de la libertad es un concepto que adquiere significado en el vínculo con el otro, cuyo desenvolvimiento ideal necesita de una comunicación adecuada tanto en la forma como en el contenido –de ahí la relevancia de la presencia física y de una ética que honre a la verdad y a la razón-. Entonces, cómo evitar la angustia si, como dice el psicólogo con formación en neurociencia, Xavier Guix, la comunicación es un proceso básicamente psicosocial que tiene la finalidad de unirnos, de trazar relaciones entre nosotros lo suficientemente estables y pautadas (normas, signos, contextos, discursos, objetos, etc) para que podamos formar colectividades y desenvolvernos, tanto en lo común como en lo diferente.
La cuarentena también está sacudiendo los cimientos de las empresas tanto en términos económicos como en el vínculo imprescindible con clientes, proveedores y la propia comunidad que forma parte de su razón de ser. Y de nuevo, la comunicación organizacional –la de puertas adentro con el personal y la de extramuros- ha sido muy golpeada y tuvo que ser repensada en un santiamén.
Hasta la comunicación más sofisticada del periodismo ha recibido con virulencia el golpe del brote de la COVID-19. En muchos casos significó el tiro de gracia al periodismo tradicional o, en los casos más suaves, la aceleración de la digitalización en desmedro del papel, que no por previsible deja de ser conmovedor.
En ese escenario convulso, el papel de las universidades es clave para la comprensión profunda de la cruda realidad que nos ha tocado vivir e investigar con compromiso, pero sin la amalgama de las emociones que suelen torcer la verdad.
Desde las Especializaciones en Comunicación de La Sergio, asumimos el compromiso de aportar a la comprensión de los cambios en el ecosistema de la comunicación, dada esta nueva normalidad. Sin el entendimiento, no es posible discernir qué aspectos serán circunstanciales o permanentes para adaptarnos a un nuevo modo de producción y de interrelación. Así, no es aventurado proyectar un antes y después del coronavirus en el mundo y en nuestra propia Colombia.
Todos hicimos oídos sordos a las advertencias que hicieron científicos y filántropos como Bill Gates, de que el mundo sufriría una pandemia. Fueron mensajes apocalípticos, a los que la COVID-19 les dio la razón, y que, quizás por un fallo en la comunicación, nadie escuchó, ni siquiera los grandes líderes políticos, quienes negaron hasta el último minuto la catástrofe sanitaria que enfrenta el mundo.
El pasado 30 de mayo, el exitoso viaje a la Estación Espacial Internacional hizo que recordáramos las habilidades del hombre en su constante esfuerzo de dominio y en el afán de colocarse por encima de todas las especies. Algo que no es malo per se, sino por el vínculo soberbio con nuestro entorno, que en parte se refleja en la comunicación. Ahora la humanidad, presa de arrogancia por la conquista sin pausa de la Tierra por cuenta del avance de la ciencia y las revoluciones industriales, volvió a mostrar su fragilidad.
Ha habido transformaciones muy profundas en la capacidad de comunicarnos, pero ni la más sofisticada tecnología ha evitado la crisis en la comunicación. La COVID-19 encendió una alarma que nos alerta sobre las disfunciones en las que debemos reflexionar.
Hay mucho ruido en la comunicación, algo que la tecnología –una herramienta muy potente si es bien utilizada- no ha silenciado, sino que ha convertido en un fenómeno ensordecedor.
Las fake news, en el escenario de la posverdad, donde la razón pierde la batalla frente a las emociones, han inundado el contenido de las redes sociales y contradicen el relato del poder de la facticidad en la información y la comunicación, tan relevante para la cultura y el conocimiento.
Parafraseando a Habermas, necesitamos revisar el desenvolvimiento de la acción comunicativa y reflexionar, desde la academia, acerca de cómo podemos construir una comunidad moral en la que el hombre actúe en armonía con la naturaleza.
Sin un cambio en ese sentido, irrumpirán otros coronavirus y de nuevo estaremos impedidos de despedir a nuestros muertos, como Dios manda.
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